lunes, 20 de abril de 2015

¿Qué es la espiritualidad?

                   





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Creo que no conozco otra palabra con un significado más variopinto, acomodaticio, manipulado y deforme. Espiritualidad realmente significa cualidad y acción del espíritu y desde el espíritu. 
¿Cómo podríamos definir "espíritu"? Tal vez como la fuerza inmaterial, que actúa desde el interior de las potencias psicoemotivas e influye y transforma la materia dotándola de sensibilidad sutil e inteligente, que activa la percepción, el conocimiento y las cualidades superiores de la inteligencia humana. Y cuya manifestación más visible es una conducta equilibrada y un aumento de cualidades integradoras en el comportamiento habitual de los individuos. La espiritualidad es la actividad del ser humano cuando descubre en sí el espíritu. 

Podríamos decir que la espiritualidad es también,  una larga y apasionante aventura de descubrimientos íntimos e intransferibles, pero también pedagógicos por el medio "contagioso" y empático del ejemplo, aún más que por las palabras, los sonidos armónicos o las imágenes de belleza e inteligencia, que ayudan mucho, pero que sin el ejemplo materializado en la conducta no arraigan e incluso se trivializan y se deforman, quedando así inutilizados como herramientas espirituales. 

Nuestra estructura antropomórfica tiene un soporte animal en origen, más que evidente. Darwin lo explica divinamente en su espléndida obra científica, que contra lo que la religión católica se empeñó en denigrar, es un canto de reconocimiento a la sabiduría de la Creación y no su negación destructiva. Es ver el camino inteligente y lógico de la expresión de la Vida y muchas de sus posibilidades, sin negar para nada una inteligencia interna del mismo proceso en sí mismo, como expresión de la esa Fuerza universal inteligente y amorosa que  va dando forma y sostenimiento a todo lo que existe, en una infinita gama de posibilidades y transformaciones espacio-temporales. Mucho más allá de dogmas, teorías, códigos e intentos  de manipulaciones "mágicas" en el pack que constituyen la materia y la energía.

Es evidente que nacemos tras un proceso animal de fecundación, gestación y parto, que sólo cuando salimos del seno materno comenzamos a ser seres autónomos, aunque mucho más dependientes que cualquier otra especie, pero nuestra autonomía comienza, además del corte del cordón umbilical, con la primera toma de oxígeno por cuenta propia. Nuestra primera respiración "enciende" en nosotros el primer átomo de algo distinto. La chispa inicial de otro tipo de vida, en un nivel interno. Algún día se descubrirá que el oxígeno no es sólo un elemento más del aire que respiramos, es el vehículo de la vida superior, que pone en marcha el cerebro humano, que en ese contacto, comienza una andadura distinta a la del cerebro animal y enciende , a la vez, un impulso de inteligencia  en el motor del corazón, que es el encargado de que la máquina no se pare y mantenga regado y cuidado el cerebro, y además sea la base de otro elemento indispensable para nuestra evolución: el alma, que no es algo que "traemos" sino algo que construimos en cada existencia y que se desarrolla a su vez con el alimento del espíritu, cuyo vehículo material o cable de contacto, es el oxígeno. El alma se va desarrollando al mismo tiempo que el cuerpo recién nacido. Crece y aprende con los estímulos externos que recibe y de las respuestas que esos estímulos producen se va construyendo un sistema programado, un mapa desde el que aprendemos a focalizar, a reconocer y a regular nuestras reacciones instintivas. Distinguiendo lo agradable y placentero, de lo desagradable y molesto. Poco a poco, crece el alma y en la medida que lo hace, se va dando cuenta de su entorno y de su relación con él, ahí surge la conciencia, que es el vestido del alma y su vehículo "social" para comprenderse a sí misma  e intentar comprender a sus semejantes. El alma y la conciencia necesitan un soporte que las conecte con el cuerpo, y descodifique los mensajes corporales de nuestro componente fisiológico, que es "la piel" de alma y conciencia. Ese soporte psico-físico es el ego. Su función es la de un bastón o de  unas muletas, o de un andador. Durante las primeras décadas de nuestra vida superior, el ego es el puente que se va construyendo entre nuestro cerebro reptiliano, instintivo, arcaico, donde radica el inconsciente personal y colectivo, y la meta del córtex cerebral, que es la zona más evolucionada de nuestro cerebro. El alma y la conciencia son las amazonas y el ego es el caballo que las lleva. Viajan juntos pero no son lo mismo. Ni tienen la misma función. Ellas llegarán al córtex para iluminar el cerebro con una luz nueva, el ego sólo las transporta allí, pero por el camino puede y debe cambiar de sustancia, ser la energía que trasporta pero no el guía del camino y así conseguirá integrarse en el proyecto y poder acceder al córtex ya transformado.
Hay parábolas evangélicas que lo explican muy bien. El Reino es un banquete para todos, pero para poder disfrutarlo hay que bañarse, perfumarse y llevar vestidos nuevos y preciosos. Y cuando se invita a los mendigos y caminantes, éstos deberán arreglarse adecuadamente para poder entrar a disfrutar del banquete espléndido. Eso es exactamente la transmutación del ego en alma y conciencia cuando llega la madurez del banquete en el córtex, que es la fusión amorosa y cognitiva de alma y conciencia con la fuerza que las ha nutrido desde el principio: el espíritu  creador y alimenticio que han respirado desde el primer momento. Es el matrimonio alquímico. La fusión interna entre el yin y el yang formando el Tao. ¿Cuál ha sido la función del ego, del instinto, de la emoción elemental? Ha sido la misma que la cera, sustancia inerte, en una vela. Encendida por la chispa primera del fuego inteligente, se consume y se funde al calor de su llama, que crece, se eleva e ilumina, mientras la cera inerte se transforma en llama, en luz y calor. Todo ese proceso es la espiritualidad, que en absoluto está separada de la vida normal, al contrario, es un todo inseparable. Sólo es necesario desarrollar conscientemente el alma. Es decir, desarrollar la con-sciencia por medio de una respiración inteligente, que sabe que respira y también aprende y experimenta qué respira. Es lo más natural. Tanto, que con el tiempo acabará por enseñarse en casa y en la escuela, como se aprende a comer a andar o a leer y a escribir.

