miércoles, 22 de febrero de 2017

Versos por si acaso


Sonó la vida sin más
tocando en las esquinas,
de repente,
como ella hace las cosas,
y se inundó la calle
con alevoso dengue
de un aroma tan nuevo
y convencido
que hasta los muertos de ayer
iban resucitando
sin querer
como aquel señor don Gato
sentadito en su tejado
de los corros de la infancia,
muerto en acto de servicio
por curioso e imprudente
al buscar a la gatita
sobrina de un gato pardo
con la que se iba a casar,
y se cayó del tejado
cuando la iba a visitar 
-marramiau, miau, miau-,
pero apareció la vida
y así se le cambió el plan
a la muerte malandrina
y por el birlibiloque
con que lo vivo trajina
el drama que pudo ser
se cambió en fiesta feliz
y el duelo finiquitó 
al olor de las sardinas
mientras su entierro pasaba
por la plaza del mercado,
el felino casadero
se encontró resucitado
-marramiau, miau, miau-. 
No hay como un cuento infantil
lleno de imaginación
para dar a lo más negro
un maravilloso fin 
que lo libre del marrón
de un fatum chisgarabís.

Son milagros de la vida
o la vida que es milagro
por el hecho de vivir
y además poder contarlo
sin mordazas ni sordina
siendo pueblo y siendo voz
danzando por las esquinas,
sin que nada pueda atarla
a la pata de la mesa
ni a la guantera de un coche
ni a un convenio ganancial
ni al umbral de una oficina.

La vida es esa sorpresa
que se sorprende a sí misma
al borde de la mañana
o al aliento de la noche,
y que no pide permiso
para entrar de sopetón
en el recinto fatal
de la inercia y la rutina.

La vida es tan revoltosa
y tan poco definible,
tan poco respetuosa
con todo lo previsible
que no hay forma de domarla
ni de hacerla razonable,
obediente y primorosa;
y hay que dejarla a su aire,
ella siempre va por libre.

La vida es esa naranja
de la que somos los gajos,
la granada deliciosa,
la espiga y el jazminero,
el soplo de la sustancia
y resuelve el universo
en música silenciosa
que danza entre los almendros.

La vida nunca se acaba
y aunque no sepamos verlo,
eso que llamamos muerte
es tan solo el pasaporte
en medio de un viaje eterno.

Hay otra muerte peor
que separarse del cuerpo,
es la muerte voluntaria
que mata los sentimientos
y revienta de emociones
que no permite siquiera
ni una chispa de conciencia,
es capaz de hacer el mal
y de causar sufrimientos
para sacar beneficios
y simular inocencia
y hasta desconocimiento,
sin alma ni compasión,
siempre oculta en la mentira
que amor le llama al deseo
que domina y tiraniza.

En ese estado letal
de máquina programada
para morir y matar
no hay sitio para los vivos
si no se nace de nuevo
a la vida de verdad.
Y eso sí que es estar muerto.

Pululando en ese plan
ya no hay olor a pescado
ni perfume de sardina
capaz de resucitar
en la plaza del mercado
al fiambre que se empeña
en vegetar enganchado
a una trola demencial
a la que ha llamado "vida"
y se obstina en prolongar
en un sueño enloquecido
que le parece real
y es parte de su mentira.

El "secreto" de la vida,
la fórmula magistral
no es ninguna teología
ni un truco intelectual,
nadie tiene la exclusiva:
es tan solo despertar.

   Resultado de imagen de cesto de flores

 





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