El rey no tenía otra opción
La abdicación del rey Juan Carlos es la última
prueba, la definitiva, del enorme deterioro institucional que vive
España. Incluso en el palacio más alto del país se rinden a una
evidencia que durante años intentaron negar. No es una crisis económica.
No se va a arreglar simplemente con la recuperación del PIB. Es el fin
de una era, una crisis sistémica, el colapso de un modelo institucional,
político y territorial que se rompe por las costuras porque ya no
aguanta más.
El rey no se va por un problema de
salud. Según la Casa Real, comunicó su decisión a su hijo en enero. En
marzo, avisó a Mariano Rajoy y a Alfredo Pérez Rubalcaba. Desde la
Zarzuela confirman que es una decisión política y aseguran que no tiene
nada que ver con el resultado de las europeas, pero sí que se escogió
la semana después de las urnas para que la noticia no llegase en la
campaña electoral.
Durante meses, el rey ha estado
negando en público y en privado que pensase abdicar. No solo lo
desmentía, sino que se resistía a ello. Más allá de la fecha en la que
se cayó del caballo, es evidente que la abdicación no pasaba por los
planes iniciales de Juan Carlos de Borbón, y que durante bastante tiempo
se negó a salir del trono como un derrotado, como un rey que perdió su
inmensa popularidad entre los españoles para transformarse en un jefe
del Estado hundido y desahuciado, acorralado por sus cacerías de
elefantes y por los juicios a su familia por corrupción.
En la Casa Real, hace mucho tiempo que una gran parte de la corte
intentaba convencer a Juan Carlos de Borbón de que su renuncia era la
única opción para que la monarquía sobreviviese. Contra la propaganda
oficial, la historia demuestra que España no es, precisamente, un país
de larga tradición monárquica. En los últimos dos siglos, no ha habido
un solo rey que haya logrado que su nieto heredase la corona sin que en
el camino la familia Borbón se encontrase con una república, una guerra
dinástica, una dictadura o una guerra civil.
Para
aquellos que creen en la monarquía –entre los que nunca me he contado–,
la abdicación en Felipe de Borbón era desde hace mucho la única salida.
La duda es si esta decisión llega a tiempo: si la reforma evitará la
ruptura. Felipe VI lo va a tener tan difícil como en su momento lo tuvo
su padre –era "Juan Carlos el breve", y ha durado 39 años en el trono–
para poder dar la vuelta a una opinión pública que cada vez es más
republicana. En una democracia, un rey no puede aguantar eternamente si
no tiene a la mayoría de sus súbditos a favor.
Felipe
VI será rey sin que los españoles puedan opinar. A pesar de las
movilizaciones republicanas –que las habrá–, la monarquía cuenta hoy con
una mayoría absolutísima en el Congreso, donde habrá que aprobar –tarde
y mal– una ley para regular la abdicación, y donde seguro que los
grandes partidos incluirán un artículo que garantice el blindaje
judicial del rey saliente: su inmunidad legal.
Felipe
de Borbón y Grecia es alguien preparado e inteligente, pero eso puede
no bastar para lograr recuperar el apoyo de una sociedad más abierta y
con menos miedo a la involución. La Corona se construyó como la
alternativa a la dictadura y se consolidó contra el riesgo de su
regreso, con el golpe de Estado del 23F. Pero en el siglo XXI, en
Europa, una monarquía ya no se puede sujetar con la excusa de que es la
única opción que garantiza la democracia. Hasta los monárquicos más
cortesanos saben que eso ya no es verdad.
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