La confianza en el futuro es una vieja aliada de la conciencia política. Por eso es lógico que en la situación desolada del presente surjan dudas sobre el porvenir de nuestros hijos. El optimismo de una sociedad depende de que los padres y las madres piensen que sus hijos van a vivir mejor que ellos. Esto resulta hoy bastante difícil de argumentar. Vivimos un tiempo de involución. Las agujas del reloj social han cambiado de rumbo. Después de las 11 horas no vienen las 12 sino las 10.
El asunto se complica si valoramos algunos resultados electorales. ¿Pero qué vota la gente? Es una pregunta relacionada con el sentimiento que producían en sus inicios los programas de telebasura. ¿Pero qué ve y qué piensa la gente? Fenómenos como el de Donald Trump o el de Marine Le Pen nos ponen ante el fenómeno de la creación de mayorías políticas como producto de telebasura. Y eso es un problema para la democracia, o por lo menos para los que no creemos en las élites como directoras de una democracia. Sin la participación de la experiencia colectiva y de las mayorías, los gobiernos han degenerado siempre en dictaduras, y las dictaduras nunca han servido para generar igualdad.
Acabo de leer el libro Cómo se hizo Donald Trump (Capitan Swing, 2016) del periodista de información David Cay Johnston. La pregunta ¿qué va a ser de nuestros hijos? se ha visto acompañada por otras más vertiginosas: ¿Qué hijos estamos formando? ¿Pero qué clase de gente somos? Tenemos el enemigo en casa y el virus en nuestro ordenador.
Donald Trump no es una sorpresa apoyada por los desesperados de un sistema injusto. Es un ser bárbaro apoyado y muy conocido por los votantes en una sociedad injusta. Después de cientos de escándalos, estafas, demandas, juicios, amenazas a periodistas, sonoros tratos con la mafia o con el mundo de la droga y comportamientos racistas y sexistas, la gente ha votado por él. Para protestar contra el sistema eligen a un representante del sistema. Eso sí, un representante sin máscara. O mejor: un representante que lleva la máscara del sin máscara.
Trump ha cuidado su imagen de triunfador. Según el libro de Johnston, un triunfador es para Trump un millonario sin escrúpulos, patriota, antisistema, partidario de la venganza y con fama de don Juan. En la construcción de esa máscara ha sido descubierto por la prensa con la mentira en la boca en muchas ocasiones. Cuento aquí algunas cosas sabidas.
1.- Venganza. Aprovechándose de la vejez de su padre, Donald Trump borró de la herencia familiar a un hermano mayor llamado Fred. Un nieto de este Fred había nacido con problemas de salud muy graves que ocasionaron una parálisis cerebral. Los gastos médicos los pagaba un seguro familiar. Cuando los hijos de Fred recurrieron a los tribunales el manipulado testamento que los desheredaba, Donald Trump canceló el seguro del niño. Los tribunales tuvieron que paralizar la decisión del millonario contra el hijo de su sobrino estafado.
2.- ¿Patriota? Donald Trump evitó ir a la guerra de Vietnam con un certificado médico muy dudoso. Declaró que tenía espolones en un pie. Después no supo decir en qué pie le habían salido los espolones.
3.- ¿Multimillonario? En 1990, Trump declaró que tenía 5.000 millones de dólares. Basándose en investigaciones bancarias, el periodista Tim O’Brien recortó su fortuna hasta los 300 millones. Trump lo demandó por dañar su reputación de millonario.
4.- ¿Antisistema? Jueces del sistema y políticos del sistema lo salvaron con mentiras cuando su cuenta bancaria se quedó en números rojos. El sistema evitó la quiebra y le permitió saltarse las normas en sus casinos de Atlantic City o estafar a la gente en sus inversiones inmobiliarias en la Baja California.