Hay también una deformación frecuente, el espiritualismo, que es considerar desencarnada la vida espiritual, y creer que los afanes diarios solo son distracciones que contaminan e impiden la relación con el espíritu. Lo mismo que el materialismo cree exactamente lo contrario. Ambas visiones son ajenas a  la espiritualidad. Quienes descubren la ética y la compasión como guía personal y las experimentan  en su vida diaria están mucho más cerca de la espiritualidad que cualquier religioso  o creyente materialista o alienado por ilusiones fanáticas, que sólo da limosnas para ganarse el paraíso o "cumple" mandamientos para no enfadar a su dios. De poco sirve a la espiritualidad el "cumplo - y -miento". Un autoengaño inútil estéril.

La espiritualidad no es cosa de ninguna religión, al contrario, es muy fácil que las religiones frustren su desarrollo, porque son alienantes,  manipuladoras, censuradoras y juzgadoras, soberbias y dogmáticas, porque penalizan y premian según su criterio, y con ello hacen al ser humano un objeto de manipulación y no le permiten que descubra el contacto propio con su origen naturalmente divino cuanto más humano. Básicamente, porque sus dirigentes, gurús y predicadores, tampoco conocen su propia esencia, sólo viven de teorías y leyes impuestas desde fuera de sí mismos y de ello han hecho un frustrante sistema de castración espiritual, con la mejor de las intenciones que producen resultados desastrosos. Y verdaderas monstruosidades que la repetición a lo largo del tiempo ha convertido en "moral", liturgia mecánica y devoción rutinaria basada solamente en el temor a lo desconocido, que es producto del ego, no del alma ni de la conciencia y mucho menos del espíritu de amor infinito que produce la Vida en todos los planos. Muchas religiones, casi todas, son semejantes a la magia negra: intentan apoderarse de las almas y las conciencias para lucrarse  de los creyentes desde el ego religioso que es el disfraz peor de todos los que el ego ejerce. Jesús no fundó nada. Buda tampoco. Es el ego de los seguidores que no les entendieron, el que ha hecho de su imitación y repetición mecánica de sus enseñanzas un camino penitencial y horrible para la pobre especie humana. Nada que ver con lo que ellos vivieron e intentaron transmitir más con sus vidas y actitudes que con peroratas moralizantes. Sólo así se entiende que Jesús dijese "el Reino está dentro de vosotros". Y diese como guía las Bienaventuranzas y una forma de conexión tan sencilla como el Padrenuestro frente al exclusivismo de los lenguajes sacerdotales del culto. O que Buda encontrase la iluminación abandonando la corte y el reino de su padre, del que era heredero, y practicando la meditación en medio de la naturaleza para poder encontrar el modo de liberarse y liberar a la humanidad de la enfermedad, del detrioro dela infelicidad y del miedo a la muerte.

La espiritualidad no es un culto a nada, es la madurez psicoemocional que se realiza por medio de un descubrimiento diario de la felicidad íntima en medio de la vida normal. Amor sin más. No como un botín del que nos apoderamos y acaparamos, sino como un don que compartimos y dejamos fluir.


