Nos hemos venido arriba con Venezuela
Pude
ver con mis propios ojos, en la frontera de Cúcuta, el drama de las
familias venezolanas que tenían que dejarlo todo para huir, por hambre,
por no tener que dar de comer a sus hijos o demás miserias. Fue en junio
del año pasado, las mujeres vendían su pelo en la frontera para pagar
el pasaje de bus, la explotación sexual era lo más cruel que pude ver en
mi vida.
Y ahora todo ha empeorado, no me lo quiero ni imaginar, tres millones de personas han salido ya del país, el equivalente a todo Madrid, muchas de ellas lo hacen caminando en la carretera de Cúcuta a Bucaramanga,
195 Km, una parte importe de ellos niños que tienen que soportar
temperaturas cercanas a los cero grados sin estar preparados. Un drama
indiscutible, lo mires por donde lo mires. No hay quien lo defienda y
Maduro es el principal responsable.
Mientras todo este drama sucedía, en España sobre
todo, pero no solo, Venezuela ha sido la mejor de las cortinas de humo
para que partidos puedan esconder sus miserias y el mejor de los ataques
a los oponentes. Ha sido una táctica recurrente en todo proceso
electoral de América Latina y en Venezuela se conocía y resentía,
incentivaba la retórica.
Se hizo de Venezuela una caricatura, una perfecta arma
arrojadiza, un recurso argumentativo más al que recurrir de un país que
nos queda muy lejos, exótico y tropical al cual eso sí, le compramos mucho petróleo y le vendemos armas, el negocio es el negocio.
Pretender que el Chavismo deje pacíficamente el
gobierno con una maniobra manejada con mando teledirigido desde EEUU es
una insensatez que puede llevar a un drama mucho mayor que el actual. Lo
saben, lo sabemos.
Venezuela es un país que se mueve entre alfileres, históricamente muy violento, solo en 2018 hubo 23.047 las muertes violentas, con un odio y polarización feroz entre chavismo y oposición que no conviene seguir alimentando. Y, no lo olvidemos, las mayores reservas de petróleo del mundo, que nunca suelen ser amigas ni de la democracia ni de los DDHH, es una maldición, la de los recursos naturales.
Puede que Trump, Bolsonaro, Macri y Duque,
bienintencionados todos ellos, lo tengan todo atado y bien atado y
consigan desde la distancia una transición tranquila en Venezuela. Rusia
y China estoy seguro estarán interesados y arrimarán el hombre para
“restablecer la democracia”, una reconciliación nacional, económica
boyante y el pan y las medicinas nuevamente a las mesas de los hogares.
Puede ser, pero también se puede ir de las manos y
terminar en una guerra, en una sangría cruel que después no se sepa
apaciguar. Y la guerra llegue a América Latina, sería la última y la
peor de las crisis que la región nos viene deparando los últimos dos
años.
Estamos jugando con fuego y tratando de solucionar un
difícil conflicto a cañonazos, denigrando al adversario y
enfureciéndolo. Nos estamos viniendo arriba cuando lo que se requiere es
una mediación discreta, bajar la tensión entre las partes y garantizar
el cumplimiento de los derechos humanos. Seguir incentivando un proceso
de diálogo político inclusivo, verídico y efectivo que contribuya a
recobrar el estado de derecho. Diplomacia discreta.
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