Esta vez la magnitud de la tragedia ha sido tal que
los mismos ministros de Interior que se juntaron en Barcelona hace unos
días para hablar también de inmigración, pero solo hablaron de
yihadismo, corrieron a retratarse como los mandatarios sensibles y
preocupados que no son. Los mismos medios que apenas tocaron su
programación para informar sobre los 400 muertos de la semana pasada se
desplegaron con gran aparato para contarnos lo indignante y terrible de
un drama que, con el verano encima y la guerra al alza, no solo no irá a
mejor sino que va a empeorar.
Muros, vallas, barcos
de guerra, policías, controles. Todo tan caro como inútil para detener
una marea humana que huye de la miseria, el hambre y la violencia. Las
mafias que trafican con ellos son culpables. Pero nosotros no somos
inocentes.
Mientras en Europa sigamos pensando que nuestra riqueza y
nuestro bienestar deben protegerse en un búnker que debe ser defendido
ante asaltantes extranjeros que vienen para quedarse con lo que es
nuestro, continuaremos recogiendo cadáveres con cada marea. Mientras
sigamos pensando que un buen dispositivo de salvamento produce un efecto
llamada entre millones de inmigrantes, jamás dejaremos de ahogarnos en
nuestra propia miseria.
El Mediterráneo es Europa. No
una frontera. Nosotros deberíamos ser los primeros interesados en
promover la democracia y una mayor redistribución de la riqueza en
África porque esa falta de libertad y oportunidades se halla en la raíz
de la desesperación que empuja a la gente al mar. Hace falta ser muy
miope para no entender que Europa debe compartir su riqueza para que los
países del norte de África se conviertan en socios y aliados y el área
mediterránea, en un mercado lleno de oportunidades para el crecimiento
económico y la expansión del bienestar.
Ya conocemos
el modelo para hacerlo, sabemos cómo hacerlo y sabemos que es lo único
que funciona. El norte de África se parece mucho al sur de Europa que
emergió pobre, violento e inestable tras las dictaduras de Franco,
Salazar o los militares griegos. También recuerda mucho a la Europa del
Este que sobrevivió a décadas de dictadura comunista y muchos afirmaban
que no estaba preparada para la libertad. La democracia es el único
remedio efectivo para la desesperación de los pueblos.
Durante décadas hemos apoyado y amparado regímenes corruptos para
apropiarnos la riqueza natural de África al menor coste posible. Es hora
de empezar a pagar nuestras deudas.
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