Dame de tu genio, hasta el final
Sólo a un país enfermo
se le ocurre privarse del talento para cicateramente ajustar una
pensión que te confina y te obliga a abandonar
Debemos proteger a quién ha dado todo el esfuerzo que su persona soportaba y permitir a aquellos, cuyo trabajo lo permita, seguir aportando valor
Debemos proteger a quién ha dado todo el esfuerzo que su persona soportaba y permitir a aquellos, cuyo trabajo lo permita, seguir aportando valor
"Todos los buenos escritores expresan el estado de sus almas, incluso
cuando (como ocurre con escritores muy buenos) sea un estado de
perdición"
G.K. Chesterton
El Congreso se enfangó el martes en la refriega de los
alquileres, en el pellizco de Podemos en la nalga de los que buscan
techo para castigar a los que no cumplen su palabra, en la bronca de
siempre sobre si esto les rompe para siempre o si es una pataleta que
será reconducida. Pasó así desapercibida la aprobación por unanimidad de
una norma justa que afecta a no demasiados, pero quizá a los que nos
son imprescindibles, y que nos convierte en una sociedad que deja de
poner el genio y la inteligencia en el mismo platillo de las cosas
prosaicas que todos hacemos. Algo que mana más alto que la tan manoseada
excelencia.
El Congreso aprobó por unanimidad un
real decreto que impedirá que como sociedad y como país −¡ay, esos
patriotas!− nos veamos privados del genio, del arte, de la creación, de
la espuma del cerebro y de la creatividad de tantos y tantos que llegan a
la edad reglada de jubilación pero que pueden seguir dándonos qué
pensar, de qué gozar y disfrutar todavía por mucho tiempo. El Congreso
aprobó que los artistas, los creadores y los escritores no se vean
obligados a decidir entre seguir cobrando los derechos de autor
generados o seguir produciendo obras con las que nuestros espíritus se
expandan, aunque no sea al mismo ritmo ni con la misma premura, y cobrar
su pensión legal. A su aire, que así se han dado al mundo algunas de
las obras más hermosas del alma humana. Que Saramago no empezó a
escribir hasta los 60, que Picasso pintó toda la serie de las Meninas en
sus últimos años, que José Luis Sampedro escribió novelas gloriosas
pasada la barrera de los ochenta, que hay dedicaciones del alma en las
que, si la vida te respeta, el tiempo es sabiduría y cosecha.
Sólo la visión prosaica y mercantilista de las cosas podía habernos
conducido a esa situación en la que los artistas tenían que regatearnos
su inspiración por mor de no perder el plato de garbanzos. Ese momento
en el que tenían que elegir entre cobrar los derechos generados por sus
genialidades pasadas o percibir el legal y establecido sustento de la
pensión que para todos llega. Sólo a un país enfermo se le ocurre
privarse del talento para cicateramente ajustar una pensión que te
confina y te obliga a abandonar. Lo mismo sucede con algunos médicos e
investigadores de la sanidad pública de mucho talento o con muchas otras
profesiones y dedicaciones. Llegada su jubilación forzosa deben pasar a
la inactividad más absoluta, a dejar morir su talento y su sabiduría,
por mor de no perder la base de su sustento arriesgándola por la
insegura ganancia de emprender otros caminos a edad tan avanzada. Lo sé
por experiencia, uno de esos sabios sigue cuidándome de mi rara
enfermedad desde las quejas por su injusto apartamiento y por su exigua
retribución porque es un médico enorme y un ser humano inconmensurable
con un gran pecado en su haber: su entrega a lo público sin fisuras
durante toda una trayectoria de investigación y cuidados.
La propuesta, que de forma insólita, fue aprobada por unanimidad por el
Congreso prevé la elaboración de un reglamento que especifique más la
cuestión y que defina quién podrá y quién no adherirse a ello. Es una
vieja aspiración no sólo para la cultura sino para muchas actividades
intelectuales a las que la edad, si uno tiene la fortuna de que ésta le
respete la cabeza, no sólo no impide seguir produciendo en favor de la
comunidad sino que en muchos casos enriquece por el bagaje de
conocimiento.Hay muchas otras cosas en el fondo de la justa decisión
parlamentaria como la bajada del IVA al 10% de los servicios artísticos e
intelectuales y la regulación del pase a la Ley General de Seguridad
Social en los momentos de parón o de inactividad de los creadores. Toda
una hoja de ruta de lo que debería ser un Estatuto del Artista y del
Creador digno de una sociedad que se precie en la honra de sus
intelectuales y creadores y en la honra de la edad, de la experiencia y
de los beneficios que sin duda producen.
En esta
época en la que se ha ensañado al pobre a temer al miserable es seguro
que se alzarán voces innobles y sin conocimiento para exigir que una
gloria de las letras, un genio de la dirección cinematográfica, un
compositor de leyenda sean tratados con los mismos parámetros que nos
rigen al común de los mortales. Lo cierto es que no hay nada de malo en
que los saquemos del cesto dado que ellos ya están fuera por sus propios
méritos pero tampoco en que abramos el abanico de la utilidad y la
realización personal más allá de la fecha marcada por un decreto para
jubilarnos. Es obvio que las tareas que requieren de una determinada
disposición física no pueden ser prorrogadas, por mucho que digan los
gurús económicos y así hay que rebelarse contra las ampliaciones
generales y espurias de la edad de jubilación. También debemos proteger a
quién ha dado todo el esfuerzo que su persona soportaba pero eso no es
incompatible con que se permita a aquellos cuyo trabajo lo permita
seguir aportando valor, de forma menos gravosas y menos estresantes −la
edad pesa para todos− con una vejez activa y un complemento para las
cada vez exiguas pensiones en la seguridad de que, esos nuevos trabajos
que también cotizan, podrán mejorar los ingresos de la extenuada fuente
de las pensiones.
Una unanimidad en el Congreso que
debe ser una unanimidad social. Los necesitamos y cada vez con más
fuerza. "El arte es la mentira que nos permite comprender la verdad",
dijo Picasso. Nunca habíamos necesitado tanto de ésta, de la verdad,
nunca tanto había dependido de ella
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