¿Un título? Y yo que sé...
Andaba mi aburrimiento
junto a mi curiosidad
pululando por "touyube"
cuando me encontré de golpe
una extensa galería
donde reflejos había
del sueño que nunca tuve:
los espejos de Narciso
socarraban el espacio
con ínfulas baratarias
y algún toque estrafalario
donde provectos señores
y señoras del belcanto(?)
voceaban sin pudores
el elenco imaginario
de una colección de amores
que convertidos en humo,
miedo, cinismo y fracaso,
saturaban la atención
y amuermaban el oído
con tanta repetición
de neuras a tresbolillo,
reproches de tres al cuarto
celos a la vinagreta
y enfados de ringorrango
con un toque solapado
de supina prepotencia
donde alternan sin ambages
la coacción y la amenaza
con improperio y chantaje...
Y a ese conjunto de penas
le llaman "canción de amor"
cuando sólo se reduce
a un catálogo de sombras
donde exhibir el doblaje
de la cutre condición
que encadena los esquemas
de tan triste involución
Un elenco de retratos
rifados al por mayor
va dibujando unos trazos
hechos sin definición:
hombres que "mueren de amor"
mas siempre en cómodos plazos
que se pueden alargar
de la postadolescencia
hasta los ochenta años,
con las mismas situaciones
y los mismos altibajos,
con las mismas primedonne
atándose los refajos.
Mujeres que no se encuentran
si un hombre no les amarga
ese pan de cada día
con engaños y rodeos
y las deja hechas puré
entre cuernos y sonrojos
exigencias, citas ciegas,
promesas nunca cumplidas
geishas, coristas, huríes
y notorias verborreas
con discursos aprendidos
en un sálvese quien pueda.
Y el mause va señalizando
el club de los oprimidos
que buscando libertad
en tan turbio zafarrancho
dejan sus tristes miserias
a lo alargo y a lo ancho
de trolas alucinadas
y patéticas condenas.
Aquel que no se despierta
nunca le canta al amor,
sólo se canta a si mismo
y siempre en un La mayor
inflado de patetismo
que acaba en un Re menor
sumergido en el cinismo,
en el miedo y el tormento
o en algo mucho peor
como es la muerte del cuerpo
o locura al portador.
Insistentes, fanfarrones,
quejicas repetitivos,
acusicas, peleones -
como le ocurre al mal vino-
no tienen capacidad
para iniciar un camino.
Se quedan a media torta
entre enfados y suspiros,
en jamacucos llorones.
O tal vez enmascarados
en un ataque de euforia
se pasan al otro lado
y olvidan la desmemoria.
Para cantar al amor
no basta con admirarlo
de lejos y con coraza,
con monóculo y espasmos,
con lupa de microscopio
ni dedicarle un tratado
con antífonas, sopletes
y aullidos desencajados.
Para cantar al amor
hay que dejar las maletas,
el peso del equipaje,
el canguelo y las rabietas,
la sombra del personaje.
Hay que olvidarse del ego,
tener la pilas bien puestas
para que alma y corazón
encuentren la mesa puesta,
los manteles impecables
y las sábanas de seda.
Que la humildad nos perfume
con esa dulce alegría
única y esplendorosa
que convierte cada espina
en sanadora frescura
como un aroma de rosas.
Que el olvido de uno mismo
acabe en protagonista
y la generosidad
se convierta en la maestra
que ilumina nuestra vida.
Y que cuando contemplemos
el rostro del más amado
no busquemos los reflejos
de un ego mal disfrazado
en nuestros bajos deseos,
sino la dulce abundancia
de la más bella ternura
y la más preciosa gracia.
En vez de cantar penurias
a causa de las torpezas,
regañinas y disgustos,
versos espesos y amargos,
adioses negros y adustos,
hay que mirar la belleza
que regala ese regalo
al mantener nuestra llama
con su aliento que es el nuestro;
con él cambian los paisajes
y los pesos se aligeran,
las flores llenan los prados,
el sol brilla en la nobleza
de la cúpula celeste
y las más bellas canciones
nacen de idéntico abrazo
cuando se tiene el valor
y el permanente deseo
de entregarse sin remilgos
a la más dulce bonanza
que desde la eternidad
es el destino seguro
donde nace la alegría
en los corazones puros
por más que estén despistados
y encadenados al muro
de una letal entropía
o presos en la caverna
de un mundo destarifado.
Entonces el universo
gira al ritmo de otro amor
con sorpresas deliciosas;
el tiempo se confabula
con la visión de los sabios
y las palabras amadas
brotan siempre naturales
como miel entre los labios.
No hace falta erudición
ni copiar las expresiones
de los que se enamoraron
en diversa condición
y distinta circunstancia;
mejor es abandonarse
al torrente sempiterno
que nos corona la mente
ilumina el corazón,
armoniza nuestros cuerpos
y nos alimenta el alma;
así reconoceremos
que la creación se renueva
y no repite expresiones
que no sean originales
nacidas de una verdad
que ya en nada se parece
a las verdades parciales.