Quizás alguien al leer este post se pregunte por qué en vez de hablar de espiritualidad en un momento como éste, en que 700 hermanos de nuestra única raza, la humana, han muerto ahogados en el Mediterráneo, no he hecho ninguna referencia a esa terrible y cruel calamidad. Por si alguien se lo pregunta, lo aclaro: precisamente han sido ellos y el hueco doloroso que nos han dejado en el alma y en la conciencia, lo que me ha impulsado a hacer esta reflexión acerca de lo que supone aprender de verdad a vivir en el espíritu . En una sociedad donde la espiritualidad fuese la forma de entender la vida, estos crímenes genocidas no se darían jamás. La espiritualidad aporta lucidez para atar cabos, clarividencia para comprender causas y efectos, para relacionar el cómo vivimos con los acontecimientos y desgracias resultantes de la desigualdad, de la explotación, de la injusticia, de la hipocresía que permite ir a misa, recibir sacramentos folclóricos, tener una religión-estado, que cuesta un potosí de mantener, en la que los demás países contribuyen quitando dinero a los pobres y a la solidaridad directa para mantener un imperio de representaciones teatrales y consejeros vacuos que ya nadie toma en cuenta nada más que por la variedad mediática de estilo y gestos.
En un momento en que necesitamos valores prácticos y no sermones desde el púlpito de la distancia y el apartheid como forma de vida "sacra". Están sucediendo cosas tan escalofriantes que ya el Planeta entero clama al cielo, desde un infierno hecho a medida del egoísmo atroz y de la inconsciencia elegida al taparse los ojos o mirar para otro lado y así no ver la realidad, conformarse con "mirar", como voyeurs frívolos y morbosos no es la solución, tampoco arregla nada el marujeo mediático-cotilla y  la queja que no se acompaña de acciones.
¿Para qué queremos un Parlamento Europeo en el que sólo los bancos y sus esbirros  llevan la voz cantante? Todos contra Grecia. La cadena de la miseria no se para en Grecia, porque a sus costas, como a las de Italia y España  llegan diariamente cientos de inmigrantes en las peores condiciones y Grecia a penas puede subsistir con la tenaza de una deuda impuesta a la fuerza y sin la posibilidad de regular su economía eurodependiente. ¿Por qué escandaliza tanto que mueran 700 personas de golpe, si la suma de muertos al mes, entre una costa y otra, entre una hambruna y una sequía, una epidemia sin medicamentos o una guerra provocan miles de muertes en el mismo día? ¿Por qué sólo reaccionamos al sensacionalismo y cuando mueren tres o cuatro inmigrantes se toma como una noticia habitual? ¿Por qué sólo nos importa la cantidad, o que se nos mueran a las puertas de casa y no nos preocupa el hecho criminal contra un solo asesinado por la barbarie egoísta y ciega? ¿cómo es posible que  Bergoglio, el papa de Roma, afirme que esos pobres desgraciados venían a buscar la felicidad? ¿Qué felicidad? ¿Acaso podríamos ofrecérsela si no traen la llave del dinero por delante? Aquí sólo hay cuchillas en la fronteras, tiros de los vigilantes y devoluciones en caliente y hoteles de CIE, cuyas estrellas sólo las ven los prisioneros cuando se ponen enfermos y no tienen ni agua para beber. ¿Felicidad aquí? Pordiós, señor Bergoglio, ¿en qué mundo vive su superperficialidad pontificia? Venían huyendo de una guerra civil que por cierto provocó su amiga la OTAN machacando Libia, arrasándola y arruinando vidas y trabajo, recursos y posibilidades. Para apoderarse de sus pozos petrolíferos. Este éxodo vergonzante no es una excursión, ni una aventura en busca de la felicidad, es pánico, escape a la fuerza, pura supervivencia. Un sálvese quién pueda. Europa y los EEUU han hecho del resto del mundo su cortijo, su almacén de provisiones y su estercolero, y este es el trágico resultado. Porque en un mundo hipócrita y hueco, de religiones sin espíritu, convertidas en estados, siervas del capitalismo más salvaje y adoradoras del dinero como único dios y predicadores-papagallo-cacatúa, suceden estas cosas. El sistema capitalista se ha infiltrado en todo, ha contaminado el pensamiento, ha encallecido la sensibilidad, ha cortado las alas al impulso humano de elevarse a la genialidad, dejando el talento al servicio de la mediocridad, a la ciencia al servicio de la especulación financiera. Ha destrozado los ideales sociales por los que la humanidad había llegado a alcanzar un nivel suficiente como para que nacieran sabios, artistas, inventores y grandes descubridores en la medicina y en la ciencia, y grandes maestros del pensamiento. Ya no hay nadie a ese lado de la inteligencia que no busque el lucro y con ese afán mutile su alma y se niegue a sí mismo la profundidad del espíritu. Todos se han puesto un precio en el mercado. El hombre es una mercancía más. Hasta hay quien quiere legalizar la prostitución para que el Estado cobre su parte en el botín de la esclavitud y del desguace de la dignidad. Y de paso legalice y justifique como una ganancia la miseria que no es capaz de erradicar de sí mismo.

