De película

                     
          


Se despierta el domingo enredado en palomas
y unas flores extrañas se adormecen
en la solemnidad de un tronco de magnolio
(los árboles aquí, como columnas, 
tienen magma y color de templo egipcio) 
Hojas que ya cumplieron el ciclo de la savia
se deslizan al toque de las nueve. En un reloj
oculto en mil distancias, exiliado del tiempo.

La hierba es el adagio de una banda sonora
que suena en la quietud 
difusa en partituras de silencio;
y ya no queda nada que no tenga su sitio.
Película de acción, rodaje de interiores.
No faltan los detalles, criaturas, maquillaje,
cámaras, dirección, protagonistas.

Como una torrentera en el deshielo
se desploma de golpe el temporal
y en medio de esta luz domingo y leve
nos nace imperativo un anuncio de lunes subterráneo, 
advenedizo,
un complot gris oscuro de náusea y de cloaca,
un kit de vuelo bajo y víscera maltrecha
(urge ponerle carne al argumento)

En esta dualidad todo es posible;
saltar del uno al dos, 
del beso a la navaja,
y de la nada al todo,
y desde el negro al blanco, 
como el gato taoísta
incomprensible
en el lumpen de ayer. 
Desde el silencio al ruido
y del odio al amor . 
Del tópico al ingenio,
de la mediocridad
a ningún sitio.

Y se revela el Tres, así, sin más.
Como sustancia. No como suma.
Ni como condición.
Sino como la esencia frontal
del equilibrio. 
También está la sombra
jugando la partida junto a Bergman
en El último sello.
Ahí se nos queda el resto
ficción y jaque mate
con nostalgia de tango,
con rumor de taberna
y baile fácil. 
Shakespeare de apuntador ;
entre Otelo y Desdémona
ha fermentado Yago
como una mala hierba,
entre Hamlet y Ofelia
se cuela Lady Macbeth,
la baraja trucada de otra Morte a Venezia
sin Visconti ni Mahler.  
Sólo queda en escena
un poker de borrasca y turbios girasoles
en el que sólo gana quien más pierde
y pierde quien más gana. 

La estrategia del Tres al fin gobierna.
Y eliges otra vez. Una vez más eliges
ser domingo con música de lunes
que despeje horizontes sin peros ni reparos
y como simplemente hace la vida,
saltándose a sí misma a la torera,
sembrar de flores nuevas la cloaca
sin consultar las normas consabidas.