domingo, 5 de abril de 2015

Sublime y transparente



‘Negro como yo’

Actualizada 05/04/2015 a las 08:31    

Leo Negro como yo (Editorial Capitán Swing, 2015), el libro en el que John H. Griffin cuenta la historia de su transformación para vivir como negro durante unos meses en el sur de los EEUU. Más allá de los libros concretos, algunas editoriales forman parte de la educación sentimental y la vida cotidiana de los lectores. Son como de la familia, saben estar en el salón de una casa, comparten almohada, pasan la noche en el dormitorio, entran y salen del cuarto de baño. Los diseños, las cubiertas, los tipos de letra y el rumor de los catálogos se convierten en costumbre.

A mí me ocurre desde hace años con Seix-Barral, Alianza Editorial, Tusquets, Anagrama, Taurus, Alfaguara, Visor, Hiperión, Pre-Textos…, toda una pandilla familiar a la que se ha sumado también Capitán Swing. Pasé parte de las últimas navidades en su compañía, leyendo Un séptimo hombre, el libro de John Berger sobre la emigración en la Europa de los años 70. Me lo llevé conmigo de viaje para entender una lluvia que viene de lejos, los problemas de los inmigrantes, la realidad de los hijos y nietos del desarraigo que reciben las invitaciones fuertes del terrorismo.

Los libros a veces dan más de lo que uno les pide. Berger me enseñó a entender las raíces de un problema, pero también a emocionarme con las experiencias de algunas vidas particulares situadas en cualquier rincón del tiempo. Acompañar a una persona como Berger en sus meditaciones sobre la realidad es un espectáculo íntimo.


Capitán Swing me ha dado ahora la posibilidad de leer Negro como yo. En época de tambores y cornetas, cuando la jerarquía religiosa se convierte en espectáculo para turistas y en muestrario de lujos, me apetecía acercarme a una forma distinta de entender la religión. John H. Griffin, después de un elaborado proceso de transformación corporal, se convirtió en negro el 7 de noviembre de 1959 y salió a las calles y las carreteras del racismo en el sur de los EEUU, dispuesto a vivir en carne propia la experiencia de la segregación.

La historia de Griffin es impresionante. Educado en Texas como blanco racista, decidió hacer su carrera universitaria en Francia y acabó comprometido en la resistencia contra la invasión nazi. Después se quedó ciego en un bombardeo mientras combatía en el Pacífico como miembro de la Fuerza Aérea de los EEUU. Padeció más de una década de ceguera, hasta que un día de 1957 empezó a percibir los brillos rojizos que poco a poco le devolvieron la vista. Dos años después sintió la necesidad de convertirse en negro para comprender la realidad del otro. La publicación de su libro le llevó a ser, junto a Martin Luther King, uno de los líderes más conocidos de la lucha contra la segregación.

Hay muchos episodios en los que se sufre la humillación de no poder entrar en un lugar o de sentir el odio ajeno. Pero el momento más significativo del libro se debe quizá a la mirada propia en el espejo. Después del tratamiento, de las píldoras para la pigmentación, de los rayos ultravioleta, del rapado y el tinte, Griffin se miró al espejo y vio a un negro de edad avanzada. Los ojos cruzaron sus fogonazos de sorpresa. El miedo del negro observado se mezcló con el miedo del hombre que miraba. Hubo un momento de odio.

Recordé el biombo que Federico García Lorca colocó en El público para que sus personajes comprendiesen las mutaciones que se dan en una identidad. Nadie es siempre homosexual, heterosexual, macho o hembra. Las 24 horas del día son un tiempo demasiado largo para las identidades cerradas. Llevamos dentro al otro y, por eso, ir en busca del otro supone a veces encontrarse a uno mismo.

Griffin llegó a una conclusión parecida al situarse más allá de la otredad. Encontró el Uno Mismo. Desde aquellos años se ha discutido mucho en la teoría sociológica sobre el nosotros universal, la desigualdad, la igualdad y el derecho a la diferencia. Pero no creo que haga falta llegar a la exactitud de una definición científica sobre la desigualdad para ponerse de acuerdo en la voluntad de amor que hay en el Uno Mismo de Griffin y en su apuesta contra la discriminación y el racismo.

El escritor norteamericano, además, supo vigilarse, midió los tiempos de la lucha. Quien se pone en el lugar del otro corre el peligro de dejar al otro sin lugar. Por eso Griffin comprendió el poder negro y quiso pasar a un segundo plano cuando las víctimas dieron un paso hacia adelante y protagonizaron su lucha. Que los “blancos buenos” perdieran importancia en la batalla del racismo en los años 70 no provocó en Griffin ningún desencanto.

Una cosa más. Griffin escribió: “Ser activista no es algo que corresponda a mi carácter. Pero tu vocación no tiene por qué ajustarse necesariamente a tu carácter”. Feliz con su familia y sus libros, dichoso mientras se dedicaba a leer y escribir en su casa de Mansfield, se respondía de esta manera mientras complicaba su vida una vez y otra vez.

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