5.- ¿Sin escrúpulos? Para edificar la Trump Tower en la Quinta Avenida, derribó el edificio Bonwit Teller sin molestarse en salvar unos bajorrelieves art déco y unas rejas inmensas de gran valor histórico. Contrató para la demolición a una brigada polaca formada por obreros ilegales que trabajaron sin medidas de seguridad. Los ilegales tuvieron que ir a juicio para cobrar sus salarios. No es raro que el eslogans del programa de telebasura de Trump, The Apprentice, fuese después “Estás despedido”.
6.- ¿Don Juan? Trump ha sido descubierto en varias ocasiones con nombres falsos para alimentar su imagen. Haciéndose pasar por John Miller extendió la noticia de que tenía una historia de amor con la modelo Carla Bruni. Esa mentira se complicó cuando Carla Bruni se casó con el presidente Sarkozy. Preguntado, Trump dijo que no daba detalles para no generar un problema diplomático con Francia. ¿Qué son las mujeres? Pues “no son iguales que los hombres, sino objetos cuyo valor se mide concretamente por el tamaño de sus pechos y la longitud de sus piernas”.
Muchos más detalles se encuentran el recomendable libro de David Cay Johnston. ¿En qué tipo de gente nos hemos convertido para que un cuatrero del mundo de los negocios y la mentira se haya convertido en presidente de los Estados Unidos? La pregunta sobre las relaciones entre la identidad y la máscara ha sido el eje de la meditación sobre las formas artísticas a lo largo del siglo XX. Ahora es una clave decisiva para pensar la democracia.
Los que no somos partidarios ni del elitismo ni de la demagogia mediática tenemos un problema angustioso con la representación. Y el equipaje más útil con el que contamos son las leyes y las instituciones. No nos equivoquemos. Si la ley no se pone de parte de los que intentan defender con valentía los derechos humanos, las agujas del reloj pasarán de las 12 al 0 patatero. Vivimos en un mundo en el que el más fuerte ha aprendido a no sentir escrúpulos ante nada.
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Ya es habitual que cada domingo, nuestro querido poeta nos regale un ramo de flores inteligentes para celebrar el trabajo de toda la semana y dejarnos removidas la inquietud y la búsqueda de nuevas actitudes y de una nueva conciencia despierta, que nos alejen cada vez más de tanto fantasma escondido en la impunidad de sus maldades y estupideces, convencido de que es el amo de todo y el manipulador de tiempos, espacios y voluntades distraídas en las mismas redes-fantasma del sistema, que son su guarida y su refugio sostenedor.
Los fantasmas pierden todo su poder, su ridículo y tenebroso glamour, cuando -como dice Serrat en Los macarras de la moral-, se quedan en nada y desaparecen "si les quitas la sábana". Pues eso, hay que quitarles la sábana y dejar su insignificancia y su nada al descubierto; por eso la verdad -que es la revelación material e inequívoca de lo real- da tanto miedo al mundo de la ilusión y de las fantasmadas. Lo peor para el fantasma y lo mejor para la inteligencia colectiva es la verdad que resplandece cuando la sábana de la mentira como forma de vida (pésima) y camelo sistémico, desaparece. Y es cosa nuestra hacer que desaparezca privando a los fantasmas de nuestro tiempo y de nuestra atención y dedicándolas a mejores y mucho más gratificantes objetivos, como ya señalaba Michael Ende en Momo, que, por cierto, igual que La Historia Interminable, sigue considerándose un cuento infantil mientras, por ejemplo, Juego de Tronos, Velvet, Sálvame, Crepúsculo, Qué tiempo tan feliz(¿?) o Gran Hermano o las procesiones de Semana Santa, la fallas o los sanfermines, se entienden como cosa de adultos. En fin...
Gracias, Luis GªMontero, por otra entrega literaria más de otro aspecto de la infinita y regeneradora verdad, que por serlo precisamente, no es patrimonio de nadie sino la esencia que nos hace posibles, entendibles, convivibles y soportables a todos y a todas.
Gracias, Luis GªMontero, por otra entrega literaria más de otro aspecto de la infinita y regeneradora verdad, que por serlo precisamente, no es patrimonio de nadie sino la esencia que nos hace posibles, entendibles, convivibles y soportables a todos y a todas.
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