lunes, 2 de junio de 2014


El rey no tenía otra opción

La abdicación del rey Juan Carlos es la última prueba, la definitiva, del enorme deterioro institucional que vive España. Incluso en el palacio más alto del país se rinden a una evidencia que durante años intentaron negar. No es una crisis económica. No se va a arreglar simplemente con la recuperación del PIB. Es el fin de una era, una crisis sistémica, el colapso de un modelo institucional, político y territorial que se rompe por las costuras porque ya no aguanta más.
El rey no se va por un problema de salud. Según la Casa Real, comunicó su decisión a su hijo en enero. En marzo, avisó a Mariano Rajoy y a Alfredo Pérez Rubalcaba. Desde la Zarzuela confirman que es una decisión política y  aseguran que no tiene nada que ver con el resultado de las europeas, pero sí que se escogió la semana después de las urnas para que la noticia no llegase en la campaña electoral.
Durante meses, el rey ha estado negando en público y en privado que pensase abdicar. No solo lo desmentía, sino que se resistía a ello. Más allá de la fecha en la que se cayó del caballo, es evidente que la abdicación no pasaba por los planes iniciales de Juan Carlos de Borbón, y que durante bastante tiempo se negó a salir del trono como un derrotado, como un rey que perdió su inmensa popularidad entre los españoles para transformarse en un jefe del Estado hundido y desahuciado, acorralado por sus cacerías de elefantes y por los juicios a su familia por corrupción.
En la Casa Real, hace mucho tiempo que una gran parte de la corte intentaba convencer a Juan Carlos de Borbón de que su renuncia era la única opción para que la monarquía sobreviviese. Contra la propaganda oficial, la historia demuestra que España no es, precisamente, un país de larga tradición monárquica. En los últimos dos siglos, no ha habido un solo rey que haya logrado que su nieto heredase la corona sin que en el camino la familia Borbón se encontrase con una república, una guerra dinástica, una dictadura o una guerra civil.
Para aquellos que creen en la monarquía –entre los que nunca me he contado–, la abdicación en Felipe de Borbón era desde hace mucho la única salida. La duda es si esta decisión llega a tiempo: si la reforma evitará la ruptura. Felipe VI lo va a tener tan difícil como en su momento lo tuvo su padre –era "Juan Carlos el breve", y ha durado 39 años en el trono– para poder dar la vuelta a una opinión pública que cada vez es más republicana. En una democracia, un rey no puede aguantar eternamente si no tiene a la mayoría de sus súbditos a favor.
Felipe VI será rey sin que los españoles puedan opinar. A pesar de las movilizaciones republicanas –que las habrá–, la monarquía cuenta hoy con una mayoría absolutísima en el Congreso, donde habrá que aprobar –tarde y mal– una ley para regular la abdicación, y donde seguro que los grandes partidos incluirán un artículo que garantice el blindaje judicial del rey saliente: su inmunidad legal.
Felipe de Borbón y Grecia es alguien preparado e inteligente, pero eso puede no bastar para lograr recuperar el apoyo de una sociedad más abierta y con menos miedo a la involución. La Corona se construyó como la alternativa a la dictadura y se consolidó contra el riesgo de su regreso, con el golpe de Estado del 23F. Pero en el siglo XXI, en Europa, una monarquía ya no se puede sujetar con la excusa de que es la única opción que garantiza la democracia. Hasta los monárquicos más cortesanos saben que eso ya no es verdad.

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