lunes, 9 de junio de 2014

Debatimos

“Soberanismo y República”

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Soberanismo

No sólo tiene  connotaciones territoriales como en Catalunya y en Euskadi. Hay un soberanismo democrático esencial de la ciudadanía, de la dignidad cívica, que todavía ni siquiera se toma en consideración. Un soberanismo sofocado, pospuesto, guardado en la alacena de los trastos sin uso. A ese soberanismo, que es mucho más que eso, es el derecho de la soberanía, se refiere la democracia. Aquí , en Esapaña, hay una presunción apócrifa de democracia fantasma. Pero aún no se ha reconocido plenamente y mucho menos prácticamente esa condición, aunque se alardea con una ignorancia alucinante hasta de haberla "traído" como si fuese un paquete postal puerta a puerta. La soberanía, que no el soberanismo, es algo más que la defensa y el blasón del terruño y sus particularidades, que viene a ser como una disputa de vecinos por la medianera de la finca o porque las cabras se han saltado la valla y se cobran por su cuenta las tasas centralistas del pasto ilícito. Con ser muy importante para estos planos de exigencia geográfica, el soberanismo es menos trascendente que la soberanía, pero mucho más contundente porque tiene una repercusión territorial, en cambio la soberanía es una cuestión sutil, sin fronteras, como un perfume de civilización natural que concede la madurez  democrática y bien desarrollada y como en eso aún no se aclaran ni los padres de la patria ni algunos hijos acostumbrados a la servidumbre caciquil del caserón patrio, rudo, viejo, incómodo y rancio da morire, pues así andamos. Les da miedo decidir, pensar siquiera en tener que hacerlo. Les sacude un telele de primera cada vez que piensan en cambiar algo, que a ellos les sigue funcionando, fatal, encogido, ñoño, deteriorado, es cierto, pero es lo único que reconcen como suyo porque les da bienes caducos y seguridades ridículas,pero es como su esencia, vaya. Y como no han catado otras texturas, están cómodos en lo que hay y para qué más. Pero claro, ellos no son los únicos habitantes de la casona familiar, hay muchos más, que ni siquiera han rozado el perfil del soberanismo rudimentario, que se asienta sobre ellos y se sostiene por ellos y que vive a costa de aplastar y asfixiar su soberanía. A decir verdad a éstos hijos patrios de clase turista en Ryanair el soberanismo les da un poco igual, porque estén donde estén les toca bailar con el más feo y la más fea: con el abuso y la injusticia. Sin embargo, como el príncipe mendigo, son hijos de rey, de un rey que está por encima de todos los reyes de este mundo: el impulso eterno y luminoso de la vida. Y ahora son ellos los que en medio del engaño que les ha hecho vivir atados al soberanismo durante centurias, se están reconociendo soberanos de su libertad y de su dignidad y lo proyectan en el entorno social. Y eso a los soberanistas patrios los pone nerviosísimos, no sólo por el pánico a lo incierto, si las cosas cambian, sino porque la inercia mental e instintiva es la fuerza más tiránica que existe. Es como el hambre o la sed o la ira. Se dispara y no hay quien la pare. Romper inercias es fatal para los soberanistas, los deja indefensos contra sus enemigos imaginarios, pero es maravilloso y liberador para los soberanos. Y son ellos los verdaderos líderes de la democracia real. Cuando se dan cuenta de quienes son y de cuál es su herencia y su legado del futuro, toman las riendas de las cosas, todo fluye, todo se desatasca, todo se ilumina. Todo se rejuvenece y se purifica de malos humos y olores raros. Y en vez de surgir el poder de los tiranos y de los corruptos, surge la libertad, la igualdad fraternal y el bien común. Otro mundo.


República

 Cuando los soberanos se organizan, obviamente habitan un mundo horizontal, sencillo, transparente, directo y su ritual es la simplicidad natural de la democracia auténtica. Pongamos que a lo Gandhi,  a lo Francisco de Asís, a lo José Mujica o a lo Lucía Caram, a lo Henry Thoreau o a lo Karl Marx. Entonces no necesitan un Estado represivo, recargado de poderes inútiles y fanfarrias que te arruinan la vida. Sino un Estado que se basa en la justicia del intercambio armónico, humano. Donde nadie abusa de nadie. Se trabaja y se coopera para que todos tengan lo necesario y nadie necesite acumular, porque nadie vive ya con miedo.  Ese régimen es la cosa pública. La res-publica de los antiguos romanos, de los fundadores del derecho y los practicantes de la mos, de la moral privada y pública, que todavía no se habían corrompido con ínfulas de enfermedad imperial. La república es la forma de estado y gobierno de los seres libres, se co-gestiona, es participativa, tiene en cuenta a todos, requiere siempre asambleas constituyentes para elaborarse, contacto pleno y confiado, transparente, entre ciudadanía y representantes legítimos elegidos por votación libre y personal para servicios temporales a la comunidad. En función de lo que se necesita se estructura la sociedad, se hacen las leyes y los acuerdos, se fundamentan las constituciones y los servicios. La riqueza de la república es su democracia, que permite cíclicamente cambios de ideologías o de orientación determinada según lo que se vote en ella, pero con el arbitraje de la libertad y los derechos inalienables, que protege tanto la ley como el código ético de la ciudadanía cada vez más evolucionada.
¿Cómo se puede combinar el soberanismo con la república? Muy malamente, porque el soberanismo sólo se mira a sí mismo y la república se mira en los demás para tener sentido y finalidad, por eso posee la soberanía democrática, que es la forma de estado más digna, civilizada y perfecta, dentro, naturalmente de lo que entre los humanos puede llamarse "perfección" que en política equivale a conseguir vivir con justicia y noviolencia y regirse por acuerdos y diálogo, que no es poco. Creciendo juntos y sin incordiarse. Quien es ya soberano de sí mismo no necesita más reyes, ni ser soberanista sobre otros ni bajo el poder de otros, porque ya tiene su reino en el bien común de la solidaridad que comparte y le regala una felicidad en paz y concordia, la mejor herramienta para resolver tensiones y conflictos posibles. De  todo esto se deduce que en España, aún no hemos conocido una república cuajada y madura, sino dos precarios conatos de republicanismo que viene a ser como el soberanismo: una excreción no deseable. 

