miércoles, 29 de abril de 2015

La voz de Iñaki


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¿Hay alguien ahí?

EL PAÍS  


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Ya lo creo que hay "alguien". Millones de álguienes. Y de ellos forzosamente tiene que nacer el impulso determinante del cambio, el diseño de lo que necesitamos y aún está germinando. El viejo sistema se ha deslavazado a sí mismo a base de repetir la misma fórmula durante centurias y sin aprender del fluir evolutivo. Se ha desvitalizado como un diente sin nervio. Muerde y tritura pero ha perdido la sensibilidad, hasta del paladar, no distingue la carne del hueso ni el pescado de la raspa; esa insensibilidad es perfecta en el caso de un diente que necesita la analgesia para funcionar, pero es mortífero para los seres humanos y su inteligencia colectiva en gestación. Y precisamente ha sido esta crisis el punto de arranque generador de una nueva sensibilidad, la vieja está tan hipertrofiada y dispersa por las puertas giratorias, los cajeros automáticos, las tarjetas black , las grandes evasiones fiscales y las cuentas en B, por las  ciudades sin pobres visibles ocultos en las alcantarillas del turismo, que ya se ha perdido la dimensión de la realidad en el nivel gobernante; es imposible coexistir en un parlamento lleno de pringue sin pringarse y conservar la rareza de la decencia donde la normalidad es el enjuague. Con tal panorama está claro que es imposible que haya "alguien" capaz de ofrecer recetas a la antigua. No queda botica que las dispense ni médico que las recete; se ha recortado la inteligencia y eso lo explica todo. Recorta que algo queda, se han dicho los del FMI, alarmados por el miedo a que sus fondos piraña no crezcan a tanta velocidad como acostumbran si los salarios son dignos y permiten comer tres veces al día, y se han dedicado a potenciar los recortables por la cuadriculada geografía de una Europa que iba en cabeza de muchas cosas, entre otras , de la inteligencia social, ésa que parece haberse esfumado en este merkelato destroyer y teledirigido por el susodicho FMI y su cómplice favorito, el BM. Europa está gobernada por los esbirros del dinero fácil y sólo tiene un recurso disponible: que su ciudadanía despierte y en vez de ver en el Sur de Europa un lastre económico, descubrir en ello el diseño de futuro que los eurogestores actuales tienen para el Continente. A este paso también a Alemania, Holanda o Finlandia les acabará afectando el mismo virus terminator. Tiempo al tiempo. Porque no es cosa de que unos países lleven mejor que otros el proceso de destrucción eternamente, es que ese proceso no perdona a nadie, desgasta y arruina per se,  ni siquiera respeta a sus promotores y socios, aunque como todas las epidemias al principio sean los más débiles y con más riesgo, los primeros en caer. Pero en realidad en el desgaste capitalista lo inevitable es un final terrible para todos, incluido el Planeta, por más que se vaya retrasando a base de opresión, falsos aflojamientos puntuales e hipócritas convenciones de buitres dopados por la pasta, ya sea en Davos o en Singapur. 

El capitalismo es una enfermedad mental y emocional que atrofia la sensibilidad humana hasta destruirla y que no se puede detectar a sí misma. ¿Qué pasa si perdemos la referencia sensible, si no podemos ver, oler, saborear y percibir por el tacto? Pues que la gente se  despeña, se estrella, se envenena, se quema o se congela, se hiere y se desangra sin notarlo o es atropellada por cualquier vehículo, o  provoca una catástrofe aniquiladora si le da el punto y sin saber por qué; es una sociedad drogada por el deseo insaciable de consumir y llenar el hueco de lo que la ambición incontenible de la nada en el mogollón, le ha arrancado de cuajo: el alma que es el vínculo con las posibilidades de crecer sin bulimia consumista y de alcanzar un grado aceptable de equilibrio y bienestar gozoso sostenible, del que hablaba Spinoza, el filósofo del equilibrio sensible. Eso es lo que hace el capitalismo al aniquilar el alma de los seres humanos y su conciencia. Que extirpa de raíz la inteligencia perceptiva, la sensibilidad del intelecto. Lo reduce a meras máquinas, como denunciaba Michael Ende en Momo o en La Historia Interminable o  la película de Matrix. O a monstruosos golums o siniestros Dark Vaders, tal como describen las narrativas lúcidas con sus metáforas, en la saga de Tolkien y en la de Star's Ward. Hasta esos mensajes en vez de producir sabiduría producen frikismo y banalización de los valores pedagógicos en que se basan esas obras.  

