domingo, 20 de enero de 2019

Este Isaac Rosa... es que no para...Una vez más: ¡qué pasada! Y qué pedazo de conciencia...




487. Solo eso, tres números. Un cuatro, un ocho y un siete. Grandes, muy grandes, cada uno del tamaño de una persona tumbada. En color rojo, a tiza, en la acera, en el centro de la Puerta del Sol, junto a la fuente. Un gran 487.
Ese primer día lo vimos muy pocos. Digo “primer día”, sin la seguridad de que lo fuese, quizás hubo antes un 486, un 485.


Aquel 487 todavía no llamaba la atención de los que emergíamos del metro y cruzábamos la plaza pendientes del móvil, seguramente lo pisamos, y si ahora lo recordamos es solo por lo que vino después.
Tan poca atención nos mereció, que al día siguiente solo unos pocos notamos que había cambiado: 488. Idéntico, grande, rojo, en la acera, pero ahora terminado en ocho. Un 488.
Hasta que no encontramos un 489 no nos detuvimos. Solo entonces empezamos a comentarlo con otros viandantes, que lo señalaban o incluso ya lo fotografiaban:
-Yo creo que es el número de mujeres asesinadas. Lo habrán puesto para que se enteren los ultras esos.
-Muchas mujeres parecen. Yo diría más bien la cantidad de inmigrantes ahogados.
-De esos nadie lleva la cuenta. Yo apuesto por el número de desahucios en Madrid.
-Debe de ser dinero, 489 millones. La deuda municipal, algún partido que está haciendo ya campaña para las elecciones y busca un efecto viral.
Hubo que esperar al día siguiente para, con el 490, confirmar que se trataba de una cuenta de días. Cambiaba cada mañana, estaban sumando días, lo que abría nuevas especulaciones entre el creciente número de concentrados, así como quienes ya empezaban a hablar del misterioso número en las redes sociales.
-Para mí que es una campaña de una ONG. Debe de ser la duración de la guerra de Siria.
-Serán los de Greenpeace, que son muy de protestas imaginativas.
-Para imaginación la de esos –dijo uno señalando la cercana Apple Store-. Verás como son los días que faltan para el nuevo cacharro que quieran vendernos.
-Entonces sería una cuenta atrás, y no es el caso.
El 491 trajo una novedad, otra pista: junto al número, que todos buscamos al salir del metro, habían dejado unas flores y un par de velas encendidas.
-Las mujeres asesinadas, ya lo decía yo.
-Son los días que han pasado desde que murió alguien.
-Los días que llevan sin encontrar al asesino.
-¿Qué asesino?
-Va a ser lo del mantero ese que mató la policía.
-No lo mataron, se murió solo, que yo lo vi.
-¿Y fue aquí mismo?
Consultábamos en Google, revisábamos los periódicos de 491 días atrás, pero no encontrábamos ninguna desgracia en aquella fecha.
El 492 ya nos hacía subir las escaleras mecánicas saltando de dos en dos y pidiendo paso a los despistados que todavía no se habían enterado de lo del número. Si llegabas tarde no era fácil verlo, oculto tras decenas de personas que formaban un círculo en torno al número y a las flores y velas que ahora iban en aumento. Yo mismo traje ese día de casa una pequeña candela que prendí junto a las otras cuando pude abrirme paso.
-Dicen que es por una desaparecida. Alguien que lleva 492 buscando a su hija.
-Pobres padres, cuánto deben de estar sufriendo.
-Yo he buscado casos de desaparecidas de los últimos dos años y no me cuadra ninguna por las fechas.
-Hay casos que no salen en los medios porque la familia no quiere un sarao televisivo.
-Pues si no quieren sarao buena la están liando aquí.
No recuerdo si fue aquel día cuando apareció una cuenta en Twitter con idéntico contador de días, y que en seguida tuvo miles de seguidores, entre ellos muchos que ponían una foto del número como imagen de perfil y desde entonces la actualizaron cada mañana.
¿Fue ese 492 cuando salió por primera vez en televisión? Quizás fue el 493, convertida ya la plaza en un altar popular. A las muchas velas y flores que los condolientes compraban a un vendedor avispado, se sumaban también cartones, folios, post-its y cualquier trozo de papel donde escribir un mensaje solidario, así como postales de Mr. Wonderful con palabras de ánimo para quien a esas alturas podía ser la madre de una hija desaparecida, el familiar de una víctima de atentado islámico, los parientes de un hijo en coma, los días que un padre llevaba sin ver a su hijo después de que su ex mujer lo sacase ilegalmente del país, y otras versiones tanto o más rocambolescas.
Sí, fue en el 493 cuando apareció la primera cámara televisiva, después de que los servicios de limpieza intentasen despejar un memorial cuya extensión amenazaba el tránsito en la plaza. Nos resistimos, lo impedimos, nos negamos a permitir que aquel grito de dolor fuese borrado.
