viernes, 3 de abril de 2015

La España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y de María, de espíritu burlón y de alma quieta...(Antonio Machado)




Mitjà d'informació per la transformació social
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El síndrome de siempre: la españolitis, ese padecimiento endémico que con el pp ha derivado en españolisis  devastadora.


Los legionarios reclaman libertad religiosa. Vaya pordiosh. Y nos quedamos a cuadros. ¿Quién les impide cada año montar el espectáculo surrealista del oxímoron por las calles de las ciudades celebrando su particular concepto de "semana santa"? Que se sepa nadie. 
Desde chica he visto desfilar cada año a los soldados de uniforme con los mauser al hombro, presentar armas a sus santas Patronas, con sus bandas de música, y escoltando los pasos en las procesiones, especialmente a los del Cristo agonizante y el santo sepulcro, al lado de las peinetas, las mantillas y los nazarenos con sus máscaras y capirotes, sus velas de aparecidos en medio de la noche, supurando cera sobre el asfalto, con la que se resbalaba se caía sin misericordia ni ayuntamiento que la limpiase a tiempo, desfiles fantasmales como la santa compaña o las misas negras. No producían fervor, daban repelús en el caso menos grave y un pánico de aquí te espero en los casos más agudos. 
Y una que en sus pocos años -3, 4, 5, 6... - se tapaba los ojos para no ver aquellos manantiales de pesadillas, formando parte de la misma cadena: generaciones de niños y niñas sometidos a semejantes bombardeos de emociones patéticas y confusas, que acabamos por asumir el cacao mental, la crueldad y el miedo como sentimiento unido a la religiosidad de nuestra cultura, de nuestra familia, de nuestro entorno. A considerar al ejército como liturgia y a la liturgia como un desfile militar. Y las caricias sobonas del cura que te daba la primera comunión como parte del ritual, porque cuando les decías a tus padres lo que hacía el reverendo, ellos te recalcaban que era un santo y muy cariñoso sobre todo con los niños y niñas, como Jesús, que siempre quería que los niños se acercasen a él. En fin. Libertad religiosa. Si ya la palabra religión indica su propio significado. Religare, en latín, que es la denominación de origen del concepto, significa 'atar doblemente', 'sujetar con fuerza', 'impedir el movimiento con contundencia'. Y con recochineo, porque el verbo original simple, atar, es ligare. El prefijo re, lo remacha, lo acaba de hacer doblemente activo. Y eso es la religión. Atar dos veces a alguien a una creencia, a unos dogmas e ideas. Atar en lo privado y en lo público, en lo afectivo y en lo ideológico. En lo estatal y en lo cultual. Privar de libertad para decidir como vivir, qué creer o no. 
Atar dos veces a alguien significa hacerle prisionero y si a esa atadura se añade el peso de una divinidad que te ha creado de la nada, de la que eres una marioneta o una ficha de parchís, que todo lo ve, que todo lo juzga, que castiga o premia según la tensión de las cuerdas aguante o se rompa, a tenor del escalón social y financiero en que tu caché se encuentre, ¿cómo es posible que se exija "libertad religiosa"?; es algo así como pedir una cárcel libre. O una libertad encarcelada. Un oxímoron. Tan propio de la España nacional católica como de los fanáticos musulmanes o de los mafiosos de la Cosa Nostra. O más bien suya. Al fin y al cabo mafia y religión son asociaciones hechas para  prohibir o transgredir lo que interese y convenga a un grupo social determinado, "proteger"  el negocio, el cuerpo el alma, según la especialidad, a cambio de dinero, -limosna para los unos y  pizzo  chantaje o sobrecogimiento, para los otros- autorizar o desautorizar según soplen los vientos, disponiendo de una jerarquía y de un  código particular que las separa del resto de la sociedad y las hace inaccesibles a la justicia y a las normas éticas naturales y compartidas por los ciudadanos no pertenecientes al clan de que se trate. Pedir libertad religiosa, ya en sí mismo, es pedir peras al olmo o bellotas al limonero.

