La hospitalidad
Luis García Montero
Me encuentro de nuevo con la palabra hospitalidad. Uno
se encuentra con las palabras como se encuentra con la gente. Doblar
una esquina o pasar la página de un libro es admitir una modesta
invitación a la sorpresa en la que caben el riesgo y la alegría. Saludar
o cerrar los ojos a una palabra responde a sentimientos de miedo,
cansancio, prisa, necesidad o alegría. Yo me encuentro con la palabra
hospitalidad y siento una alegría que viene de la necesidad. Se trata
de una alegría necesaria.
Leo un libro de la historiadora del arte Estrella de Diego que se titula Rincones de postales. Turismo y hospitalidad
(Cátedra, 2014). Frente a la imagen romántica de los viajeros, las
multitudes de turistas contagian una incómoda antipatía. Aunque uno
supere cualquier tentación de elitismo, no se puede desconocer el
mecanismo perverso de una cultura capitalista que
consigue incluir también nuestro tiempo de ocio en la cadena de
producción. Se nos permiten las vacaciones porque son un privilegiado
tiempo de consumo. Un tiempo utilitario. Los turistas
japoneses con cámaras de fotografías nos dejan en las taquillas de
nuestros monumentos y en nuestros hoteles el dinero que hace falta para
que nosotros consumamos su tecnología.
Este turismo da pocas oportunidades para el riesgo de la contaminación.
Resulta difícil conocer al otro, conocer la tierra que pisamos, durante
un viaje organizado en todos sus detalles. La masificación entorpece las posibilidades de conocimiento.
Desconocimiento del otro. Desconocimiento de nosotros mismos cuando nos
ponemos en el lugar del otro. Acabamos todos sin lugar, sin palabras.
Por eso Estrella de Diego acaba por hablar de contaminación.
La emoción real ante un cuadro, una iglesia o un puente supone algo más
que el motivo de una postal o una fotografía reconocible para el
teléfono móvil. Implica sentir la tierra, mancharse con la historia,
saberse interpelado con la vida, conocer, arriesgar una experiencia de
carne y hueso no elaborada por las realidades virtuales, volver al
cuerpo, compartir... Estrella de Diego habla entonces también de la
hospitalidad, y yo me encuentro con una vieja conocida, y me alegro, y
la abrazo, y hablo con ella de la poesía de Edmond Jabès, de la ética de
Emmanuel Lévinas, de las reflexiones sobre la extranjería de Jacques
Derrida. Son tres antiguos amigos que comparto con la palabra
hospitalidad y que me enseñaron mucho de ella, quizá porque los tres
fueron franceses, pero uno nació en Egipto, el otro en Lituania y el
otro en Argelia.
Me gusta entender la poesía como un acto de hospitalidad.
Escribo para que el lector pueda habitar las palabras, hacerlas suyas,
suceder en ellas. La escritura es falsa si no nace del amor. No es lo
mismo el amor a la palabra que la palabra por amor. El amor a la palabra
por sí misma provoca a veces una pedantería inaguantable, una retórica
del engaño y la cobardía. La palabra que nace por amor exige ponerse en
juego, decirse de verdad, procurar no mentir, quedarse a disposición del
otro.
El encuentro con la palabra hospitalidad es hoy una alegría necesaria.
No están las cosas para bromas. Más que una muestra de cariño, el amor se impone como una obligación ética. Se ha publicado esta semana el informe número 12 de CEAR,
la Comisión Española de Ayuda al Refugiado. Me ha puesto los versos de
punta y el vocabulario de gallina. Los gobiernos firman acuerdos
internacionales que se convierten después en papel mojado cuando alguien
se acerca a las fronteras con una tragedia en la espalda. Los papeles
mojados se convierten después en cadáveres en el mar o cuerpos
ensangrentados por las cuchillas de una alambrada.
Los que buscan refugio por huir de una guerra o del hambre no son turistas,
no responden a la producción del tiempo de ocio, sino al tiempo de la
supervivencia, de la necesidad radical. Están malditos. No sólo nos
mostramos extremadamente cicateros a la hora de respetar los derechos
humanos o las leyes de asilo, sino que falseamos los datos y las cifras
para crear alarmas innecesarias. Eso explica con pelos y señales el
informe de CEAR al hablar de la realidad de España y del mundo en el 2013. En este panorama, ante este cuadro de la realidad, es una alegría necesaria encontrarme con la palabra hospitalidad para pensar en el viaje que no se hacen por turismo.
Escribo este artículo en la casa de Forés de mis amigos Joan y Mariona. A
Joan le gusta reírse de las cosas ridículas que han escrito los
filósofos sobre la palabra amistad. Ni siquiera Cicerón y Montaigne, me
dice, han acertado a decir algo serio sobre la amistad. Tal vez podamos
acercarnos al asunto de otra manera. Empezamos a escribir desde la
perspectiva de la hospitalidad. Estar en la poesía o en la casa del otro
como si estuviéramos en nuestra propia casa. Tener preparado en nuestra casa un lugar para el otro.
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