lunes, 17 de agosto de 2020

¿Acabará algún día el cutrerío insostenible de "las dos Españas" ?



Como decía Antonio Machado nuestro calvario social/patriótico parece prediseñado escatológicamente "entre una España que muere y otra España que bosteza". Esta pandemia lo está demostrando sin parar. 
Una España que no necesita un covid-19 para morirse, le basta para ser un fiambre existencial con su propio albedrío descoyuntado y otra España a la que todo lo que no es su propio "yo y mis circunstancias" le importa un rábano, lo demás, como al hombre del casino provinciano de "El pasado efímero" descrito por el mismo autor, "prisionero en la Arcadia del presente, le aburre. Sólo el humo del tabaco simula algunas sombras en su frente". Ahí estamos atrapados. En esa antítesis destarifada. La situación actual  con su oscuridad, lo está dejando clarísimo. 

Una crisis sociopolítica sin resolver desde nunca es el caldo de cultivo para que los problemas globales aumenten y multipliquen ad infinitum y en vez de unir esfuerzos separen egos en un terno enfrentamiento sin fuste ni más lógica que el disparate. 

¿Dónde está el problema, en los virus o en nosotros? ¿Acaso son los virus los que desertizan, contaminan, queman  y arrasan la tierra y sus elementos naturales para sacar pasta, por encima de sobrevivir dignamente cuidándola y compartiéndola mediante el respeto mutuo y la convivencia en pluralidad consensuada y armonizada entre derechos/deberes? ¿Puede entender y asumir esa relación imprescindible para la vida, una sociedad incapaz de evolucionar en positivo, que solo funciona a golpes de lo que sea: negocio, burbujas, chollos, competitividad patológica, chismorreo cotilla, picaresca tomada como inteligencia y adicciones a todo lo que le mola, tomadas como libertad y derecho de pernada a disposición del que más mande y mejor intrigue a base de zancadillas? 

El problema común se atasca y aumenta  porque se es buena gente según se presenten las cosas y hasta que rebosa el contenedor de la paciencia por abuso de la desorganización como sistema de fijaciones improvisadoras según, como, y  quienes manden. Si hay paciencia y respeto, la tendencia de los poderes e intereses es seguir apretando la soga hasta que se asfixia a los pacientes por exceso de unas cosas y defecto de otras, es decir, se agota a los que practican la paciencia. Y en ese punto, se hace legal y legítimo el uso de la fuerza bruta hasta de la ley para frenar el lógico y natural descontento que puede llegar a la desesperación que muere a gritos o hundirse en la indiferencia absoluta que mata bostezando por hiperventilación descerebrante. En ese punto solo queda espacio para al estilo franco-fascista  "asumiendo los plenos poderes" para cualquier cosa que presente dificultad, que ya se dispone de una Constitución que lo facilita la mar de bien, trajinada por los gestores de la morgue y el bostezo de siempre. 
Mientras ese juego de tronos dislocados da vueltas y vueltas para ver como sale del aprieto y demuestra con éxito que le puede "al enemigo" (en España nunca se ha superado la enemistad de lo diverso como valor en alza, no hay capacidad para entender al contrario, solo se recurre al trapicheo de intereses convertido en virtud momentánea para lavar la cara a la eterna comedia) los problemas aumentan, se agravan y la sociedad se polariza cada vez más. O bien se encoge y se somete a cualquier cosa por miedo o bien se desmadra y monta pollos, que tampoco aportan nada y solo sirven para que el río revuelto llene la cesta de los pescadores profesionales de chollos, trampas y jugarretas. El cabreo y el bostezo se acaban resumiendo en la misma frase: "ya lo decía yo", "ya se sabía que esto no iba por buen camino". Y ahí se tira la toalla y se acepta lo que hay. "Siempre pasa lo mismo". "Todos son iguales". Por fin, se llega al consenso en algo. 


