Artículo en la revista PSYCHOLOGIES
Emboscados bosques
Joaquín Araújo |
Tres árboles nos crecen por
dentro para hacernos crecer. Enramado y
enraizado es el sistema circulatorio, sin dejar
de tener tronco y ese fruto crucial al que
llamamos corazón. Árboles, concretamente dos
pero colocados bocabajo, son nuestros pulmones…
Todavía más boscosa resulta la trama que nos
hace humanos. En efecto: el chisporroteo de las
ideas; la fronda de las emociones y la
fertilidad de los recuerdos manan de esa copa, o
nube, que es el cerebro y que luego transitan a
través de un sistema que de nuevo imita a las
estructuras arbóreas. Cada neurona es un árbol y
todas ellas, por supuesto, son herederas e
imitadoras de estructuras fractales todavía más
antiguas y transcendentales. Nos referimos a las
seguidas por el agua, primera fuerza creadora,
tanto del bosque como de todas las criaturas,
entre las que estamos.
Si llevamos un bosque puesto por
dentro, si cuando extendemos los brazos, también
imitamos al árbol, mucho es también lo que nos
llama cuando encontramos al bosque de afuera.
Emboscarse supone bastante más que el alivio de
las sombras, las canciones de los pájaros, la
fascinación por lo desconocido. Ortega y Gasset
comparó a la arboleda con la reflexión y con los
libros. Rilke intuyó que la sensibilidad hacía
crecer al árbol que contemplaba a través de su
ventana. Recientes estudios clínicos han
demostrado que algo tan sencillo como poder ver
árboles desde la cama acelera la curación de los
enfermos en los hospitales...
Una herencia casi olvidada.
Salimos de las arboledas con un
equipo sensorial y con un conato de destrezas
intelectuales en gran medida conformado por las
exigencias de una vida emboscada. Durante varios
millones de años trepamos, saltamos, mejoramos
la mano... Durante el mismo tiempo fue necesario
comunicarnos sin vernos directamente. Incluso
ver los colores, los relieves, apreciar la
velocidad es fruto del vivir en la arboleda.
También llevamos puesto un pasado de vínculos
con la floresta. Nuestro primer y más usado
techo fue de hojas.
Acaso por eso el bosque nos
sigue convocando. Algún rescoldo todavía
caliente queda en algún esquinazo de nuestro
subconsciente. La arboleda, en realidad resulta
indistinguible de nuestros primeros pasos, de
nosotros mismos. De ahí que nada palidezca, sino
todo lo contrario, si afirmamos que somos como
somos porque una vez, no hace tanto tiempo,
fuimos bosque. Reconozcamos, como nos enseñan
los antropólogos, que la mayor parte de nuestro
aspecto es el resultado de una convivencia, de
algo más de 10 millones de años. Nada de irreal
tiene el afirmar que los primeros borbotones de
la inteligencia, la comunicación verbal, los
sistemas sociales y la habilidad manual,
nacieron entre troncos, sombras y espesuras.
Hasta el punto de que pocas cosas hemos hecho
tan decisivas como “andarnos por las ramas”.
Nuestros primos, los grandes primates están
todavía ahí para recordárnoslo.
Silvafilia.
Decía Fernando Savater que la
tarea del héroe es, precisamente la del hijo
pródigo, es decir la del que se aleja del hogar
para regresar al mismo. Bella metáfora: ésta la
de incluir el origen en el destino,
sencillamente porque lo es también de la vida
misma. Exactamente así procede el nómada
perpetuo que es el agua, o no menos asiduamente
lo hace el mismo árbol, que no en vano se nutre
en no poca medida de él mismo. Y si muere ya es
fertilidad futura.
¿Volveremos los todavía más
inquietos viajeros –nosotros, los humanos-
alguna vez a la vieja casa que es la arboleda?
Seguramente resultará imposible,
pero no el devolverle algo de lo que de ella
extrajimos o extraemos.
De momento no va nada mal el
apego que se aviva cada vez que un humano entra
de nuevo en la floresta; o la contempla; o la
reproduce en el patio de su casa; o la convierte
en el espacio común más solicitado de lo más
artificial. No deja de resultar apasionante que
lo más alejado, hoy, de la selvática matriz de
todas la civilizaciones, la ciudad, considere
como su mejor mueble urbano al árbol.
Y esto sucede seguramente por lo
que los sicólogos ambientales explican con
maestría. Ellos mantienen que el árbol desata en
nosotros una reacción espontánea de simpatía.
Algo nos permite vincularnos inconscientemente
con el hogar primero. A lo que, seguramente
conviene sumar que los indicadores para nuestra
propia supervivencia -no sólo del pasado, sino
también del presente y del futuro- se adensan y
agigantan si hay bosque en el derredor.
Vincular a la arboleda con
mayores posibilidades para nosotros, absorbe un
montón de coherencias. Pero muchas más en estos
instantes cuando resultan los más eficaces
controladores de los excesos de nuestro bulímico
consumo de energía. Su capacidad para fijar
carbono, es más, va de la mano de otros tantos
servicios sanitarios de no menor valía. Retienen
las contaminaciones de partículas; amortiguan la
carcoma del ruido; fijan los metales pesados;
retienen los suelos y siguen siendo la gran
fonda de la vida. Las mayores cantidades de
especies diferentes, en efecto, se albergan
todavía en los bosques del planeta. Como tales
imprescindibles, incesantes e ingentes nervios
resultan del todo gratuitos sería de elemental
sentido de la cordialidad el que una selva de
agradecimiento nos naciera como las hojas en
primavera.
De alguna forma no sólo somos hijos del bosque también, hoy, hemos llegado a ser sus padres. Un tanto parricidas, por cierto, desde el momento en que cada segundo son abatidos 161 grandes árboles, en algún lugar del planeta, lo que supone perder todos los años el equivalente a todos los bosques de España. Por eso todos los árboles del planeta han venido a depender de nuestras decisiones. Es más, se les puede encomendar que restauren la transparencia de los aires. Sería una sola de las más de dos mil funciones que hemos ya identificado que acometen los mejores logros de la historia de la vida en el reino vegetal. Como nosotros somos lo mismo, en el de los animales, toda alianza entre tan descomunales monarcas, solo puede traducirse en beneficios mutuos. Por eso mismo culminé el guión de uno de mis documentales con esta frase.
“Si conseguimos un bosque de
bosques tenderemos una humanidad más humana.”
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