miércoles, 8 de abril de 2015

¿Qué hacemos con el Estado?




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Topar con el Estado, como diría Cervantes por boca de Alonso Quijano, es algo así como toparse con la Iglesia. Un poco un imponderable y un poco una milonga. Un imponderable significa que no es medible ni controlable por peso y dimensiones, que nos desborda se mire como se mire. Y la condición de milonga, todos podemos calibrar en nosotros mismos lo que significa a tenor de la valoración subjetiva que les otorguemos a estos imponderables, que en realidad nos resultan mucho más onerosos y aplastantes de lo que desearíamos; teniendo en cuenta esta última apreciación, ya lo de la milonga se explica por sí mismo. A partir de que un Estado o una Iglesia vengan impuestos por inercia funcional desde un vértice de poder ajeno a la ciudadanía, sin que nadie nos pregunte si los queremos así o en otros formatos, todo se reduce al estatus de la milonga. Aclarado, más o menos, el primer entuerto, avanzamos un poco más y como diría Jack el "destripador", vamos por partes. Es decir, analizando.

El Estado es la institución suprema que gobierna, legisla y organiza un país, una nación en singular o una nación de naciones, que sería un estado federal. Hay dos tipos de Estado:

1) De derecho, igualitario, libre y democrático, con separación y autonomía de los  poderes básicos: Legislativo, Ejecutivo y Judicial. En esta modalidad la soberanía reside en el poder ciudadano y   su responsabilidad, que elige el modelo de Estado y el estilo ideológico de gobierno que desea. La participación y la madurez ciudadanas son imprescindibles para que todo funcione y no solamente en las urnas, sino en el ritmo cotidiano, participando activamente en la política como derecho y deber individual y colectivo, por medio de asociaciones vecinales, barriales, municipales, cooperativas, culturales, económicas, religiosas, laborales, solidarias... En esta modalidad los ciudadanos construyen una sociedad de colaboradores, fundamentada en el bien común y por supuesto, sin división en clases según el poder y los recursos acaparados, sino libre de apartheids y fraternal en su igualdad, que no significa una uniformidad sino pluralidad que convive y tampoco un  comunismo obligatorio estatal, sino una disposición humana y próxima, en la que nada de lo compartido resulte indiferente a nadie, no sólo porque la ley lo impone y la educación lo instaura en la conducta, sino porque de verdad se siente la necesidad de convivir con equidad, inteligencia social y belleza ética. El bienestar es paralelo al bienfuncionar, a las buenas prácticas, al respeto y a la transparencia. Los gestores se eligen y son parte de la ciudadanía, no una casta ni una clase privilegiada y se caracterizan porque no se quedan aferrados al ámbito de la gestión política de por vida, sino que sólo temporalmente ejercen la responsabilidad y el servicio a la comunidad social, previa elección de los ciudadanos. Y saben renunciar a los cargos, que en ese tipo de Estado, son más bien "encargos" puntuales durante determinados periodos, recibidos para que el servicio a la comunidad sea lo más eficiente y justo posible. 
Estos rasgos que definen una democracia libre y justa, no significan la ausencia de conflictos, que son naturales en el funcionamiento de la convivencia plural, sino que son el mejor seguro anticaos de que podemos disponer. Una ciudadanía mayoritariamente despierta, es capaz de crear herramientas, leyes y normas consensuadas entre todos y nunca en solitario aunque se detente una mayoría absoluta que regulen el funcionamiento del Estado y aclaren posturas y competencias en los conflictos inevitables pero no insuperables si se quiere que así sea; acuerdos generales que ningún gobierno ni grupo parlamentario pueda cambiar sin consultar en referéndum sobre todo en temas básicos como Derechos Humanos que incluyen el acceso a unas condiciones de vida dignas para todos los ciudadanos, sin excepciones. Es decir, no se deben ni pueden cercenar derechos y libertades, ni recortar el sustento básico como el trabajo, un salarios social mínimo, el techo, la sanidad, la educación, la seguridad, la higiene urbana, sin consultar a la ciudadanía.
Ojo, que este modelo de Estado no es paternalista, ni está para salir al quite de las ocurrencias y apuestas de los menos prudentes e inmaduros, ni debe resolver las responsabilidades personales en las que libremente se implique cada ciudadano. Por ejemplo, jugar en bolsa, a la ruleta o a la lotería, perder hasta la camisa y exigir que el Estado solucione la ruina personal; o el caso del Rey en Botswana. El Estado no tiene la obligación de solucionar el traslado ni los gastos ocasionados por la decisión particular de pasar unas vacaciones por cuenta y riesgo del que las disfruta, sin representar al país.
Resulta asombroso, infantil y absurdo, en el reciente caso de los espeleólogos que han sufrido el accidente en el Atlas, se acuse al Estado, nada menos que de  haberlos asesinado. El Estado sólo es "culpable" de no tener unas normas claras pactadas entre la ciudadanía, que debería reflexionar y votar la conveniencia de asumir los riesgos particulares y para eso estaría bien que el Estado dispusiera de un seguro especial y obligatorio, como se hace con el coche, para los viajes y actividades de riesgo, que lo mismo que se exige la vacunación, se exija hacerse cargo por adelantado de posibles incidentes y accidentes que no dependen de nadie, sino del riesgo personal que uno decide asumir por afición, deporte o divertimento. No es lo mismo que un piloto estrelle un avión lleno de pasajeros, que que un pasajero decida lanzarse en paracaídas por deporte en el Himalaya y si se mata, tenga la culpa el Estado español por no acudir a tiempo a recogerlo, sobre todo si está perdido y nadie sabe donde encontrarlo. El Estado es la expresión administrativa e institucional de todos nosotros, ni es Santa Klaus ni Superman ni Supernanny, a ver si nos aclaramos y maduramos de una vez. No es lo mismo que una tempestad hunda un barco de pesca que un buzo o un marinero kamikaze decida salir por su cuenta a tener una aventura peligrosa porque le encanta el riesgo y demostrarse lo fuerte, resistente y hábil que es. O que el Estado tenga que pagarle a un yonky las dosis de cocaína o el botellón para que no le dé un telele. El Estado debe ayudarle obligatoriamente a desintoxicarse y procurar una educación que impida en lo posible que los ciudadanos caigan en estados tan penosos, y simplemente apoyarles con programas reeducativos, cuando el enfermo decida sanar y rehabilitarse. Es necesario que las responsabilidades nos queden claras y que sepamos que también nuestra libertad y derechos tienen que asumir el límite de la línea roja de las libertades y los derechos de los demás. Si somos tan adultos como para afrontar el riesgo en solitario, seamos igualmente adultos para sumir sus consecuencias.

