La casa, identidad y conflicto
Los recuerdos son un lugar en conflicto, sobre todo cuando uno quiere acercarse a su propia identidad. La nostalgia pacífica suele ser una máscara.
Sólo el lugar no vivido puede dibujarse con el lápiz de la perfección.
La casa que está en un orden absoluto, sin manchas, sin algún plato
sucio, sin algún objeto descolocado, sin alguna sombra revuelta, no es
más que la ficción de un maniático.
El azar tiene la costumbre de la repetición. Se concentra en un punto,
elige la misma esquina para fijar sus citas y sus emociones. En las
últimas semanas he recomendado a mis amigos tres novelas de tonos muy
diferentes, pero que coinciden en una geografía común: la realidad
melancólica, áspera y quebradiza de una casa familiar condenada a
desaparecer por la oferta de una empresa inmobiliaria. La especulación
urbanística aviva –para borrar después– las huellas del pasado.
El escritor chileno Pablo Simonetti cuenta en El jardín
(Alfaguara, 2015) la historia conmovedora de Luisa Barbaglia, una mujer
viuda obligada a desprenderse de la casa que compartió con su marido
durante más de 40 años. La angustia que siente al despedirse de su
jardín de azaleas, cuidado de forma meticulosa a lo largo de una vida,
se funde con la inquietud ante las posibles discusiones entre sus hijos.
La actualidad devora el cultivo de la memoria.
El escritor colombiano Héctor Abad Faciolince vuelve a emocionarme con La oculta
(Alfaguara, 2015) a través de una mirada literaria sobre la violencia
reciente de Medellín. Una casa y una finca escondidas en las montañas de
Colombia dan pie a que tres hermanos cuenten su pasado mientras una
oferta millonaria cae sobre los paisajes familiares. Fatalidad y
vértigo, la autoridad irremediable del dinero es el mejor resumen de lo
que significa en una vida el paso del tiempo.
Las casas de Pablo Simonetti y Héctor Abad me han llevado a recordar La buena letra
(Debate, 1991) de Rafael Chirbes. Hay muchos motivos para volver de vez
en cuando a esta novela que me acompaña desde hace casi 25 años en mis
habitaciones de lector. Una educación sentimental es el modo en el que
la historia se hace cuerpo humano, y Rafael Chirbes nos contó en la
primera persona discreta y herida de una mujer, una madre abandonada,
todo lo que había ocurrido en los años de la Transición. Las evocaciones
de una juventud republicana, de la guerra civil, el hambre, la cárcel,
la resistencia, la discordia y el amor habitan en una casa familiar que
la generación nueva quiere vender por una buena suma (de dinero).
Insistencias del azar, historias de tres casas como lugares íntimos de
conflicto. La mitología conservadora siempre intentó hacer del hogar,
del dulce hogar, un refugio ante las contradicciones de la política y
los negocios. La paz privada pretendía vivir a salvo de las
contradicciones de las tormentas públicas. Buena parte de la mejor
literatura contemporánea ha asumido el ejercicio de una microfísica del
poder para quebrar la máscara de este consuelo. Como las campanas de una
iglesia, el redoble va de la plaza al salón de estar, del salón a las
alcobas y de las alcobas a las sienes. Los debates sobre el aborto ejemplifican
bien cómo las mismas mordazas que pretenden callar una plaza necesitan
meterse en la cama y en la conciencias de la gente.
Los recuerdos son siempre un lugar de conflicto. El
jardín de azaleas de Luisa Barbaglia reconoce al hijo homosexual que
consolida su propia autoestima ante los desprecios de un hermano mayor,
un hombre autosuficiente y desconsiderado. Los paisajes idílicos de La
Oculta sufren la violencia de la guerrilla, las matanzas de los
paramilitares y los desarreglos de cada intimidad. En un pueblo del
levante español, una mujer regala a su nuera un modesto tesoro familiar,
el resumen de las noches y los cuerpos, la vieja historia de una
pobreza dignidad: unas sábanas con nombres bordados. El regalo acaba en
el trastero de un chalet, y la madre, abandonada como las sábanas, abre
el cajón de un aparador, mira fotos, recuerda todo lo que luchó de
joven, las canciones que cantó, las palabras que se pronunciaban en voz
baja para acariciar un sueño, y llora, y siente pena por todos nosotros.
Esta mujer encuentra fuerzas en su soledad para no vender la casa. Los
especuladores, contra toda lógica, tendrán que esperar a su muerte. ¿Falta de lógica?
Quizá se trate de falta de cuidados, o de falta de tiempo para mirar y
entender la sangre que late dentro de un corazón, aquello que vive en el
interior de una experiencia.
En fin, historias de casas familiares y de inmobiliarias, largas conversaciones con Pablo Simonetti, Héctor Abad Faciolince y Rafael Chirbes. Casas y cosas de un lector.
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