Por favor, que las religiones que llevan milenios vegetando en la hipocresía y en la desgana de cambiarse así mismas, cierren sus templos de una vez por todas y  sus seminarios de futuros cerebros planos, bolsillos agradecidos y alma missing. Que no se les ocurra dar más clases en las escuelas para deformar la conciencia de los niños poniendo un crucifijo en la pared que es un escarnio blasfemo, criadero de ateos prácticos y creyentes teóricos, para convertirlos en zombies consumistas, meapilas y supersticiosos.
Que los estados  dejen de tener concordatos religiosos y destinen, como ya se propuso hace veinte años, el 0'7 de sus PIBs a rehabilitar el mundo que entre todos estamos destrozando desde hace muchas generaciones, empezando por los seres humanos que lo habitan. Formar técnicos in situ, ayudar a que millones de seres esclavizados e insertados violentamente en un sistema de esclavitud y abuso constante, se formen, que recuperen sus cosechas, que reforesten lo que el bwana depredador les ha deforestado, que impidan el éxodo de África promoviendo programas y atención solidaria de sustento básico y de educación para el desarrollo, hasta que ellos mismos en unos años despeguen como potencias autosuficientes en lo fundamental, como productores de energías alternativas, siendo los dueños de sus caladeros de pesca, iniciando empresas sostenibles e impidiendo que sean el depósito de nuestras basuras peligrosas. Y todo ello impulsando sus culturas y respetando sus religiones tradicionales. Sin imponerles nada, de igual a igual. Con respeto y asombro por lo que ellos también nos enseñan en sus valores. Eso es la espiritualidad: la capacidad co-responsable que genera amor, misericordia y compasión, que nada tienen que ver con la limosnitis ni la lástima y ni la penita de culebrón. Misericordia, no viene de miseria que incordia, sino de generosidad compartida y compasión, no significa bailar flamenco a lo Lola Flores,  significa empatía. Sentimientos humanos. Simplemente. Lo mismo que caritas significa en latín el amor incondicional, no la hucha y el cepillo de la parroquia con limosna compracielos a plazo fijo.
Nos han engañado durante siglos y luego vino la confusión de la rabia y la lucha a muerte entre las clases desajustadas de amos y siervos, pero todos tocados por el mal de la egolatría de clase e individual. Los mismos instintos primarios en dobles morales. Completamente de espaldas a la espiritualidad confundida con el tinglado religioso que lleva milenios tratando de asfixiarla y suprimirla para sustituirla por todo lo contrario: el opio del pueblo, en efecto, sin comprender que sin ella, sin la espiritualidad, la economía es un tóxico letal, la política una cueva de ladrones y corruptos, la educación una doma de animales obedientes, la cultura una droga adormidera, la religión un carnaval de idiotas y el mundo un campo de exterminio nazi. Ya no toca. Se está acabando el tiempo y el ser humano no puede más. Se muere lo mismo de pobre ahogado que de rico suicida, en el propio lodazal, como el Patriarca de García Márquez, en su propia mierda.
El Occidente 'civilizado' piraña y el Oriente 'proletario' sanguijuela, tienen que cambiar de rumbo urgentemente. Se han vendido por completo a la pasta como único recurso de valor. Mientras el resto del mundo agoniza con sus computadores y tecnología pisando el cuello, sin dejarles  respirar.  Viajando por los espacios y tratando de conquistar el universo para cargárselo y viviendo en una cloaca globalizada que desean extender por las galaxias como modelo de desarrollo terminator. Ya basta. Es suficiente y los ciudadanos del mundo entero lo estamos comprobando e iniciando un gran cambio, que nada ni nadie va a parar si ellos no ceden a las presiones de los dinosaurios sin conciencia y sin alma. Desalmados. Animalizados. Muertos en vida y enterrados, pudriéndose  entre el miedo a perder lo que tienen apilado y los billetes de banco. Ahora es tiempo de que con el homo ethicus, llegue por fin la era del homo spiritualis.Así será.



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