Mientras tanto ¿quién piensa en cambiar sus comportamientos más negativos? ¿Quién cae en la cuenta de que sus pensamientos y emociones tengan una utilidad importante para ese cambio que todos quieren y nadie realiza? Posiblemente muy pocos comprendan que millones de células enfermas no pueden jamás convertirse en un cuerpo sano. Que la sociedad es ese cuerpo y las células somos nosotras mismas. ¿Se puede pensar, elegir o votar en las urnas, algo que valga la pena con las neuronas fritas por la toxicidad que comes, bebes o inhalas? ¿Se puede tener capacidad de organizar algo bueno si no hay salud emocional, ni empatía (capacidad para ponerse en el lugar del otro)? ¿Se puede decidir, organizar o gobernar un estado si uno mismo es incapaz se sanarse, despertarse, reconocerse en el Nosotros y cambiar a mejor? 
Ni en la escuela ni en la familia nos enseñan a pensar y a descubrir desde pequeños acerca de la esencia de nuestro Ser, reflejado en lo que hacemos o no hacemos, mediante el nacimiento exponencial y fluido de la conciencia, porque solo se nos domestica como en el circo yen las cuadras a los animales, y se nos entrena para que todo siga "igual que siempre", y que ese plano es lo único que vale como "normalidad", porque de lo demás ya se encargan los dogmas religiosos o ideológicos que son las jaulas, de decidir por nosotros y las leyes y la autoridad armada, de corregir a los que se salgan del corral. No se desarrolla una visión crítica, lúcida  y sana de nuestro paso por el Planeta. Se nos educa para ser eternos en un mundo temporal y finito, para ser egocénticos en una sociedad en la que es preciso comprenderse en igualdad y cooperar para poder mantenerla en un estado aceptable sin acabar con los recursos que nos hacen posibles como especie.  

Nuestra sociedad es paupérrima en desarrollo humano y en ese plan aunque  todos fuésemos millonarios, cultísimos y metatecnológicos seguiríamos en la misma indigencia antropológica. Y puede que  hasta peor aun. A más cantidad de basura menos posibilidad de reciclaje. Reciclando la basura disminuye, si aumenta es porque no se recicla ni se ve el peligro de la acumulación. Y la basura no solo es material, también es psicoemocional, conductual, mecánica e irresponsable. El dinero ya forma parte del desperdicio, de la patología social, de la enfermedad. 
Hoy he visto en una farmacia los precios de las pruebas para la detección del Covid-19. Una pasta desorbitante, de la que una mayoría de la población no dispone sobre todo en el tiempo que atravesamos. Pero es  un negocio estupendo para quienes ofrecen la mercancía, o sea, la salud en compra-venta. Como todo en ese mundo demente y desquiciado, que se nutre de  la mentira como principal aporte alimenticio. Una vez destrozada la ilusión de una sanidad pública decente que el pp deshizo en sus últimos años de poderío, ya solo nos queda la conciencia para recuperar lo que se pueda de nuestra humanidad deshecha in crescendo. 

No somos dos Españas, somos una familia maleducada, ignorante y estúpida que ha hecho de su calamidad una bandera, una historia y una costumbre honorífica, porque aun no ha comprendido que es imposible que solo una mitad del conjunto estatal pueda salir adelante sin la otra mitad. ¿Puede vivir un ser humano sin conciencia? No. Solo puede vegetar, pero no vivir. Los antiguos griegos a los seres vivientes los llamaban zooi. Porque el viviente por medio de la libertad, eleuthería, tiene la posibilidad y el derecho/deber de desarrollar conciencia. Y la conciencia manifiesta del zoo anthropós kai guinaikós, el viviente humano hombre y mujer, es la politeia que lo convierte en zoón polítikon , un ser social, y así se distingue del resto de los vivientes en sus distintas modalidades. Este bagaje debe enseñarse desde la infancia. Menos jueguecitos idiotas y más vida tangible hacen a nuestros niños mucho más despiertos y sensibles a la realidad que bellos durmientes entre las fantasías manipuladas y generadoras de viejos prematuros, que un día descubrirán con tristeza infinita y depresión irremediable que les han timado desde que nacieron. Nadie lo va a investigar, pero es seguro que el gerontocidio en las residencias de ancianos en esta pandemia, tiene más que ver con esa orfandad de conciencia que con el virus en sí mismo. Descubrir al final de la vida que uno se muere sin haber nacido de verdad, plenamente. Porque se le ha amaestrado para la alienación, la obediencia ciega y el automatismo. Es posible que no haya mayor tragedia que llegar al fin del tiempo en este plano existencial sin haber vivido además de haber vegetado. 

