jueves, 12 de junio de 2014

La despedida del Rey

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Por supuesto, don Iñaki ha tenido una experiencia de la monarquía muy distinta a la que hemos tenido la inmensa mayoría de los españoles. Según cuenta, él ha visto muy de cerca al rey, le ha acompañado en sus viajes por el mundo para potenciar la marca España y le ha visto en directo desplegar sus cualidades diplomáticas, y eso le hace tener por él un sentimiento de cercanía y de afecto. Es lógico. Seguramente lo mismo le ocurrirá al personal que trabaja en La Zarzuela y durante años ha ido estableciendo cierta clase de vínculos personales con el rey y su familia por el roce diario. Es muy respetable que sientan su despedida y sobre todo en las condiciones tan poco fervorosas por parte de los españoles. Estas personas de fidelidad individual, pocas, han podido conocer el lado humano, profesional, condescendiente y 'campechano' de este Jefe del Estado, el resto de ciudadanos sin embargo sólo ha padecido la parte más fea de esa personalidad, su malestad, que consiste en  tenerle que pagar una vida a cuerpo de rey impuesto por el legado de una dictadura. Sus abusos irresponsables que colmaron el vaso de la larguísima paciencia con el episodio de Botswana,acompañado de una hetaira de lujo invitada por todos nosotros, mientras la reina aguantaba el envite con más cuernos que el abuelo de Bambi, y a donde hubo que ir a buscarle y después operarle un montón de veces, con cargo al Estado, por un accidente en plena juerga cazadora de una especie animal protegida, cuya extinción al señor Borbón, le importa un pimiento. Las bodas carísimas de sus hijos, sus comportamientos abusivos, su amor  tan desmesurado por el dinero como por las faldas, las amistades del lumpen económico, hasta llegar al fraude al propio Estado con el caso Urdangarín-Infanta, cuya gestión e interferencias en el Poder Judicial ha sido un bochornoso tira y afloja, que sólo la honradez y pericia del juez Castro consiguió instruir e imputar y ya veremos qué pasa con las acusaciones, las pruebas y sentencia final. Le hemos visto ignorar la corrupción que ha creado un estado de emergencia social, le hemos visto ignorar la crisis, pasar de todo, incumpliendo su función de árbitro supremo en la coordinación de los Poderes e Instituciones del Estado. Y sobre todo un desinterés total y absoluto por el sufrimiento de los más débiles y desprotegidos; no ha movido un dedo, no le ha dicho a la banca ni mú, mientras deja en la calle a miles de familias, ni al pp cuando legisla ad personam y deja sin derechos a la ciudadanía. Ni un detalle de cariño, de preocupación por los desempleados, por los recortados y machacados, ni por las colas en los bancos de alimentos, nada. El rey siempre missing. A él no le pagamos para que sea humanitario, sino para que sea un maniquí de lujo.

Quizás si todos los españoles fuesen empresarios en los medios de comunicación 'oficiales', quizás si todos los españoles fuesen príncipes árabes millonarios o  políticos complacientes con la corona, o fuesen jardineros o limpiabotas o valets en la Zarzuela, posiblemente también le habrían cogido cariño al señor Borbón y  a su estirpe. Al fin y al cabo, el roce hace el cariño, hasta tal punto que los niños maltratados siguen queriendo estar con sus padres a pesar de todo, aunque vivan en una pocilga, aunque no les escolaricen y les tengan pidiendo por las esquinas explotándoles. Aunque les tengan comidos por los piojos, llenos de mocos y mal nutridos a base de chuches y biberones de cocacola. Son sus padres. Y el roce animal de la especie, establece esa fidelidad que  hace el cariño por la costumbre y el apego. Recuerdo a una mujer de cultura gitana que había sido golpeada y arañada por el marido y cuando en la asistencia social le dijeron que debía denunciar estos malos tratos a la justicia y pedir una orden de alejamiento, con su ojo morado, su cuello en carne viva, mechones de pelo arrancados de cuajo y los moretones por todo el cuerpo, contestó: "Pero estáis locos, payos, ¿cómo voy a denunciarlo si es mi marío? Si me pega me aguanto, que algo malo le habré hecho sin enterarme" El mal que le había hecho era haber gritado socorro, mientras él violaba a  sus dos hijas de 10 y 12 años. Es una alegoría, pero eso no lo hace menos contundente y analógicamente real. A esto llega el cariño que produce la costumbre y el roce con lo aberrante:  acaba por hacer 'normal' la anomalía, y terminas queriendo como tuyo, no lo que has elegido, sino lo que te han dicho que aceptes si no quieres que se hunda el mundo si eliges otra cosa distinta. A Hitler también le querían los que le conocían de cerca y le servían con devoción porque creían en su rol mesiánico. Y a Franco. Y a Nerón, la fiel Acté lo quiso siempre hasta el final, cuando tuvo que ayudarle a suicidarse, -a él le daban miedo la daga y el veneno-, para que Galba y las legiones que liberaron Roma de su locura, no le pillasen vivo. Sí, el roce hace el cariño. Pero hay amores monárquicos que matan el progreso, la transparencia, la honestidad y el valor de una democracia. Por muy simpático que sea un rey para con su círculo de intereses.