El impulso de acumular y de poder sobre los demás, es primario e inhumano, crea infelicidad, opresión y un sentido perverso de libertad personal que no tiene en cuenta ni la libertad ni los derechos y deberes para poder convivir y crecer sin hacer daño a nadie ni destruir el entorno con la avaricia y la ambición entendida como depredación y pisoteo del otro para trepar a su costa y, para más inri, valorarlo como "competitividad", algo que hasta se ha inoculado en los deportes, haciendo que se convierta en negocio toda actividad sana disfrutable y compartida. 

Con tal mapa de posibilidades sólo se encuentra una salida: el despertar comunitario y pedagógico de la ciudadanía y su organización en nivel municipal y estatal federalista y sectorial. Es un proceso ascendente que parece lento, pero ya hemos visto en los últimos cuatro años en particular,  como con los medios que tenemos, usados para bien, se puede acelerar o paralizar cualquier iniciativa humana. Una red de conciencia despierta conciencias. Un despierto es semilla de muchos despiertos. Muchos despiertos piensan, ven y actúan mucho más y mejor que uno solo. Ya no se trata de encontrar a alguien que haga algo mientras el resto mira o se inhibe, ahora ya ha llegado el tiempo de implicarse y comprender que si queremos otra sociedad, no nos la van a regalar los que hasta ahora han vivido y viven estupendamente de explotar e incentivar este modelo perverso e insostenible, abocado al colapso económico y ecológico cada vez con más intensidad. 
Hay desvergüenza y fraude porque existen tantos dormidos carentes de moral social y de ética personal que se aprovechan de los detritus como el delito que no se considera delito, como la corrupción, como el aforamiento y blindaje político, como el abuso contenido en las prebendas inherentes a los cargos que en realidad deben ser meros encargos de la ciudadanía a sus gestores políticos y no el permiso para ejercer el caciquismo con un descaro estrepitoso. Una corrupción de ideas y emociones aún más fuerte y peligrosa que la simplemente económica y financiera. Una corrupción que ve con toda normalidad  la aberración de que la prostitución se institucionalice como un derecho a explotar la miseria puesta al servicio de una esclavitud enferma y que tal barbarie la aprueben aspirantes a gobernar y que haya muchos ciudadanos de acuerdo con tal lacra lo mismo que con el negocio de las armas y las guerras "justas" o con la exclusión de los inmigrantes al derecho humanitario de atención primaria. Es urgente recuperar el significado de la ciudadanía y de plantearnos qué significa ser ciudadano. No es sólo un nombre que se refiera a la nacionalidad, también es un adjetivo que implica determinados valores incompatibles con la miseria moral y las conductas infames, insolidarias y crueles. La civitas o la politeia de los antepasados mediterráneos ahora como entonces es mucho más que un partido político, y nadie debe apoderarse ni adjudicarse su significado, sobre todo cuando no puede representar nada más que a una parte del colectivo popular. Ciudadanos son lo que respetan y no se apropian de esa condición. El hecho de acaparar, mentir, incluir corruptos en las listas o prometer en un programa electoral iniciativas de gobierno degradantes para cualquier sector de la sociedad, descalifica como ciudadanos a los que ejercen esas formas políticas e intentan hacer proselitismo presumiendo tener la exclusiva de esa denominación. ¿Acaso no son ciudadanos todos habitantes de un país? ¿Se puede discriminar y maltratar excluyendo de la más elemental  dignidad a los ciudadanos de otros países que pasen por o trabajen en el nuestro?
