Cinco claves para poder entender la disputa política en Venezuela
- El reto que aquí abordamos es responder en pocas palabras a una pregunta compleja: ¿Cómo ha llegado Venezuela a esta situación?
- Hoy
parece que lo responsable pasa por dejar de utilizar Venezuela como
arma política, normalizar la cooperación y fomentar todo tipo relaciones
con América Latina
“Hemos
partido de un gran prejuicio, que es de las cosas peores que puede
pasar en política. Los prejuicios son dogmas. Y los dogmas llevan
normalmente al fanatismo y al desastre.”
Así vaticinaba ante la prensa el expresidente español, José Luis
Rodríguez Zapatero, notablemente preocupado por la “descalificación
preventiva” de las elecciones presidenciales en Venezuela.
Cualquiera que hoy mire al país caribeño tiene serias dificultades para entender lo que está pasando. La dualidad se ha transformado en confusión
y el torrente mediático, excesivamente laminado por prejuicios y
opiniones de parte, contribuye más a desorientar que a informar.
Lo
cierto es que Venezuela parece partida en dos. Esto es evidente cuando
podemos hablar, a la vez, de un presidente validado en urnas y otro
auto-proclamado. Cuando se presenta como actores diferentes a una
República soberana reconocida por las naciones progresistas del
continente, Rusia y China y un gabinete paralelo avalado por los Estados
Unidos de Donald Trump. Y dependiendo del medio que uno observe, puede
ver movilizaciones sociales de carácter popular defendiendo al Gobierno o
marchas opositoras dónde la dirección es una suerte de combinación
entre oligarquía, élites y clases medias pidiendo el fin del proceso
bolivariano
El reto que aquí abordamos es responder en pocas palabras a una pregunta compleja: ¿Cómo ha llegado Venezuela a esta situación?
Intentamos introducir algunas claves que nos ayuden a interpretar la situación que vive actualmente el país caribeño.
1. La “Revolución Bolivariana” es un proceso que dura dos décadas y que busca sacar al país de la dependencia
La Revolución Bolivariana condensa dos
décadas de conflicto inacabado entre el carácter estructuralmente
dependiente del país en la economía mundial y la voluntad política
soberanista que inspiró el nacimiento del chavismo a finales de los años 90.
Podríamos definir este proceso como una lucha de lo político contra los condicionantes económicos. Un esfuerzo patriótico activo por “desconectar” al país de la lógica económica mundial que la condenaba a ser un exportadora de petróleo, con el objetivo de poder construir un proyecto soberano.
Por
el camino, el proceso ha ensayado, explorado y rectificado diferentes
vías para construir esta alternativa. Veinte años cargados, a la vez, de
éxitos y fracasos.
Hoy,
el conflicto saca a la luz esa tensión inacabada entre dos maneras de
entender el papel que debe tomar Venezuela en el mundo: dependencia o desconexión.
2. Venezuela es un país rentista petrolero, incapaz hasta el momento de diversificar su economía
Venezuela nunca había logrado superar su papel como país que vivía de las rentas del petróleo.
Cuando a comienzos del siglo pasado el país caribeño empezó a explotar
el petróleo prácticamente no existía otra actividad productiva rentable.
Esto determinó su relación con la economía mundial, sometiendo la
economía nacional a una tendencia conocida como la “enfermedad
holandesa”. Ello ha obstaculizado de forma crónica la diversificación
productiva que Venezuela necesita para modernizar realmente su economía.
No
obstante, cuando durante la década pasada los precios del petróleo
alcanzaron máximos históricos existió un amplio margen para acometer
políticas redistributivas. Pero este anclaje petrolero de la economía
venezolana también se tradujo en la dureza económica que sufrió el país cuando los precios se desplomaron.
En términos generales, la gravedad de la crisis no se ha dado tanto porque el país fuera rentista, sino porque este flanco ha sido aprovechado por los enemigos del chavismo para golpearle.
El momento idóneo para iniciar esta ofensiva parece haber sido la
muerte de Chávez, que ha llevado a muchos a considerarla como una crisis
de liderazgo en el chavismo. Las peores consecuencias de estos golpes
fueron el desabastecimiento, la falta de liquidez, la facilidad para
dañar al país con políticas de embargo o la liquidación de su moneda por
la vía de la especulación cambiaria. Es lo que el chavismo ha bautizado como “la guerra económica”.
3. La táctica opositora del enfrentamiento entre poderes lleva practicándose desde el año 2015
La
búsqueda de asaltar el poder mediante la táctica de la dualidad y el
enfrentamiento de poderes empezó cuando la Mesa de la Unidad Democrática
(MUD) ganó la Asamblea Nacional en 2015. Empezó entonces un ciclo de
impugnación al presidente en el que la oposición se veía ganadora. Henry
Ramos Allup (Acción Democrática) bromeaba con el “degüello” del
chavismo y Leopoldo López (Voluntad Popular) soñaba con convertirse en
una suerte de guerrillero urbano “pop-star” aupado por los mass-media.
Esta táctica esperaba forzar la salida de Nicolás Maduro del poder combinando desacato parlamentario, aislamiento internacional y movilización social en las calles.
Nicolás Maduro intentó reconducir la situación apostando por la apertura de un “Ciclo Constituyente” donde intentó desplazar el campo de disputa hacia lo electoral y el espacio de la negociación.
La
convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) radicalizó las
formas violentas de la oposición y, cuando quiso darse cuenta, hizo
elegir al pueblo venezolano entre votos o balas. Ante esta disyuntiva, la victoria constituyente desactivó la movilización en las calles y reavivó enconados debates tácticos entre las fuerzas opositoras que conformaban la MUD.