Cuando se vive ese estado
sin volver la vista atrás,
cuando sólo por amor
conseguimos respirar,
escapamos del mercado
y de la trampa fatal
que nos impide crecer
y no sólo consumir,
malvender y dominar,
ni tristeza ni recuerdos
ni admiradores pesados,
pelotas o encantadores,
ni consuelos adobados
por intereses menores,
conseguirán apartarnos
del amor de los amores.
Y cuanto más olvidamos
nuestro pobre egocentrismo
en el delicado abrazo
de ese amor inconfundible
sentimos que en este mundo
no habita ni habitará
otro amor que sustituya
esa completa bondad
viva en todo cuanto existe.
Con su voz nos despertamos,
en su silencio dormimos,
de su aliento reposado
suavemente nos nutrimos,
su ternura respiramos
y su mirada perenne
nos reviste de armonía
y aunque a veces nos parezca
que esté ausente,
entre la tierra y el mar
y el aire que nos sostiene,
no hay distancia que separe
aquello que ha unido el cielo
con lazos de eternidad
y aunque mensajes garrulos
lo intenten descafeinar
lo que guarda solamente
ese amor excepcional
no lo borra ni lo altera
la necia imbecilidad
que copiando las maneras
y el toque superficial
trepa por las escaleras
de una mentira sumisa
y una rijosa verdad.
Ese amor no tiene precio.
Su cuerpo es un santuario
de tamaño universal
donde cabe el mundo entero.
Su voz un canto perenne,
sus pensamientos
un lago de serena claridad,
su mirada una montaña
altísima y trascendente
y su beso, la delicia
de un jardín inenarrable
donde crecen tantas flores
de perfumes diferentes
siendo la misma sustancia,
y agua de la misma fuente.
Su risa es fresca y alada
como brisa celestial
y sus pasos una danza
al ritmo del arcoiris.
Mientras camina contigo
y eres consciente de ello
se despiertan los aromas,
se enciende el azul del cielo
y se arrullan las palomas
en el organdí del viento.
¿Para qué contar mi historia
ni el color de mis deseos,
para qué pedirle nada ni exigirle,
si le quiero,
si desde que le encontré
en el centro de mí misma,
si me he visto, ni me acuerdo?
¿Qué puedo contar de mí
si sólo vivo en el centro
de ese increíble jazmín
que me regala la aurora
en el fondo de la noche
y comparte cada instante
en el soplo del ahora?
¿Qué podría yo pedirle
a quien todo me lo da,
qué estúpida vanidad
me puede empañar su rostro?
¿Qué cretina insensatez
podría engañar mis sentidos
si sólo me habita amor
y ya no me queda sitio
ni ganas de contemplar
una distinta figura
ni impulso para danzar
ritmos que suenen distinto
a esa música divina
con tan dulce partitura,
que exhala su caminar
mientras camina conmigo
y anima el paso de todos
en un mágico danzar?
¿Qué grisáceos monigotes
pueden fingir su apostura
y qué torpes trovadores
le podrían imitar
colocando mil fetiches
en el centro de su altar?
¿Qué inciensos perfumarían
con falsas emanaciones
la luz con que amor envuelve
la vida en sus bendiciones?
Que le den morcilla al mundo y
butifarra a la peña
que me ofrece un bocadillo
de pan duro y mal sabor.
Pues desde lo más profundo,
desde la verdad más bella,
nunca viví nada igual
ni encontré tal excelencia
ni realidad más entera
que el tesoro de ese amor
que va del cielo a la tierra
naciendo del corazón
y es el perfume sutil
vivo en la naturaleza
que a todo le da sentido
que no fenece ni mengua
entre memoria y olvido.
Está tan lejos amor
de la cutrez bananera,
de las viejas tonadillas,
de los sermones obtusos
y de las caras de acelga,
como la mina más honda
lo está de cualquier estrella.
Cuanto más interferencias
ponen en su caminar
más brilla y más se revela
su exquisita inmensidad.
Así vivo en el amor.
Y así le quiero cantar.
Que ya no me queda "yo"
que me merezca la pena,
ni mentiras de guardar,
ni nostalgias de un ayer,
ni puedo dar marcha atrás
en este largo camino
que desde la tierra al cielo
me conduce sin parar
hasta mostrar que en el suelo
se encuentra la eternidad
camuflada de imposible
y que no puede haber cielo
que no sepa iluminar
la tierra que da sustento
a su imagen material.
Que sólo existe este tú
que danza en el compromiso
y nace de la conciencia
en medio de este yosotros
y un alma multiplicada
en millones de millones
por el amor infinito
en el bosque de la esencia.
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