El harakiri de Podemos
Puestos a elegir formas posibles de suicidio, en Podemos se han inclinado por el harakiri hasta que los inscritos no digan lo contrario. El protocolo japonés es muy estricto. Antes de ponerlo todo perdido, el ejecutante compone un poema de despedida y procede luego a destriparse con un movimiento de izquierda a derecha y vuelta al centro para culminar la faena con un corte vertical hasta el esternón. Como a menudo la muerte no es inmediata y provoca largas horas de agonía, el ritual incorpora un ayudante que en un momento convenido decapita al infortunado. Lo normal incluso es que ni siquiera sea necesario que el samurai se hunda la daga en el costado. Basta el gesto de acercar el filo a la carne para que el seccionador de cabezas haga su trabajo.
Algo muy parecido ha sucedido este jueves en Podemos. Iñigo Errejón firmaba con Manuela Carmena una bellísima composición lírica diciendo que hay que abrir y sumar yendo más allá de las siglas y que, para ello, nada mejor que liberarse del yugo de Podemos y concurrir a las autonómicas de mayo bajo el benéfico paraguas de esa abuelita de Zumosol que es la alcaldesa. Poco después Pablo Iglesias, muy molesto por tener que interrumpir por unas hora su permiso de paternidad, tiraba de katana y situaba la cabeza de Errejón fuera del partido de un corte certero y profesional. No habrá que esperar mucho para comprobar que es el partido en su conjunto y, posiblemente, también la izquierda, quienes se han hecho el harakiri.
Como es sabido, tras su derrota en Vistalegre II Errejón fue deportado a Siberia y, ya con escarcha en las pestañas, Iglesias le conmutó la pena y le ofreció como salida ser el candidato a la Comunidad de Madrid a condición de que no le hiciera sombra y de que no diera mucho la murga con sus transversalidades y sus competencias virtuosas, aunque sea justamente esa doctrina la que, finalmente, ha acabado imponiéndose en Podemos.
Para Iglesias la rehabilitación del condenado encerraba el peligro de que se atrincherara en Madrid o, peor aún, que por esas casualidades de la vida llegara a hacerse con la presidencia de la Comunidad y presentara sus credenciales para optar a la sucesión, proceso nada descartable si los resultados de las elecciones generales son tan decepcionantes como algunos se barruntan. Para Errejón, en cambio, el riesgo era que, sin poder y reducido a la insignificancia, Madrid fuera su polvoriento desván y, pasado el tiempo, su tumba política.
Para atar en corto a su otrora mano derecha, Iglesias recurrió a Ramón Espinar, que de política va justitito pero que como cancerbero no tiene precio. Tan en serio se tomó el encargo y tantos palos puso en las ruedas que Errejón llegó a amenazar con bajarse de la bicicleta antes incluso de concluir la primera etapa y ser designado candidato. La misión de rodearle de extraños y evitar que pudiera alzarse en algún momento con el santo y la limosna continuó en la negociación para acomodar a IU en la lista, cuyo acuerdo, que le privaba de su número dos, se anunció a sus espaldas. Paralelamente, Errejón había excavado un túnel para huir de la prisión, que consistía en unirse a Carmena y a su plataforma Más Madrid en un ticket electoral que le dejaba manos libres para seleccionar a su propio equipo.
Políticamente, la jugada de Errejón tiene mucho sentido si, como parece, la marca Podemos está en declive y es cierto que sus expectativas electorales han caído hasta el punto de que si hoy Pedro Sánchez convocara elecciones sería difícil que superara la barrera de los tres millones de votos. Personalmente, además, lograba mantenerle vivo ante esa hipotética sucesión que, como a nadie se le oculta, pudiera limitarse a una abdicación en favor de Irene Montero para que todo quede en casa allá por Galapagar.
La maquiavélica maniobra dejaba a Iglesias ante un nudo gordiano que ha deshecho a golpe de hacha. Podía haber aceptado el trágala y renunciar a la marca del partido no sólo en el Ayuntamiento sino también en la Comunidad, pero en su lugar se ha liado la manta a la cabeza y ha aceptado el órdago en medio de acusaciones de traición a Errejón y sonoros reproches a Carmena, con la que no se ha atrevido a medirse en campo abierto.
Presentar una candidatura propia de Podemos e IU que compita con la de Errejón y Carmena en las autonómicas es una reacción visceral, la resolución a garrotazos de una cuita personal que arroja por la borda la posibilidades de arrebatar la Comunidad a la derecha, si es que alguna vez ese fue el objetivo. Agraviado y herido en su orgullo, Iglesias se ha disparado en su pie y en el del PSOE, y las heridas, si el cisma se completa, podrían no limitarse a Madrid y extenderse al conjunto del país.
La carta de Iglesias que ayer dirigía a los inscritos contiene algunas inexactitudes reseñables. La primera es que Errejón no está construyendo, como se afirma, un nuevo partido con Carmena sino que se limita a seguir el ejemplo de las candidaturas de unidad a las que Podemos se ha prestado en Cataluña con Catalunya en Comú Podem, en Galicia con En Marea o en Andalucía con Adelante Andalucía. La segunda es la proclamación de que ninguna persona puede situarse por encima del proyecto colectivo, algo que no resiste la prueba del algodón cuando es el propio secretario general, a título personal, el que enseña a Errejón la puerta de salida.
“Los inscritos marcasteis el camino y cumpliremos con vosotros”, dice Iglesias en su carta, y precisamente han sido ellos los que abrumadoramente decidieron que Errejón fuera el candidato de Podemos en Madrid. ¿No tendrían que ser esos mismos inscritos los que se pronunciaran ahora?
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