El juez y los cigarros del faraón
"El especialista, muy riguroso en su objeto específico, puede convertirse en un agitado confusional en cuanto se aleja de él"
J. F. Revel
No, ningún juez ha dicho que fumar es un derecho fundamental y sí, soy fan de Tintin.
Aun así, deberían intentar dejar de fumar. Yo lo hice hace casi
un cuarto de siglo por un ataque de deontología profesional y, la
verdad, nunca me he arrepentido ni de una cosa ni de la otra. Si alguna
vez me topo con el último paquete de Camel que compré, guardado en un
jarrón creo, lo miraré sin ninguna nostalgia. Tras una discusión
morrocotuda con uno de mis jefes por algún titular que querían colgarle
en portada a una información mía y que era una burla del espíritu real
de su contenido, este decidió cambiarlo, pero se vengó en templado
encargándome hacer un jodido reportaje de becaria, a mí que había
dirigido ya un diario y dos emisoras, sobre cómo dejar de fumar. Lo hice
como todo, con empeño. Llegué así al gabinete de un tipo que hacía
electro acupuntura, al que escuché con mi mejor cara de escepticismo. Me
incitó a probar su método, pero yo no tenía calculado que la broma de
mantener las esencias profesionales me costara 50.000 pesetas y, además,
estaba deseando fumarme un piti. "Te lo hago gratis, solo para que
puedas decir que funciona" y hasta aquí. Funcionó. No harían nada de más
dejándolo también. Se sentirán fenomenal y no renunciarán a ninguno de
sus derechos.
Anda el río revuelto, sin embargo, porque tras la lectura del auto del magistrado Alfonso Villagómez,
algunos periodistas titularon que este señor decía que fumar era un
derecho fundamental y que, por eso, una comunidad autónoma no podía
regularlo. Nada más lejos de la realidad. Sucede que el auto es confuso,
además de polémico, y que en él, Villagómez dedica un espacio relevante
a teorizar sobre lo que no pueden hacer las comunidades autónomas, para
al final decirnos que eso nada tiene que ver con lo que le someten a
ratificación. "A partir de un cierto umbral de intensidad en la
afectación de los derechos fundamentales, que no se da en la Orden
1008/2020, la opción es el estado de alarma", dice. Que está bien dicho
pero que como él se tiene que ocupar de esa orden y no de ordenar el
mundo, no se entiende muy bien tanta digresión. No se entendió bien, ya
lo han visto y cabreó tanto a los de Ayuso como a los de Sánchez. Pleno.
En realidad, el asunto es de traca y voy a intentar
simplificárselo. La Comunidad de Madrid solicitó una ratificación de su
orden con medidas para controlar el COVID-19, la misma que han dictado
las demás comunidades, pero no tenía necesidad de hacerlo. El juez, en
lugar de inadmitirla, entró a valorarla y la denegó, porque dice que no
se ha publicado la instrucción ministerial, producto del consenso en ese
Consejo con las comunidades autónomas, en el BOE, aunque resulta que
también hay dudas de que se deba publicar.
Ahora tenemos una orden que no está anulada, ya que la no ratificación
es irrelevante, y que según dicen muchos jueces y catedráticos de la
cosa contencioso-administrativa está plenamente en vigor, aunque pueda
ser recurrida ante el TSJM. Un cisco.
Todo esto es muy bonito porque nos llevará después a concluir
que los gobernantes tienen que gobernar y que el sistema judicial no es
gran solución para estos menesteres de la pandemia. La orden de la
Comunidad de Madrid, como las del resto de comunidades con el mismo
contenido, es una disposición reglamentaria y se dicta en ejercicio de
las potestades reglamentarias y de un artículo de la Ley 16/2003 que
obliga a las autonomías a ejecutar las medidas acordadas en el Consejo.
Ese artículo fue modificado en el Decreto de Nueva Normalidad con esa
finalidad, la de que se pudieran tomar medidas coordinadas sin tener que
declarar nuevamente el estado de alarma.
El error de base en el asunto de Madrid pasa por someter esa
orden a la ratificación de un juez, cuando las disposiciones
reglamentarias NO se someten nunca a ella. Los jueces ejercen la
potestad jurisdiccional y no la reglamentaria, así que ese asunto excede
del ámbito del juez Villagómez. En realidad, son solo las ordenes
individuales las que hay que llevar al juez, del tipo: el marinero
Domenico Sirtaki debe quedarse en cuarentena en su barco al presentar
síntomas de lo que sea. Entonces sí, entonces hay que ir al juez a
ratificar esa orden administrativa pero la orden que nos ocupa es
general. Según los expertos sigue en vigor la prohibición de fumar en
las terrazas, de no visitar a los ancianos y de cerrar las discotecas,
aunque se haya formado un jari del quince.
Con esto llegamos al asunto del faraón y de cómo debe gobernar,
sobre los cigarros y sobre cualquier otra medida necesaria, sin
escudarse en nada ni nadie. No se termina de entender por qué Ayuso
llevó su orden al juez cuando no era preciso: ¿error de sus juristas o
búsqueda de un respaldo innecesario? Hay que gobernar. Esto va con todos
y con Ayuso, permítanme que les haga partícipes de mis miedos, más que
con muchos otros. Estamos a la deriva en una comunidad con casi siete
millones de habitantes. Un gobierno ineficaz, charlatán e ineficiente, y
una oposición en estado de hibernación. Papelón total.
La estructura del sistema judicial tampoco es adecuada para
hacer frente a la necesidad imperiosa de medidas que precisan de una
implementación inmediata porque ya llegan tarde. El juez individual que
resuelve según su leal saber y entender –uno aquí, otro en Barcelona,
otro en Sevilla y uno más en Valencia– puede dar lugar a estas cosas y
además de forma dispar. Eso se salva con los recursos y, finalmente, con
la unificación del Tribunal Supremo, allende los años normalmente. Ya
ven que no es plan.
Sucede que ahora le echan jeta y exigen al Gobierno que
centralice y que tome las riendas, precisamente los que se pusieron
estupendos para que Illa se quitara y les dejara a ellos. Entiendo que
Moncloa esté quemada por el desgaste político mediante tácticas espurias
a que los sometieron los mismos que ahora les reclaman, pero oigan, no
dejen que esto se nos acabe yendo de las manos de nuevo porque esta vez
no hay excusas para ninguno.
Y mientras seguimos viendo cómo dan tumbos, no lo olviden, ¡tengan cuidado ahí fuera! Por la cuenta que nos trae.
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