Son los ciudadanos y ciudadanas de conciencia liberada que no se consideran vinculados a esas ataduras, los únicos y únicas que en buena lógica, pueden pedir la liberación de lo religante, a cuya presión encadenadora se han visto sometidos desde que nacieron y sin que nadie les haya preguntado jamás si están de acuerdo o no con el pastel que se han encontrado por el hecho de nacer en un lugar con determinadas limitaciones autoimpuestas y mantenidas tanto por creyentes sui generis como por ateos devotísimos , hasta el extremo de pasarse por el forro la propia Constitución, como papel mojado, en la que consta que este Estado es laico y aconfesional.

Los legionarios piden un imposible: libertad religiosa. Ya que religión y libertad son conceptos incompatibles hasta etimológicamente. Los ciudadanos de conciencia despierta piden que se cumpla la libertad constitucional. Simplemente basta con que nadie obligue ni coaccione a nadie, que no se invadan espacios públicos ni se interrumpa la vida normal de las ciudades y los servicios públicos y comunitarios como transportes, por ejemplo, que sus ruidos y exhibiciones no corten el paso ni impidan el descanso nocturno ni se entorpezca la vida diaria de muchísimos ciudadanos que no comparten las mismas motivaciones para rezar o divertirse alterando el ritmo de todos sin pensar en el bien común por encima de las ganas de juerga o de procesiones. Como en las Fallas, Semanas Santas o Sanfermines. Imaginemos que los musulmanes, budistas, sintoístas o animistas, quisieran hacer lo mismo. ¿Tienen todo el derecho según la constitución en un Estado aconfesional a montar su pollo religioso o no? ¿Y los ciudadanos que respetan esas efusiones santeras, no tienen derecho a la normalidad cívica de que se respete la legalidad del Estado laico y confesional en el que viven y tributan? 
Las fiestas religiosas y devotas son un perfecto derecho, como las creencias, pero siempre celebrándose en un orden privado, en espacios específicos que se soliciten para ese fin, y con un profundo respeto para el resto de la ciudadanía, por delicadeza civil, por aplicación de la ética a la convivencia. ¿Alguien se imagina a Jesús el carpintero de Nazaret, haciendo y presidiendo estas exhibiciones, derrochando pasta en cofradías, estatuas, pasos, toros, borracheras, desfiles militares bendecidos por el Evangelio que él compartió y enseñó, sobre todo con la forma en que vivió, mientras la pobreza es una lacra nacional, que al parecer no avergüenza nada más que a los pobres que la padecen por no alcanzar "la talla" de la clase que cobra mejor sueldo?
Me vienen a la memoria países de Centroeuropa y su sentido de lo religioso. La discreta convivencia y cooperación de las diversas confesiones religiosas, la ausencia de manifestaciones molestas en el espacio que comparten las iglesias protestantes y católicas, mezquitas o centros budistas. El respeto impecable donde mucho más necesario y urgente en la atención es el ser humano que la religión que practica. El equilibrio entre pasarlo muy bien rezando o bailando y no fastidiar a nadie invadiendo espacios de todos. Allí cada uno se paga su religión y su fiesta, sabe sus límites, los asume con todo el civismo de que es capaz e integra que su libertad está limitada por los derechos del prójimo. Aquí eso no existe. Y si no te gusta ese tipo de fiesta, la bulla escandalosa o el toro embolao o la cabra tirada desde el campanario o las peleas de gallos o las tracas salvajes, o los toros arrasando las calles y apestándolas de orines, bovinos y humanos, los incendios por las esquinas, o las procesiones interminables que no dejan que te muevas libremente, vete, que no eres digno de nosotros.
Esta España es un aberración que ningún español con dos dedos de frente y algo de honestidad y decencia, de simple empatía social, puede considerar "su patria". La "patria" incluye mucho más que el territorio. Incluye una identificación del sentimiento y de la cultura, de la sensibilidad. ¿Qué español o española en sus cabales, puede experimentar ese vínculo con este retablo de obscenidades y violencias de todo tipo? "Esto" no es una patria, sino una cadena perpetua. O como ahora la eufemiza la Ley antiterrorista: una condena temporal indefinida ¿revisable?. ¿Por qué justicia, por qué Instituciones? No es un estado de Derecho. Es simplemente un Estado de desecho y de pura indefensión.

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