Sólo una ciudadanía consciente de sí misma y de su inteligencia colectiva puede ir cambiando este paisaje desolador en un espacio regenerado y sano. Una ciudadanía que vota a los que considera más adecuados para realizar esas gestiones. Y que les debe exigir un contrato electoral que deben cumplir o que se invalidará si no se cumple y exigirá la dimisión inmediata y la entrega del acta de elegido, aunque sea al principio, a la mitad o al fin del ejercicio político, sea municipal o estatal. Alguien, muchos álguienes, lo harán y no va a tardar tanto como el pesimismo de las prisas parece indicar. Si hemos estado centurias y un par de milenios en Babia, consideremos que, en sólo cuatro años, ya estamos avanzando en conciencia mucho más que en siglos. Eso tiene que animarnos y no desmoralizar porque haya una lógica resistencia al cambio de conciencia y esté todo en ebullición y sin forma aún, también creían que la Tierra era plana y que se acababa en Finisterre. O que los dioses del Olimpo decidían el destino de los seres humanos a capricho de sus humores, mientras los seres humanos de clase sacerdotal se inventaban el Olimpo a su imagen y semejanza, como ahora se inventan partidos políticos y bancos para seguir en racha manipulando a la peña. 
El primer cambio es mental. Hacernos dueños conscientes de lo que pensamos y de lo que pasa a nuestro alrededor cuando ponemos la atención constantemente en  cosas negativas y cenizos  o la ponemos en  otras positivas y estimulantes. Comprender que repitiendo las quejas y criticas verdaderas pero inútiles, se reproducen cada vez a mayor velocidad, frecuencia e intensidad. Que el "gafe" no es cosa imaginaria, que es una creación contagiosa de la mente individual y colectiva, que la repetición en letanía de las desgracias y la crítica destructiva sin aportaciones sanas, en plan mantra, mueven la rabia pero bloquean la inteligencia, nublan la lucidez y  aflojan la voluntad, porque machacan el entusiasmo y el afán por hacer proyectos y mejorarlos, ya que en el fondo hay un pesimismo nihilista que no se cree nada positivo, sino que incluso está convencido de que lo "inteligente" es  adelantar previsiones nefastas y que la creatividad es de ilusos. Es lógico que poniendo tanto interés en calamidades y solo miedo y desconfianza hacia lo reconfortante, inteligente y agradable, como si no se fuese digno de algo mejor, salga todo tan requetemal. Nuestros pensamientos acaban siendo como imanes, que atraen con fuerza lo que pensamos y a lo que damos forma. A lo peor que tememos. Por eso los gobiernos que desean esclavizar a las naciones y países lo primero que hacen es crear disgusto y malestar, con leyes injustas y desigualdades infames; saben, como buenos caciques, que sólo deshaciendo el entusiasmo y creando amargura e inseguridad, se harán los amos, cómodamente, porque las personas oprimidas  y amargadas por las injusticias les ceden el poder de la alegría que no disfrutan, y que ellos utilizan para dar forma a sus locuras y sabotajes legales. Terrorismo de Estado camuflado de "sentido común". Como decía Gallardón y se quedaba tan a gusto: gobernar es provocar dolor. Cuando en realidad un buen gobierno debe procurar el  justo bienestar y el buen ánimo de sus ciudadanos, que para eso le pagan. Son las civilizaciones más felices, las más equilibradas y las más positivas,las que tienen un estilo de vida mejor y producen más calidad y la cantidad justa para sus necesidades. Basta con viajar a los países nórdicos para comprobarlo, también a Japón, a Canadá, e incluso a Francia o a Alemania, a Bélgica o a Costa Rica o Uruguay...La causa no está en el "cuánto", sino en el "como". No en el "quien" sino en el "quienes". No en el tener y acumular, sino en el ser y compartir.

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