España como conjunto social y épico lleva en esa esperpéntica fase toda su historia, y cuando se siente sacudida por los resultados inevitables de sus hazañas se emperra en agudizar su "valentía" , su "coraje" zarzuelero de gigante cabezuda y en seguir triturando su inteligencia, su alma y su conciencia. Y cuando algunos lo comprenden e intentan cambiar los ingredientes para que el plato se pueda comer sin envenenar a los comensales, les llaman traidores y rompepatrias, separatistas y malísima gentuza republicana. Y ya estamos en la historia interminable de nuevo, pero no la de Michael Ende sino la del eterno conflcto entre conciencia y sables, entre biblioteca y discoteca, entre inteligencia y bazofia, entre salud y matarile, rile, rón. 
Así se explica cómo hemos dejado Latinoamérica, el cortijo español ultramarino. Pobrecita tierra hermana y sufridora del eterno pasodoble al que, para más inri, llama "madre patria". Ains...una patria de por sí, nunca puede alcanzar el rango de madre, depende demasiado del poder y desconoce el amor y la compasión olvidados entre las armas, las togas y las coronas, es una madrastra por su propia esencia. Una madre no conquista, no mata, no vende ni compra a sus hijos, no los olvida ni los explota y cuando en los malos momentos de carencias y problemas van a convivir con ella no los margina ni los abandona. Ni les suelta un "¿por qué no te callas?" cuando ella tiene tanto por lo que callarse y aprender de los propios hijos lo que desconoce y hasta desprecia por su incultura y su ignorancia.

España es un calvario para sí misma y ya es hora de que caiga en la cuenta en vez de seguir dando vueltas a la misma noria sin agua, como una burra con ateojeras. Eso le pasa por estar tan vacía por dentro como apretujada en la periferia de sí misma. 

Ahora, al tajo. A levantarnos de la fangodependencia. A centrarnos en el presente para poder superar el trance, pero no escapando entre cifras que nadie se cree, ni en filípicas controladoras de una "ciencia" sin conciencia que llama pseudoterapias a todo lo que ignora. A tomar en cuenta por qué causa las lluvias de datos pandémicos no convencen a nadie ni resuelven nada. Es que, como siempre, se ha abandonado el eje del equilibrio imprescindible para montar una guerra contra el fantasma cambiante de un virus que produce más miedo que muertes. La solución no la va a dar ningún estado, ninguna vacuna, porque es el Planeta el que ha enfermado y se ha intoxicado por nuestra causa y todo lo que vive en él padece el boomerang, y nosotros, sus células enfermas de estupidez y de ansiedades varias que son producto de nuestra locura "normalizada" en forma de miedo suicida, solo podremos mejorar tratando bien a la Naturaleza de la que somos parte igualmente, una parte que debería disfrutar el don de poder tener conciencia, en vez de destruirla.

No es una guerra, es un desmadre. ¡Gnozi seautón, porfis!. La fuente de la vida está dentro de ti pero tú la buscas fuera. Conócete a ti mismo y no tendrás problemas con los virus. Porque habrás comprendido que tú puedes ser el peor virus cuando no sabes quién eres ni qué pintas en este mundo y solo quieres matar lo que no entiendes para poder vivir a tu aire con más comodidad, que luego se te vuelve del revés y te hace papilla porque la decisión es tuya. De verdad de la buena, que ese punto decisivo y fundamental no hay gobierno que lo arregle ni vacuna que lo prevenga.

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