Antón Losada
Quién nos lo iba a decir, que acabaríamos echando de
menos a Ruiz-Gallardón como Ministro de Justicia. El gris y discreto
burócrata que le sustituyó, Rafael Catalá, se ha revelado como un
aspirante a estrella de la política, con un hambre insaciable de
titulares y micrófono, una atracción incontenible por las luces y los
brillos de las cámaras y una oscura voluntad de retorcer el Estado de
derecho hasta volverlo completamente del revés; es el ministro Bakalá,
siempre acelerado y pasado de vueltas. A su lado Gallardón empieza a
parecer un tipo discreto y solvente, consciente de qué puede y no puede
hacer o decir un ministro de Justicia del Reino de España.
El ministro Bakalá no dirige un ministerio. Más bien parece que
presidiera un bufete de abogados con un único cliente, el Partido
Popular, y que además cobrase por objetivos. Sea para terciar en alguna
polémica política amenazando con judicializarla, sea para proteger a
algún imputado acosando al juez de instrucción, sea para dar cobertura a
algún caso de corrupción diseminando la sospecha sobre los
investigadores mientras expresa su afecto hacia el presunto corrupto; el
ministro Bakalá siempre tiene una declaración a punto para intentar
poner a todo el mundo en posición de saludo.
La pregunta no es cuándo el ministro hace o dice algo
que no debiera, sino cuándo no lo hace. Un día pronuncia una amenaza
velada o, en el caso de Catalunya, muy explícita contra el discrepante o
quien ose llevar la contraria al infalible criterio del Papa Rajoy.
Otro día le toca señalar o poner en duda el trabajo de algún fiscal o
algún juez que ande metiendo las narices donde no debería. Al siguiente
se aplica a dar órdenes a la Fiscalía para que persiga a quien debe y
deje en paz a los compañeros de partido, con quienes se encuentra
casualmente después de haberles llamado por teléfono y citarse con ellos
para verse y hablar de lo suyo. Los malpensados que sospechan que se
reunió con el presidente de Murcia para explicarle cómo se iban a
arreglar sus imputaciones en la Fiscalía se equivocan de plano y atentan
gravemente contra la presunción de inocencia. Quedaron para que el
ministro moviera los hilos y se volviera a poner en TVE aquel mítico
especial que anunciaba la llegada de la primavera: "Murcia, qué hermosa
eres".
Las palabras, incluso las imprudencias y
excesos del ministro Bakalá, se las lleva el viento, aunque se suban a
YouTube. El problema que nos queda son sus decisiones. Tras aprobar una
reforma legal que impone un cronómetro a la Justicia para que los casos
de corrupción caduquen lo antes posible, como los yogures, todas las
noticias nos avisan que se dispone a ejecutar una purga en la Fiscalía
para poner al mando sólo a los fiscales de estricta observancia y
disposición natural a obedecer órdenes. No se trata de una metáfora ni
una imagen. Es una purga estalinista de verdad, de esas que se hacen
cuando se busca eliminar a todos los críticos y, de paso, a todos los
testigos.
Sumen la inminente purga en la Fiscalía a
la policía política que sabemos que hay en el Ministerio del Interior,
porque nos cuentan que están desarticulando la que había montado el
ministro anterior, y seguro que no necesitan un dibujo para saber a qué
cloaca nos lleva.
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Una vez más, Losada, das en el centro de la diana. Gracias, de verdad;no te imaginas cómo reconforta leer y comprobar que somos tantos y tantas los que vemos lo que hay y no nos resignamos al silencio de los corderos fashion.
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Una vez más, Losada, das en el centro de la diana. Gracias, de verdad;no te imaginas cómo reconforta leer y comprobar que somos tantos y tantas los que vemos lo que hay y no nos resignamos al silencio de los corderos fashion.
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