22 ABR 2015 - 09:34 CET
Frente a información, filtración
EL PAÍS
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Sí, Iñaki. Es verdad. La filtración es el olor a cloaca que emite la basura estancada en los ocultamientos de la descomposición del poder, cuando ya ese poder no puede ni con su no-alma. Es el "hasta aquí hemos llegado", el rien ne va plus de los casinos, que es en lo que se ha convertido el ppoderío ppolítico. Y el filtrador es el villano cobarde que no se atreve a decir en voz alta lo que pasa, o bien para no delatar públicamente sus propias vergüenzas cómplices o bien porque teme perder prebendas y ganar enemigos que como amigos son muy rentables. O porque lo único que desea es que le quiten estorbos de encima pero que el sistema no cambie ni su caché se vea perjudicado.
Donde la transparencia no existe, se instaura la filtración como respiradero y vertido de miasmas. Ella misma es la prueba del nueve de la corrupción. Una forma de corromper el Estado y la democracia en sí misma es precisamente el vicio de las filtraciones. Así nunca se tira de la manta de verdad y de una vez, ni se saca la basura y se lleva a la incineradora, sólo se levanta un extremo y se dejan caer tapadillos, insinuaciones y certezas a medias, generalmente con más intención de fastidiar al que fastidia concretamente al filtrador, que con interés real porque todo se aclare y cambie a mejor... Pero nunca se quita la manta de verdad ni se mete en la lavadora y luego se tiende bien limpia al aire libre, ni se desinfecta el espacio donde estuvo colocada, se denuncian los efectos pero se protegen y se ponen a salvo las causas, hasta la próxima ocasión. Nadar y guardar la ropa es muy propio de esta plaga. Si pensamos seriamente en lo que esto significa, es para deprimirse como sociedad y como ciudadanos.
Con esta forma de "denuncia" subterránea, que éticamente deleznable, es más un cotilleo malintencionado que una herramienta útil para aclarar las cosas, la filtración contamina con su miedo y su opacidad, e impide que haya pruebas válidas a la hora de la Justicia. Habría que confrontar al filtrador cara a cara o denunciarle por prácticas indecentes. Hacerle ver moralmente que su deber es hacer pública la gravedad de los hechos y la desvergüenza de los ejecutantes, y así acabar con el miedo a las represalias de los delincuentes políticos; es la única manera de quitarles la impunidad social y moral aunque sean aforados. Si los filtradores se convierten en denunciantes porque una Ley protege y garantiza sus derechos laborales y su integridad personal, se acaba la corrupción. Las filtraciones para dejar de serlo tienen que aportar pruebas y no sólo chivatazos y notas sin garantía. Y pruebas son datos, fechas, nombres, cantidades, testigos, referencias fiables y con el pack, ir a los medios de comunicación y a los tribunales. Filtraciones así son inaceptables: tomando café en un bar de la Gran Vía, Borjamari Rodríguez del Postillo y López del Malecón, le prometió a un amigo mío de la infancia, absolutamente fidedigno, cuyo nombre por seguridad no voy a revelar, que si le llevaba un maletín repleto de billetes de 500 a un banco de Ginebra , su tío segundo que es el Ministro de Desguaces Públicos, le colocaría de Secretario General y aquí traigo el tiket de la consumición con el importe y la fecha del mejunje.
Y es que usar la basura para quitar la basura es una homeopatía muy mal entendida, muy tóxica y nada práctica. A la indecencia manifiesta no la puede eliminar la indecencia oculta como arma secreta, sino el valor coherente de la transparencia irrefutable. O sea, la verdad. Sea la que sea. A la enfermedad no la cura otra dosis de enfermedad añadida, sino la sanación del organismo. La salud. Por analogía podemos deducir que la corrupción no la curan los tapujos ni los birlibirloques de la misma indecencia disfrazada de "prudencia", de cinismo o de miedo. Sólo puede erradicarla su opuesto, que es la honestidad vestida de ciudadanía con inteligencia ética. Colectiva. Al parecer nuestros "representantes" carecen de esa cualidad. Por eso ni la detectan ni la echan en falta y no distinguen la decencia del interés particular por sus propios beneficios. Así que o cambiamos de representantes y cambiamos el estado de conciencia o cambiamos de aspiraciones democráticas por puñetera resignación, que es a lo que estamos acostumbrados. Las filtraciones son el síntoma de la putrefacción generalizada e institucionalizada. Lo patético es que en ese nivel del poderío nadie lo vea ni lo note. Y que en pleno feeb-back, una parte considerable de los ciudadanos asuman como normal el enjuague y la opacidad, por ejemplo, volcándose con C's mientras huyen del pp, si ya en sus propuestas de gobierno están anunciando más de lo mismo...Si ese partido ppbaby triunfa en las urnas, pasará exactamente igual...y los ciudadanos tragarán de nuevo hasta que les toquen el bolsillo, el puesto de trabajo, el sueldo y los derechos. Muy triste, sí. La ceguera es lo peor cuando se camina al borde de un abismo.
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