miércoles, 1 de febrero de 2017

Estereotipos

Acostumbraba a descalificar y a llamar rancios a todos los que no pensaban ni hacían lo mismo que él. A base de tanto roce con lo que tanto aborrecía acabó enranciado sin remisión y convencido de que lo suyo era una especie de frescura rara que nadie comprendía ni soportaba. 

Era tan perfecta, tan perfecta, que se murió de aburrimiento.

Había conseguido triunfar en la vida; había superado todos los obstáculos, todos, menos el miedo a parar de conseguir cosas y a quedarse solo frente a sí mismo. O sea, frente a la nada.

Exigía que todos le adorasen y le admirasen aunque  no era capaz de soportarse; paradójicamente en el fondo despreciaba a sus admiradores y a las personas que, como su mujer, le querían como era; no entendía que alguien inteligente y válido no viese sus miserias o no las tuviese en cuenta. Pensaba que eran tontos, no veía que eran generosos y no les importaba su precariedad.


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