Antón Losada
Podemos comenzó la campaña de las elecciones de
junio de 2016 con un millón de votos desmovilizados y decididos a
quedarse en su casa. Es una evidencia que ya nadie discute. Hay dos
teorías para explicar semejante desgaste sufrido en apenas tres meses.
La primera establece que Podemos había generado desconcierto y
desencanto entre su electorado al buscar un perfil más socialdemócrata
en sus propuestas, más institucional en sus formas y más amable en su
discurso. Obviamente, de acuerdo con ese diagnóstico, la solución pasaba
por recuperar una propuesta programática más reconocible como puramente
de izquierdas, reactivar el activismo y la movilización en la calle
como herramientas de acción política y endurecer el tono del discurso.
La segunda teoría sostiene que Podemos, con la
inestimable colaboración del PSOE, había generado confusión y desilusión
entre una parte de su electorado al votar 'no' a la investidura de
Pedro Sánchez y justificarlo con episodios tan broncos como a famosa cal
viva en el Congreso. Tampoco habrían ayudado los vaivenes programáticos
de un Pablo Iglesias que se declaraba socialdemócrata un par de años
después proclamarse en la tertulias orgulloso comunista. Obviamente, la
solución pasaba por clarificar el giro ideológico y discursivo y el tipo
de alianzas y colaboraciones que se estaba realmente dispuesto a
construir con el inevitable socio socialista.
En
Vistalegre 2 se ha impuesto con nitidez la primera tesis. La dirección y
la mayoría de los militantes de Podemos están convencidos de que ese
millón de votantes se perdieron porque demandaban un programa más
nítidamente de izquierdas, echaban de menos la movilización ciudadana
frente a la parsimonia institucional y querían más caña y mas leña en
general. La decisión de votar 'no' al candidato Sánchez y la falta de
acuerdo con los socialistas no tuvo nada que ver; seguramente la única
cosa en la que estarán de acuerdo con los socialistas: ambos creen
firmemente que su incapacidad para ponerse de acuerdo únicamente genera
costes para el otro.
Solo el tiempo dará y quitará
razones. Pablo Iglesias ha tenido un éxito incuestionable en su
estrategia de convertir la asamblea de Podemos en un plebiscito sobre su
persona, antes que en una decisión sobre las razones de la decepción
electoral de junio o la estrategia de futuro. Los resultados de las
siguientes elecciones dirán el coste exacto y cómo se amortiza una
victoria lograda sobre una exposición personal eficaz a corto plazo,
pero potencialmente abrasiva a medio plazo. Ha ganado y ahora le
corresponde asumir todo el poder y toda la responsabilidad.
A Íñigo, permítanme que le llame así en esta tradición tan de
izquierdas de llamarse por el nombre de pila entre puñalada y puñalada,
le corresponde decidir si se aparta y deja el camino libre al líder
poniéndose a su entera disposición o se dedica a una soterrada guerra de
guerrillas, buscando preservar cuanto pueda en territorio y recursos
organizativos.
La lealtad y la inteligencia política
deberían a llevarle a apostar por pasar y ver pues el tiempo corre a su
favor. Los intereses a corto plazo y la urgencias del momento pueden
tentarle a embarcarse en la opción guerrillera. Una elección que antes o
después se acaba pagando; igual que ganar las asambleas avisando de que
si pierdes, te vas.
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Tal cual, Losada.
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