Don Iñaki es como el excelente ayuda de cámara de un señor que no le merece como vasallo ni como súbdito, ya que en ética, en honestidad, en responsabilidad y en respeto por la ciudadanía no le llega ni a los talones. Ojalá la excelencia de este enorme periodista la hubiese podido compartir el señor Borbón como Jefe de Estado. No ha sido el caso. Y lo sentimos, porque hubiese sido muy bueno para todos.

Por lo que toca a las despedidas de los gobernantes creo que partiendo de un Estado anómalo como éste, donde las raíces aún están enquistadas en los Principios del Movimiento franquistas, cualquier gobernante, por muy buen talante que tenga, sólo puede acabar de dos maneras, 1) acoplándose a la mugre que hay, que es lo de González, Aznar y Zapatero y Rajoy o 2) como en el caso de Suárez, estrellándose contra esa mole paleolítica de miedo oligárquico hecho Carta Magna intocable, excepto si lo requieren esferas de intereses ad hoc.
Todo lo que signifique renovación institucional, de criterios y de chanchullos consensuados en el año del caldo, requiere el permiso de una parafernalia enrevesada y confusa, kafkiana y que no sabe ni quiere saber como se sale del laberinto, porque de ese laberinto precisamente depende el enjuague vitalicio. Así que el pobre Suárez, que pretendió ser honesto, acabó denigrado por sus compinches y utilizadores, empezando por el propio rey que le vio demasiado dispuesto a modernizar el Estado y le estaba haciendo sombra e incluso poniendo en evidencia su ilegimitidad franquista, siendo Suárez legitimado por las urnas y el rey no, impuesto por Franco con la ilicitud 'legalizada' de una infumable ley orgánica y un referendum manu militari.
La despedida 'cariñosa' al cadáver de Franco fue como lo de la mujer gitana. Se había acostumbrado al pueblo a familiarizarse  con el negrero que les mostraba su cariño y desvelo a garrotazos, amenazas, cárcel, penas de muerte y sermones. Y, claro, de repente se sintieron huérfanos de padre maltratador y sobre todo expuestos al futuro que nunca les habían dejado imaginar ni potenciar. No fueron a ver su féretro por devoción, no lloraban porque le echaban de menos, iban a verlo porque no se lo creían, siempre habíamos creído que era eterno y las lágrimas eran de miedo y de la incredulidad que da una repentina liberación  que deja salir de la cárcel a toda una sociedad sumisa y encogida. La libertad era pánico. Como una especie de agorafobia repentina que costaba asimilar en medio de la euforia desacostumbrada. Tras un secuestro de cuarenta años, los españoles estaban vacíos de contenido social, carecían de toda referencia ética y cívica que no fuese el trote de los caballos de los grises por la Avenida Complutense o las minas de Asturias o los astilleros de Galicia o de Cádiz, los interrogatorios en la DGS o los paseos bajo palio del dictador por las catedrales, de Te deum en Gloria Patri;  padecían el síndrome de Estocolmo. Era como salir psicoemocionalmente de Auswitch, pero sin pijama de rayas y convencidos de que  aquello era lo normal y de repente ya no estaba el carcelero, pero la cárcel se había reproducido dentro de cada uno, que era, justo, lo que el carcelero pretendía "os dejo a todos atados y bien atados" dijo entre líneas. Y en ello sigue. El grupo RBA lo ha demostrado con el show de la portada de El Jueves.