Puede ser que en caso de hacer un referendum sobre república-monarquía, lo ganasen los monárquicos, pero si esa fuese la voluntad de los ciudadanos en mayoría, el resto lo aceptaría sin problema alguno; lo más importante, cívica, ética y democráticamente, de este referendum no es ganarlo sino conseguir que se celebre y se pueda elegir con libertad una opción. Porque los "perdedores" serían en ese caso los que son demócratas antes que republicanos, de lo que no estoy muy segura es de que si lo ganasen los republicanos los monárquicos lo aceptasen democráticamente con el mismo talante y no se dedicarían a dinamitar el estado desde sus catacumbas, como hicieron en las dos ocasiones anteriores y con el propio gobierno Zapatero negándole el apoyo parlamentario tantas veces para conseguir leyes o normativas que eran para el bien de todos o denigrándole hasta con repulsivas calumnias de la gravedad del asunto 11M. En eso sí que se distingue la izquierda de la derecha. Que tienen un perder pésimo. Sólo hay que ver, y eso que el psoe está completamente edulcorado y descafeinado, el comportamiento de ambos partidos del dúo, cuando les toca ser oposición. Es ahí donde se ve la clase de los unos y la de los otros. Y que no son los dos iguales en los hábitos demócratas.
Los demócratas verdaderos son poco prepotentes cuando ganan y nada agresivos ni violentos cuando pierden. Son elegantes de alma, más élficos que de la tierra media y nada mordorianos, como lo son los 'demócratas' de prestado, que sólo quieren la democracia para hacerse con el poder y cargársela. Como el lobo que imitaba la voz de la cabra madre para comerse las cabritas. Por eso es más fácil que los demócratas se deterioren tanto en el gobierno, no camuflan su desgaste, ni mienten por sistema, no compran magistrados, suelen ser discretos -no fue el caso de González ni de Guerra, pero sí el de Zapatero y Rubalcaba-, tanto en el gobierno como en la oposición. Con ellos una república sería lo ideal, pero un pueblo soberanista como el nuestro no entiende de soberanía  ni de democracia si no se la dan hecha y eso es imposible. Y aquí la mayoría de la peña es soberanista de su propio cotarro.
Por eso mismo el fenómeno Podemos ,antropológicamente, es de un valor incalculable por primera vez en nuestra historia. Ha nacido de una base cívica y demócrata cultural, no de "revolución" resentida, de rencores de clase, sino de individuos sanos y fuertes, pacientes, lúcidos y dispuestos a servir antes que a dominar, pero con la fuerza y el rigor de la lógica y de la flexibilidad. Eso concede la auctoritas, que no es mando, sino maestría, justo lo que les falta a los dos partidos comandantes en jefes del hemiciclo. Por eso Podemos ha arrasado en las europeas y en la intención de voto; porque no vencen, convencen, son soberanía en acción. Y la soberanía se contagia de alma a alma. O sea, un paradigma de la democracia. Y eso no lo han conseguido aún ni el pp ni el psoe.  Y eso precisamente les ha hecho ponerse de los nervios, no sólo a ellos, sino a la corona en tenguerengue y hasta al mismísimo Bilderberg & company. A los medios. Y a los mediocres. 
Les produce mucho más miedo la inteligencia emocional cargada de razones y argumentos que el vandalismo "antisistema". Contra esto último tienen armas, contra lo primero no saben por donde meter baza. Es otro lenguaje que no dominan, otros códigos que les superan ni atinan a descifrar con los signos del pasado. 

Tiempo al tiempo. No hay ninguna prisa. Cuanto más largo es el camino, más  sabios y resistentes se hacen los caminantes y las democracias en evolución. Esta situación es un examen de selectividad. Si no ha llegado la madurez de los ciudadanos en mayoría, tendremos un taca-taca monárquico porque aún no sabemos caminar, pero si de verdad hemos madurado por mayoría absoluta tendremos república.

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