George Orwell: «En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario».
domingo, 12 de abril de 2015
Ronda de la Mata, 35
No cierres las ventanas todavía
que hoy a venido el sol
a derramar altura en los tejados.
Déjame entrar ahora.
Deja que recupere
la fe de otros instantes.
Este jardín,
imperio de cenizas,
otra vez te concede
la humedad del rocío,
la cadena, el candado
y a ti, con otro tiempo
y otras nubes.
Este jardín, de pronto,
asalta las petunias
y cruza la cancela.
No cierres la ventana todavía.
Respira y agradece
este presentimiento frágil
de lo eterno.
La tentación frutal
de ser lo que ya fuiste.
La vida se ha empeñado
en que te quedes sola
encendiendo otra vez
las luces del pasillo,
de puntillas aún,
porque no alcanzas
a escapar de este sueño
junto a la chimenea
sin troncos ni calor
a estas alturas
de almanaques gastados,
sin brasas ni castañas
por los Santos y adviento,
que no llegas tampoco
ni a prender los fogones de carbón,
ni a cruzar la despensa,
como entonces
nadando en los aromas
a clavo, albahaca, canela y azafrán;
quizás puedas ahora
rematar la partida de parchís
con el gato gemelo
que nació el mismo día
de septiembre
con su olor a lavanda y a tomillo
en el negro pelazo acariciante
que te daba calor y te arropaba
en las noches del frío
y aquella salamandra
que en las tardes de otoño
te observaba
desde el muro abisal
de otros espacios
donde la hiedra alzaba
su reino imprevisible
de temblores al viento
en invierno y verano
pegado a la vidriera
de la entrada,
al contraluz de foto
en las pupilas fijas
que vuelven a mirarte
con esa compasión
inextinguible
que la muerte y el tiempo
licuan en la quietud de cada gesto
de rostros añorados y perdidos
mientras se borra el trazo
de sutiles coartadas
entre el alma y ayer,
entre ayer y la noche,
entre la piel y el alba
que amanece de pronto
como una despedida
en esta encrucijada.
No cierres las ventanas todavía.
Permite que este roce de nostalgias
convoque la dulzura
y se detenga,
quizás por un instante,
la magia de esta luz irrepetible.
La apología
de un verso silencioso
que impregna de ternura
el soplo repentino de la gracia,
en presente infinito,
que te invade; y te anega
un susurro callado
de plegaria
y un sabor a pastel de limón
con memoria de insomnios
y de lágrima.
Regresas otra vez a lo que eres
mientras los arriates te despiden.
Y el hueco en soledad de cada paso
deja que el sol alumbre, dulcemente,
desde la levedad de esta mañana
la blanca prontitud de los jazmines.
(Geografías de interior. 1998)
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