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Quebrada esta unidad, el chavismo convocó las elecciones a las gobernaciones en octubre de 2017, dónde la oposición participó y fue derrotada en la amplia mayoría de Estados. Esto generó una implosión absoluta de la MUD, que se vio incapaz de concurrir unida a las elecciones municipales de diciembre de 2017.
Mientras
tanto, el chavismo también logró derivar la disputa hacia espacios
internacionales de mediación, donde, a medida que pasaba el tiempo, la
oposición se iba desgastando. Fue el caso del proceso de diálogo en
República Dominicana, en la que la oposición era incapaz de llegar a un
solo acuerdo sin que le pasara más factura a su unidad y entre sus
bases.
Con sus rivales enzarzados en luchas intestinas, el Gobierno las elecciones presidenciales en las que Nicolás
Maduro se proclamó como Presidente por un mandato de 6 años tras
derrotar a los opositores Henri Falcón (Avanzada Progresista) y Javier
Bertucci (El Cambio).
4. La estabilidad política permitió al Gobierno promover nuevos acuerdos económicos que cambiaban sus relaciones en el marco de la economía mundial
La
estrategia constituyente de Nicolás Maduro había logrado fragmentar,
desmovilizar y contaminar de crisis de representación a la oposición.
Esto generó un acelerado envejecimiento de sus liderazgos, tanto de los que venían de la IV República como aquellos que habían emergido al calor de la oposición al chavismo.
Derrotada su oposición, el Presidente había conseguido instalar un cierto periodo de estabilidad. El mismo permitió
a Venezuela alcanzar un acuerdo millonario con China para impulsar
proyectos en materia de petróleo, minería, seguridad, tecnología y salud.
Esta estabilidad no sólo logró acuerdos para modernizar el país y diversificar el país, sino que también ancló una nueva tendencia en la relación de Venezuela con el nuevo polo económico mundial incentivado desde Pekín.
Todo parece indicar que la “Operación Guaidó” aspira a resolver esta situación mediante la inauguración de un nuevo ciclo movilizador.
Él mismo se aprovecharía de la nueva correlación de fuerzas en el
ámbito regional y podría auspiciar una nueva hornada de liderazgos
renovados. El propio Guaidó es la materialización más inmediata de la
nueva estrategia de recomposición de las fuerzas opositoras.
5. La disputa mundial entre bloques se ha encontrado con dos décadas de disputa nacional no resuelta.
Las
reacciones ante la auto-proclamación de Guaidó muestran una grieta que
trasciende más allá de Venezuela. Hoy en día el mundo se mueve en una
tensión constante entre dos bloques: uno nuevo
que intenta asentarse (liderazgo por la alianza chino-rusa y la suma de
otras potencias que han encontrado su oportunidad en el nuevo tablero
internacional) y otro viejo
que lanza una contraofensiva para recuperar posiciones (liderado por
los EE.UU de Trump, donde le acompañan sus históricas áreas de
influencia y los nuevos liderazgos de corte reaccionario promovidos en
países como Argentina o Brasil).
Hoy Venezuela está convirtiéndose en el centro de las disputas de un mundo partido en dos. A dos décadas de conflicto nacional se le ha sumado un momento de tensión internacional generalizada entre bloques,
desconocido desde la Guerra Fría. No es de extrañar que la primera
reacción de la Unión Europea, favorable a Guaidó, haya sido lenta,
comedida y tímida. Es reflejo de un periodo internacional de
incertidumbre generalizada.
Si
reconocemos que la estabilidad política es necesaria para que el
Gobierno sea capaz de impulsar una política económica y nuevos acuerdos
internacionales que orienten el país hacia una “desconexión” de su
condición rentista petrolera, la acción opositora no sólo puede
entenderse en clave nacional, sino también en clave internacional.
La
iniciativa de Guaidó y el apoyo estadounidense buscan reanimar la
impugnación a Maduro, elevando la disputa al terreno internacional, así
como bloquear el realineamiento de Venezuela en la economía mundial. Es
una operación contra Maduro, pero también contra el nuevo liderazgo internacional disputado por la alianza entre China y Rusia.
¿Qué papel debería tomar España en esta nueva coyuntura?
Independientemente de las discrepancias que se tenga con tal o cual
gobierno, cualquier apoyo a una acción desestabilizadora que pueda
empujar a un país latinoamericano hacia un conflicto civil sería una
noticia horrorosa. Ésta fue la posición compartida por el expresidente
español José Luis Rodríguez Zapatero, de tendencia socialdemócrata, al
conocer de cerca los sucesos en el país caribeño a través de su
actuación como mediador internacional durante todos estos años.
Las
palabras de Zapatero ya fueron rotundas cuando se refirió, hace unos
meses, a la postura de la descalificación preventiva de las elecciones
de mayo de 2018: “Eso siempre es un fracaso. Y quienes apuesten por esa vía no van a acertar con Venezuela”.
Sin
embargo, el presidente Pedro Sánchez, también del Partido Socialista,
parece haber ignorado los consejos de su compañero de partido, y ha
respondido dando ocho días para que el gobierno convoque elecciones o
reconocerá a Guaidó. Así, la agenda exterior española queda fuertemente
condicionada, una vez más, por los intereses norteamericanos,
renunciando a aprovechar la posición privilegiada de España para mediar
de cara a una salida dialogada entre las partes ante este conflicto.
Hoy parece que lo responsable pasa por
dejar de utilizar Venezuela como arma política, normalizar la
cooperación y fomentar todo tipo relaciones con los distintos países de
América Latina. No se trata
sólo de ser prudentes, sino también de ser coherentes, leales y
cuidadosos con los vínculos históricos que unen a nuestros países.
David Comas (@Dcomas89) es analista político y Nicolás Salorio es economista.
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