domingo, 22 de junio de 2014

"No es lo mismo el amor a la palabra que la palabra por amor"

verso libre

La hospitalidad

Actualizada 21/06/2014 a las 14:08   

                                      
       
                                     Me encuentro de nuevo con la palabra hospitalidad. Uno se encuentra con las palabras como se encuentra con la gente. Doblar una esquina o pasar la página de un libro es admitir una modesta invitación a la sorpresa en la que caben el riesgo y la alegría. Saludar o cerrar los ojos a una palabra responde a sentimientos de miedo, cansancio, prisa, necesidad o alegría. Yo me encuentro con la palabra hospitalidad y siento una alegría que viene de la necesidad. Se trata de una alegría necesaria.

Leo un libro de la historiadora del arte Estrella de Diego que se titula Rincones de postales. Turismo y hospitalidad (Cátedra, 2014). Frente a la imagen romántica de los viajeros, las multitudes de turistas contagian una incómoda antipatía. Aunque uno supere cualquier tentación de elitismo, no se puede desconocer el mecanismo perverso de una cultura capitalista que consigue incluir también nuestro tiempo de ocio en la cadena de producción. Se nos permiten las vacaciones porque son un privilegiado tiempo de consumo. Un tiempo utilitario. Los turistas japoneses con cámaras de fotografías nos dejan en las taquillas de nuestros monumentos y en nuestros hoteles el dinero que hace falta para que nosotros consumamos su tecnología.

Este turismo da pocas oportunidades para el riesgo de la contaminación. Resulta difícil conocer al otro, conocer la tierra que pisamos, durante un viaje organizado en todos sus detalles. La masificación entorpece las posibilidades de conocimiento. Desconocimiento del otro. Desconocimiento de nosotros mismos cuando nos ponemos en el lugar del otro. Acabamos todos sin lugar, sin palabras.

Por eso Estrella de Diego acaba por hablar de contaminación. La emoción real ante un cuadro, una iglesia o un puente supone algo más que el motivo de una postal o una fotografía reconocible para el teléfono móvil. Implica sentir la tierra, mancharse con la historia, saberse interpelado con la vida, conocer, arriesgar una experiencia de carne y hueso no elaborada por las realidades virtuales, volver al cuerpo, compartir... Estrella de Diego habla entonces también de la hospitalidad, y yo me encuentro con una vieja conocida, y me alegro, y la abrazo, y hablo con ella de la poesía de Edmond Jabès, de la ética de Emmanuel Lévinas, de las reflexiones sobre la extranjería de Jacques Derrida. Son tres antiguos amigos que comparto con la palabra hospitalidad y que me enseñaron mucho de ella, quizá porque los tres fueron franceses, pero uno nació en Egipto, el otro en Lituania y el otro en Argelia.

Me gusta entender la poesía como un acto de hospitalidad. Escribo para que el lector pueda habitar las palabras, hacerlas suyas, suceder en ellas. La escritura es falsa si no nace del amor. No es lo mismo el amor a la palabra que la palabra por amor. El amor a la palabra por sí misma provoca a veces una pedantería inaguantable, una retórica del engaño y la cobardía. La palabra que nace por amor exige ponerse en juego, decirse de verdad, procurar no mentir, quedarse a disposición del otro.

El encuentro con la palabra hospitalidad es hoy una alegría necesaria. No están las cosas para bromas. Más que una muestra de cariño, el amor se impone como una obligación ética. Se ha publicado esta semana el informe número 12 de CEAR, la Comisión Española de Ayuda al Refugiado. Me ha puesto los versos de punta y el vocabulario de gallina. Los gobiernos firman acuerdos internacionales que se convierten después en papel mojado cuando alguien se acerca a las fronteras con una tragedia en la espalda. Los papeles mojados se convierten después en cadáveres en el mar o cuerpos ensangrentados por las cuchillas de una alambrada.

Los que buscan refugio por huir de una guerra o del hambre no son turistas, no responden a la producción del tiempo de ocio, sino al tiempo de la supervivencia, de la necesidad radical. Están malditos. No sólo nos mostramos extremadamente cicateros a la hora de respetar los derechos humanos o las leyes de asilo, sino que falseamos los datos y las cifras para crear alarmas innecesarias. Eso explica con pelos y señales el informe de CEAR al hablar de la realidad de España y del mundo en el 2013. En este panorama, ante este cuadro de la realidad, es una alegría necesaria encontrarme con la palabra hospitalidad para pensar en el viaje que no se hacen por turismo.

Escribo este artículo en la casa de Forés de mis amigos Joan y Mariona. A Joan le gusta reírse de las cosas ridículas que han escrito los filósofos sobre la palabra amistad. Ni siquiera Cicerón y Montaigne, me dice, han acertado a decir algo serio sobre la amistad. Tal vez podamos acercarnos al asunto de otra manera. Empezamos a escribir desde la perspectiva de la hospitalidad. Estar en la poesía o en la casa del otro como si estuviéramos en nuestra propia casa. Tener preparado en nuestra casa un lugar para el otro.

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