Tras aquel encontronazo con los barrenderos, varios nos pusimos de acuerdo en hacer turnos de guardia esa noche: para que no lo limpiasen con nocturnidad, pero también con la secreta esperanza de descubrir quién era el responsable, quién reescribía la cifra cada madrugada. Antes del amanecer sorprendimos a un joven que se arrodilló, frotó con un trapo el 3, y lo cambió por un 4. Nos acercamos respetuosos, preparados para abrazarlo y consolarlo, pero nos dijo que él solo era un espontáneo que había decidido cambiar el número para que el verdadero responsable no tuviera que exponerse a nuestra curiosidad y a las cámaras de televisión. Así, en días sucesivos fueron otros trasnochadores solidarios los que cambiaron el número, de la misma forma que cada mañana no faltaba quien traía una caja de tizas rojas y repasaba con primor la cifra para que no perdiese brillo.
Con el 494 aparecieron las primeras réplicas en otras ciudades: pintadas idénticas, en el suelo, grandes números rojos que reproducían la misma cuenta de Sol. En plazas céntricas de capitales, ciudades, pueblos, que crecieron en días sucesivos con cada vez más ciudadanos que en la distancia querían mostrar su respeto por aquel misterioso duelo.
El primer momento de tensión lo vivimos con el 495: un ramo de flores estaba engalanado por una ancha cinta amarilla, que encendió las alarmas.
-¡Lo sabía, es por los catalanes!
-¿Qué catalanes?
-Los presos. Los de los lazos amarillos. Nos han tomado el pelo, han plantado en todo el centro de Madrid un homenaje a los golpistas encarcelados, y nosotros como tontos poniéndoles velitas y flores.
Nadie se detuvo a comprobar cuántos días llevaban en prisión los independentistas, la nueva resolución del enigma triunfó fácil.
-Los catalanes quieren calentar el ambiente, porque el juicio empieza dentro de unos días.
-Se han reído de nosotros.
Algunos patearon flores y velas, refregaron los números para borrarlos, mientras otros pedíamos calma e intentábamos proteger el lugar hasta tener más seguridad.
-Pues si es por los presos yo lo veo bien. Están abusando de la prisión preventiva, esa gente no ha matado a nadie.
-Todavía no, pero andan buscando guerra. Que decían que les gustaría hacer como en Bosnia.
-Era Eslovenia.
Fue la primera vez que intervino la policía local, dispersando a empujones a los más enardecidos. Hubo gente que trajo lazos amarillos y nuevas velas, y también quien se presentó con una gran bandera de España y tapó con ella los números, mientras una joven intentaba hacerse oír en el barullo, sin éxito:
-Lo he comprobado y ningún preso catalán lleva 495 días. Los Jordis, que son los que más, solo llevan 457 días en la cárcel.
Al día siguiente, 496, comprobamos, entre aliviados y desconcertados, que el contador no era por los presos catalanes: esa mañana encontramos que en un rincón de la plaza un grupo de ciudadanos había dibujado por su cuenta otros números: 458, 332, 301. Junto a cada número aparecían las fotos de los independentistas catalanes que llevaban tantos días encarcelados, además de flores, velas y por supuesto lazos amarillos. Fue una mañana tensa. La policía formó un cordón para impedir que se acercase una panda de neonazis, pero también aumentó el número de personas solidarias con los encarcelados.
Mientras, junto a la fuente, alguien propuso una nueva interpretación al desafiante 496:
-Pues si no son los catalanes, serán los de Alsasua, que he leído que dentro de unos días revisan su sentencia.
-¿Los de ETA que atacaron a guardias civiles?
-No eran de ETA, fue una pelea de bar, pero los han tratado como terroristas.
-No son ellos: lo he comprobado y ya llevan 794 días en la cárcel.
-Pues bien están encerrados.
-Más de dos años por una pelea, y sin sentencia firme, qué barbaridad.
Por si quedaba alguna duda, al llegar el día 497 descubrimos que en un lateral de la plaza alguien había montado otro contador de protesta, este sí sobre los jóvenes de Alsasua, con sus fotos y un gran 795 en rojo.
Y no fueron los únicos: ese mismo día una mujer fue asesinada, y un grupo de feministas dibujó un enorme 8 morado al otro lado de la fuente, por las ocho mujeres asesinadas desde el comienzo del año, el peor enero en mucho tiempo. Rápidamente fue rodeado de flores, lazos, velas, fotos, y nos sumamos a un minuto de silencio, tras el que comprobamos que varios activistas estaban montando otro contador en una esquina de Sol, este para los cientos de inmigrantes ahogados en el año, y que iban actualizando cada pocas horas.
Al llegar el día 498, los cientos de concentrados comentábamos las muchas protestas numéricas que habían aparecido en las últimas horas: además de plazas de todo el país, había vecinos que en sus balcones improvisaban contadores sobre las causas más variopintas. Al mismo tiempo, en lo que parecía una acción concertada, habían descolgado pancartas con grandes números en algunos edificios emblemáticos y monumentos de varias ciudades.
-Dicen que han colocado un 498 junto a la Torre Eiffel.
-También en Berlín.
