Eurostat acaba de certificarlo. Los salarios
españoles se alejan aún más de la media europea. Hace unos pocos años
estábamos en el 76,3%. Ahora estamos en el 72%. Ganamos de media por
hora un 28% menos que la media de nuestros competidores europeos. Si el
objetivo era bajar todavía más los salarios para provocar la famosa
devaluación interna, misión cumplida; felicidades, Mariano Rajoy. Si el
objetivo hubiera sido caminar hacia un mercado laboral capaz de generar
riqueza y crecimiento, no podríamos alejarnos en dirección más opuesta.
Nuestro problema nunca han sido los salarios. En España únicamente los
salarios nominales han subido realmente a lo largo de los últimos años.
Los salarios reales lo hicieron durante la década de los ochenta. A
partir de los años noventa se aprecia un cierto descenso que coincide
con los años de mayor expansión económica y el inicio de los recortes y
revisiones en nuestras políticas sociales. Una tendencia exacerbada
durante los años de la burbuja inmobiliaria, con un descenso continuo de
la media salarial real.
Hoy la mayoría gana bastante menos y una minoría ingresa
muchísimo más. Según datos de la OIT, la media de los sueldos más altos
multiplica por cuatro la media de los jornales más bajos. La OCDE nos
ha señalado reiteradamente como uno de los países desarrollados con
mayores desigualdades salariales, multiplicadas desde el inicio de la
crisis.
Paradójicamente, esta receta de menos
salario, más horas de trabajo y más movilidad que nos prescriben a la
mayoría no se corresponde con la que se aplican a sí mismas nuestras
élites económicas y financieras. Nuestros grandes ejecutivos han optado
por recetarse a sí mismos justamente lo contrario de cuanto predican
para el resto.
En plena era de la competitividad, el
mercado laboral de los directivos y ejecutivos de las grandes empresas
españolas es todo menos dinámico. Ha evolucionado justo en la dirección
opuesta a la recomendada para sus empleados: menos trabajo, más salario,
menos movilidad, más blindaje y más herencia como principal medio de
promoción profesional. Al parecer, aquello que es bueno para el
presidente de Iberdrola o de Telefónica no resulta tan bueno para sus
trabajadores.
En 2015, los salarios medios de los
ejecutivos de las empresas del IBEX multiplican setenta veces los
salarios medios de sus empleados. Durante la crisis, las diferencias han
aumentado. Mientras los trabajadores reducían sus nóminas en una media
de un 4%, los ejecutivos se las subían en una media del 7%. A pesar de
la opacidad que rodea el blindaje de contratos de alta dirección,
sabemos que el 88% de las empresas del IBEX admiten su existencia, y
algunos informes sostienen que se han multiplicado por cuatro durante la
recesión (Informe CCOO IBEX 35, 2014).
En este mundo
globalizado tan competitivo, el viejo mecanismo de la herencia continúa
siendo método relevante para la selección de líderes y ejecutivos para
grandes corporaciones. Ahí están los ejemplos recientes de Ana Patricia
Botín al frente del Banco Santander, o Dimas Gimeno en El Corte Inglés.
El mayor problema de nuestro mercado laboral no reside en los salarios
paupérrimos de los trabajadores. Está en la falta de inteligencia,
calidad y potencia de la oferta y demanda de trabajo. Todas las reformas
laborales han perseguido el mismo objetivo: proporcionar trabajo barato
a un tejido empresarial que mayoritariamente prefiere ganar mucho y
rápido produciendo barato y con baja o media calidad. Todas esas
reformas implementadas en nombre de la competitividad siempre han tenido
un único objetivo: asegurar que resultase más rentable depredar al
trabajador.
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