La recesión de la democracia
La recesión económica en la que nos ha instalado la pandemia -junto a otros antecedentes- podría conllevar, si no acertamos en las medidas para frenar y controlar la COVID y crece la desconfianza ciudadana, una recesión de la democracia. Un retroceso y debilidad del sistema como garante de una convivencia más justa y en libertad.
La democracia se mide en términos de nivel de justicia social (cobertura de servicios públicos y redistribución), funcionamiento eficaz de las administraciones, transparencia y grado de confianza que inspiran sus líderes e instituciones para responder a las demandas. Cuando las respuestas empiezan a fallar, más aún en situaciones de emergencia como la crisis mundial provocada por la COVID, crecen la incertidumbre, las amenazas y la inseguridad, calando en la población.
Llevamos una larga etapa en la que el sistema democrático da muestras de haber envejecido, estar lento de reflejos y de respuestas a los desafíos de la humanidad. Bordea la recesión. Ese clima intoxicado estaría favoreciendo los populismos de las derechas, lo que incluye al franquismo en apariencia asintomático.
Las próximas semanas serán cruciales para afrontar los graves problemas inmediatos, con decisiones acertadas para devolver la confianza a la ciudadanía en la acción institucional. En España, los Gobiernos de todo color y ámbito, han de ser coherentes y saber gestionar juntos medidas con rigor y a tiempo para no dar la impresión de que los problemas se les van de las manos. Contamos con una gobernanza propia de un Estado descentralizado que ha depositado competencias como la sanidad y la educación en las CCAA. ¡Ejérzanlas con cabeza y sentido de lealtad al Estado!
Siento vergüenza de aquellos políticos que tratan de escapar de su responsabilidad, que mienten a la ciudadanía y que son incapaces de planificar y gestionar a tiempo las medidas a aplicar a situaciones previsibles hace meses. Ahora se acumulan cuestiones como la protección de las Residencias de Mayores, la problemática vuelta a la escuela, las necesarias y retrasadas contrataciones de personal sanitario, medidas eficientes de prevención y rastreo de los brotes, adaptación de la legislación sanitaria, gestión de los ERTEs y del Ingreso Mínimo Vital, etc ...
Nos enfrentamos a una fatiga de la democracia y a una fatiga de la sociedad. Lo que provoca fatiga en la población - en expresiones acertadas de Antoni Gutierrez Rubi- es el hastío de ciertas políticas, las decepciones acumuladas y el daño que hacen los mensajes populistas. Hablamos de vidas humanas, de miles de empleos y de la recuperación de la economía, de aportar soluciones a millones de familias, de garantizar la educación de los más jóvenes, de acotar incertidumbres que quitan el sueño a millones de hombres y mujeres que no tienen por qué renunciar a sus sueños en este Planeta enfermo.
El problema no reside en la estructura autonómica y en la transferencia de competencias sino en la mediocridad de algun@s gobernantes de CCAA que actúan con ineficacia. La gobernanza exige de las partes cooperación y sentido de Estado. El deber de actuar juntos contra la pandemia nos da oportunidad para cohesionar la estructura autonómica en su relación con el Gobierno central. Pero nos falta la cultura federal: lealtad, cooperación, coordinación y gobernanza compartida. La Conferencia de Presidentes podría ayudar a resolver disfunciones.
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