-Mirad, en Roma han formado un 498 humano con doscientas personas desnudas y tumbadas en el suelo.
-¿Pero qué quiere decir el 498?
Esa era la gran pregunta, que ya apenas nos hacíamos en los últimos días. Compartíamos la convicción callada de que la respuesta era inminente, pues en solo dos días llegaría el 500, que en su redondez debía de contener la solución a aquel enigma. Ese sería el gran día.
El 499 amaneció soleado, optimista, excitante, con una luz promisoria, como en las vísperas de grandes jornadas históricas. No hablábamos de otra cosa.
Por la tarde todas las miradas se concentraron en Sol, en el gran e ilusionante 499. Televisiones, redes sociales, y miles de personas que rodeábamos el número y ocupábamos todo el espacio peatonal, obligando incluso a que los otros contadores se retirasen a bocacalles.
-Como al final sea todo una broma se va a liar buena.
Los de las primeras filas no apartaban la vista del 499, como si en cualquier momento fuese a cambiar solo, mágico. De vez en cuando se producía un calambre en un extremo de la concentración, alguien creía haber visto a una figura misteriosa que intentaba abrirse paso con una tiza en la mano, y bastaba ese rumor propagado para que una ola agitase la plaza de un extremo a otro. No faltaba quien proponía canciones o consignas, algunas bien recibidas y otras acalladas a silbidos. Las cámaras de televisión, aupadas sobre plataformas donde los periodistas conectaban en directo con sus telediarios, tomaban planos de gente disfrazada, pancartas ingeniosas, famosos que provocaban revuelo, políticos que eran aplaudidos o expulsados con abucheos.
Cada pocos minutos mirábamos el reloj en lo alto, a la espera de no sabíamos qué hora bruja.
-Nos ha faltado traernos las uvas.
En las calles que vierten a Sol se alineaban furgones policiales, y cada vez más agentes nos rodeaban. Señalamos otros, armados, en azoteas y tejados. Una barrera de antidisturbios intentaba mantener libre la calzada por donde aún cruzaban autobuses con las ventanas llenas de rostros expectantes y turistas sacando fotos.
A pocos minutos de la medianoche el nerviosismo era generalizado. Las sacudidas eléctricas de la multitud, azuzada por incesantes rumores, provocaban caídas, pisotones, evacuación de desmayados, desplazamientos policiales, ambulancias que no podían atravesar la cada vez más ocupada calzada.
De lo que pasó después nadie está seguro, hay todo tipo de versiones, y aunque todos hemos visto grabaciones de cámaras de seguridad y vídeos de móviles, todavía no tenemos certeza.
Unos dicen que todo empezó por un grupo de exaltados, quizás provocadores que, enfadados de no poder entrar en la plaza, o decididos a reventar la concentración, habrían lanzado piedras provocando la primera estampida y la intervención policial. Incluso hay quien habla de policías infiltrados.
Otros culpan directamente a los antidisturbios, que en su empeño por despejar la calzada comenzaron a empujar a la gente y no tardaron en desenfundar porras.
Lo único cierto es que de pronto estábamos todos corriendo, tropezando, atropellándonos, mientras los furgones asaltaban la plaza sonando sirenas que en su estridencia amortiguaban el ruido leñoso de los porrazos en los cuerpos. Yo me fui pronto a casa, no tengo edad para jaleos y me ardía la garganta por los gases policiales, pero las carreras y escaramuzas continuaron durante toda la noche en las calles de alrededor, mientras un equipo de limpieza aprovechó el desalojo para darle manguera y cepillo a los números, barrer las velas, flores y carteles, y recoger las bufandas y zapatos perdidos en la estampida.
Cuando a la mañana siguiente salimos ansiosos del metro, no nos sorprendió encontrar el suelo impecable, sin huella de tiza. El operativo policial no dejaba que nadie se acercase a los alrededores de la fuente, y bastaba que alguien se agachase, aunque fuera para atarse los cordones, y un agente corra hacia él y le obligaba a levantarse.
Pronto supimos que en otras ciudades había dispositivos similares, y lo confirmó el ministro de Interior al anunciar, en rueda de prensa, que no se tolerarían nuevas concentraciones sin autorización, no estaba dispuesto a permitir que se repitieran los disturbios, y quienes los alentasen pintando números serían fuertemente sancionados.
Según pasan los días hay cada vez menos policía en Sol, pero también somos menos los que acudimos, y muy pocos los audaces que intentan despistar a los vigilantes para garabatear el número a toda velocidad.
Pero no han podido evitar que en otras plazas, en los barrios, aparezcan números rojos que mantienen viva la cuenta, día tras día: 500, 501, 502, 503. También en los balcones de las casas, donde ya se ven más contadores que banderas, sin que las autoridades hayan encontrado todavía la manera de prohibir su exhibición.
Cada vez cuesta más encontrar tiza roja. Algunos acusan al gobierno de retener cargamentos en los puertos, pero yo creo que somos nosotros, que estamos agotando las existencias de tiza roja.

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