En lo que se refiere a que alguien clame recordando a Felipe González y echándolo de menos, no es de extrañar, sobre todo, cuando lo aclama la derecha como ejemplo de buen gobernante con tantas afinidades o los malabares  de los sociatas de raíz republicana y tronco y copa monárquicos. Lo de Aznar, ahí está, no le echan de menos ni los suyos, que para colmo, le echan de más. Y a Zapatero, lo más parecido a Suárez que hemos tenido, en su primera legislatura, le perdió en la segunda dejarse arrastrar por la corriente liberal capitalista sin recordar que sus raíces eran Marx y su conciencia, y que el estado de bienestar social pasa por el control económico de la Ley y del Estado como bien común, sobre el dinero público y la fiscalidad privada. De Rajoy mejor no hablar, porque hace tiempo, que como al rey, ya lo hemos despedido por ineficacia letal absoluta. Sólo es cuestión de tiempo que se pueda comprobar.

La muerte de Suárez nos pareció la muerte de la libertad social  que aprendimos a ejercitar con él. Por eso dolió tanto. Por la melancolía. Nos colocó delante los derechos humanos que no conocíamos nada más que de oídas, y ahora se están evaporando. Fue un homenaje de despedida a la libertad que agoniza hoy y un llanto por el liberticidio que estamos soportando. Una toma de conciencia de que hay que resucitar y hacerlo en otro registro y por si faltaba algún detalle evocador del pasado, allí apareció para sellar el acta de la decadencia en retromarcha, otro dictador invitado no se sabe por qué: Teodoro Obiang Ngema.
Estoy segurísima de que si ahora muriesen Felipe González, Aznar, Zapatero o  Rajoy, la reacción de los ciudadanos no sería la misma que ante la desaparición de Suárez. Él fue un símbolo de algo decisivo y supo liquidar honestamente lo que le permitieron que liquidase y lo botaron cuando quiso seguir las reformas y cambios, y como no lo consiguió, en vez de aprovecharse del rodillo giratorio, se retiró discretamente a su vida familiar; el resto, son y han sido unos pringaos, unos cobardes y/o vivales, incapaces de escuchar a la sociedad y respetar sus demandas. Parece mentira que el que tenía el peor  y más sospecho curriculum de todos, el más falangista y franquista, el ex jefe del dichoso Movimiento eternamente inmóvil, al que descuajaringó por innecesario y aberrante, haya sido el mejor. Eso, por otra parte, reconforta y quiere decir que a quien sabe trabajar con su conciencia y su independencia no le mata el alma ni siquiera la más cutre e interminable de las dictaduras, y a quienes no despiertan y le tienen miedo a su conciencia, porque en su lugar han colocado una ideología, el negocio de un partido que se convierte en carrera profesional o una millonada en cualquier paraíso fiscal, de nada les sirve una democracia, porque acaban por corromperla, venderla al mejor postor e inutilizarla.

En cuanto al pueblo llano, a todos nosotros, los ciudadanos sin más, esa despedida del señor Borbón nos parece que no significa nada, si continuamos sin poder elegir ni decidir qué modelo de Estado deseamos para este siglo XXI, en el que los reyes y reinas sólo cuadran bien en las barajas y en el ajedrez. Felipe reinará sobre el tablero con su reina y sus torres, caballos y alfiles de opereta y sobre el monopoly, que tantas raíces ha echado en los jardines reales, pero los jugadores estarán dándole al estratego para mandarlo al exilio en cuanto puedan.
                                         
  

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