Consecuencia de la ruptura provocada en el terreno político por el 15-M y las sucesivas expresiones de la movilización social, Podemos encara con debate interno y transparencia su futura forma de organización
El objetivo perseguido es convertirse, en confluencia con otros espacios e iniciativas, en una alternativa mayoritaria al declinante régimen político nacido de la transición, impulsando un proceso constituyente que haga posible la autodeterminación política de la sociedad
El acontecimiento que define las elecciones del 25-M
no es la exigua victoria del Partido Popular ni la amarga derrota del
Partido Socialista, sino la irrupción de una nueva fuerza política que
con solo cuatro meses de existencia ha hecho temblar los cimientos del
bipartidismo español, obteniendo más de 1,2 millones de votos y
modificando la lógica del sistema de partidos tal y como la habíamos
conocido hasta ahora. La aparición de Podemos como nuevo actor
socio-político representa una de las muchas réplicas del terremoto 15-M,
trasladando a la arena electoral los embates sísmicos impulsados
previamente por la PAH y las Mareas en el terreno social. A diferencia
de un terremoto, las réplicas tienen una doble característica: la de
poder causar más daño, porque los cimientos estructurales ya han sido
afectados, y la de poder repetirse mientras se mantenga viva la energía
sísmica que las impulsa. Por este motivo, mientras continúe el
austericidio, el malestar y la indignación ciudadana, una apuesta como
la representada por Podemos solo puede crecer y ganar, tal y como
evidencian los últimos sondeos post-electorales.
Tal
amenaza ha puesto en guardia a los opinólogos y voceros del régimen que
han alzado sus voces salvíficas. Sin embargo, su débil argumentario ha
evidenciado una vez más su incapacidad para entender la novedad y
profundidad del desafío. Así, las distintas estrategias ensayadas para
erosionar su creciente popularidad (la demonización de sus propuestas
políticas, la caricaturización de sus liderazgos y los intentos de
criminalizar sus prácticas) se han mostrado ineficaces y
contraproducentes -igual que sucedió con el 15-M y la PAH-,
contribuyendo a aumentar la simpatía e ilusión por un proyecto que tiene
por finalidad generar una mayoría social proclive al cambio que nos
permita visualizar un más allá de las ataduras de la transición. Cada
una de sus intervenciones -desagradables y poco elaboradas en la mayoría
de veces- les ha retornado con un efecto boomerang.
Tras constatar su continuado fracaso para deslegitimar una propuesta
política que ha sabido convertir la indignación en ilusión, el último
ardid ha sido presentar su debate interno como una evidencia de
ingobernabilidad y fraccionalismo. Resulta paradójico que un ejercicio
de transparencia y debate interno como el desarrollado por Podemos, en
el que se delibera libremente acerca de cual deba ser su futura forma de
organización, sea presentado como una seña de debilidad interna; a la
vez que se hace mutis sobre el cierre de filas y la persecución del
disenso interno en las bases del Partido Socialista descontentas con la
profesión de fe borbónica de su aparato. El nerviosismo de la élites
generado por un fenómeno disruptivo como Podemos es una evidencia más de
su potencial de amenaza y de cambio.
Precisamente,
aquello que algunos denuncian como debilidad, constituye su fortaleza:
la capacidad para superar los diagramas políticos de la transición y
abrir un espacio de ruptura ciudadana, no una estructura de partido,
sino un instrumento capaz de articular mayorías y no minorías. Ya no se
trata de copiar viejas formulas partidarias sino de ensayar nuevos
dispositivos emancipadores, alargar la posibilidad de hacer política a
amplios espacios ciudadananos y no solamente a minorías profesionales
y/o militantes. Así, frente aquellos que querrían ubicarlo como una mera
expresión política tradicional a la izquierda de Izquierda Unida
-minimizando su capacidad de crecimiento-, Podemos desborda el mapa de
las posiciones ideológicas pre-establecidas, así como las formas
tradicionales de partido para abalanzarse con fuerza sobre la parte del
león: los caladeros electorales del PSOE y el abstencionismo.
Para lograr este propósito, las recetas antiguas ya no son válidas. La
apuesta por la regeneración democrática tiene que ser republicana en el
sentido original del término: no una estructura de partido formada por
delegados, sino un instrumento de deliberación y acción donde ciudadanos
y ciudadanas deciden cómo organizarse para ganar. Esta apuesta va más
allá de la enésima llamada a la unidad de las organizaciones de
izquierda, o del riesgo de caer en una metodolatría que burocratizase ad infinitum
los mecanismos internos de decisión, tal y como se experimentó en
algunas asambleas del 15-M. También debe hacerse frente al reto de
inventar cauces plurales de participación para el conjunto de personas
que quieran formar parte de esta realidad transformadora, y no solamente
de aquellas que pueden/quieren dedicarle muchas horas a reuniones y
asambleas. El desafío de las formas de organización que Podemos debe
afrontar en la Asamblea Ciudadana del próximo otoño tiene que estar a la
altura de las circunstancias, someter la forma organizativa al
imperativo de construir un proyecto inclusivo que articule una mayoría
social dispuesta a impulsar un proceso constituyente. Este es un proceso
que Podemos no puede realizar en solitario, sino que será necesario
articular confluencias con otros espacios e iniciativas sociales y
políticas que apuestan por abrir un escenario constituyente en sus
distintas escalas, de la municipal a la europea.
En
este sentido, el desafío no debe leerse en clave únicamente interna. Nos
encontramos ante un nuevo tablero de juego marcado por dos vectores de
signo contrario. Por una parte, un proceso constituyente que tiene su
inicio en la falla del 15-M y su continuidad en la PAH, las Mareas,
Podemos y otras formas de expresión social y política que han surgido en
estos últimos años y rompen con la cultura de la transición heredada
abriendo un nuevo espacio de repolitización ciudadana. Empujando en la
dirección contraria, nos encontramos un proceso reformador que se inicia
en la operación de sucesión monárquica y que tiene por finalidad cerrar
la falla sísmica abierta por el 15-M para alicatar el modelo político y
social del estado español a los imperativos de las políticas de
austeridad y la des-democratización de Europa. Frente a este escenario,
la pregunta central no debe ser sólo cómo organizarnos, sino cómo
organizarnos para ganar.
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