2) El otro modelo de  Estado es obviamente el opuesto. Dictatorial, impositivo, carente de derechos, oligárquico, sin separación de poderes, autoritario, desigual, no democrático ni libre aunque haya elecciones para cubrir expediente, más bien es una empresa que funciona a base de la mano de obra barata de esclavos sociales y negreros institucionales, elegidos en las urnas como tapadera pseudodemocrática; la ciudadanía en esas tesituras no existe como tal, sino como masa proveedora que paga los gastos y platos rotos, de un enjuague institucionalizado por la ignorancia, la comodidad, la falta de visión crítica y el abuso, y la falta total de moral cívica, donde el clientelismo y la corrupción son las líneas maestras del imposible funcionamiento. Con eso está todo dicho. Las propuestas están en el candelero, opciones plurales y civilizadas, las hay, pero hay que molestarse en pensar, investigar, debatir analizar despacio  la trayectoria de los candidatos y sus hazañas. No es tan importante la ideología como las personas. La ideología es letra muerta, las decisiones son personales y dependen de la inteligencia y de la calidad ética de cada uno de los candidatos, más allá de las siglas que les amparan. Votar a individuos que ya nos han demostrado como son y lo que nunca serán es de locos.Un partido se corrompe porque su ideología se lo permite y sus miembros deciden libremente corromperse.
Nosotros elegimos qué clase de Estado queremos tener, y eso depende de lo que entre todos queramos ser: o ciudadanía en plenitud que decide lo que la ayuda a crecer y evolucionar o masa esclavizada por liderazgos absorbentes que prometen la bicoca de lo irrealizable o asaltar los cielos para que nos embobemos en la Luna, mientras ellos se apoderan de los suelos y luego no hay forma de que los suelten, que una vez en el trono del poder se agarran con uñas y dientes al chollo y la hemos liado, no se despegan ni con disolvente. Y contra esa inclinación no hay más antídoto que más ciudadanía y menos oligarquía, sea del color que sea. Transversal o dicotómica. El sistema lo hacen las personas que lo componen o lo descomponen. No lo olvidemos. En política, como en casi todo, el hábito no hace al monje, es el monje el que hace el hábito.

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