domingo, 23 de agosto de 2020

Galileo, qué gran ejemplo de visión y de coherencia. Le intentaron amordazar, pero no hubo forma, sostuvo su decencia experimental por encima hasta de la catoliquísima y sacroimperial iglesia, especialista en asesinar hijos del hombre en el nombre de su supuesto y terrible 'creador y padre'. Ahí estaba la Natura cósmica dando una lección magistral e irrebatible sobre la Realidad humana y divina, que en el fondo resultan ser inseparables piezas del mismo tejido. Cuando la institución lo comprende y la ciudadanía hace posible esa comprensión, aparecen "la nueva tierra y el nuevo cielo" dentro y fuera de nosotras y nosotros. No es casual que los poetas lo testifiquen con hermosas, inspiradas y profundas palabras pero, sobre todo, y eso es lo más grande, con sus hechos. Lo fundamental es que el verbo se haga carne y habite entre nosotros, si nuestra conciencia se pone las pilas, claro. Y que eso nos despierte para siempre. Un abrazo universal, querido hermano poeta!

Verso Libre

Creencias, ideas, valores, pero la Tierra se mueve alrededor del sol

Publicada el 23/08/2020 a las 06:00
infolibre 
Después de muchos años de tensiones, interferencias cardenalicias y discusiones de todo tipo, y en medio de una gravísima peste, en abril de 1633 la Santa Inquisición abrió el proceso contra Galileo. Acabaría en una condena a prisión perpetua y en la exigencia de que abjurara de sus ideas. La verdad es que en muchas ocasiones no se ponen de acuerdo el pensamiento inductivo y el deductivo.
Las conclusiones de un pensamiento inductivo son la consecuencia de lo que vemos una y otra vez, observamos, experimentamos y comprobamos. Las conclusiones del pensamiento deductivo dependen de las afirmaciones de la autoridad. Esto es así porque lo dijeron Aristóteles, Ptolomeo y las Sagradas Escrituras. La abjuración suele ser el ejercicio exigido a muchos individuos para que renuncien a lo que saben y han visto en favor de la autoridad. Cuando en nombre de la autoridad, hay que renunciar al saber copernicano y afirmar que la Tierra es el centro del universo y el sol se mueve alrededor de ella, se establecen distancias muy grandes entre la autoridad, los individuos, la decencia y el conocimiento. No hay telescopio que las salve.
La Universidad de Madrid de 1933 lo sabía. Por eso organizó unos actos de homenaje a Galileo al cumplirse el tercer centenario de su famosa condena. Cualquier acto intelectual de aquel tiempo se convertía en un examen del presente. En aquella ocasión Ortega y Gasset afirmó que la crisis española de entonces estaba motivada por la falta de creencias, algo que suele coincidir con la sobreabundancia de ideas.
Dedicarse a la educación supone algo más que tener un empleo. Se trabaja, claro, por un salario que permita pagar las facturas a final de mes, pero también por una vocación fundada en la importancia del conocimiento y en la necesaria formación del carácter y la conciencia de los alumnos. Importan mucho las reflexiones matizadas sobre la verdad, la autoridad y el convivir digno de la sociedad a la que uno pertenece.
Durante años, para no tener que abjurar de lo que creo y para no caer en la soberbia de los que se consideran en posesión de la verdad, he hablado mucho con mis alumnos de lo que supone el vacío social de una falta de creencias, vacío rodeado, tapado o adornado por una sobreabundancia de ideas. Hoy en día lo que hay es sobreabundancia de mensajes de Twitter. Y ante ese espectáculo, más que la genialidad siempre ayuda la sensatez para encontrar perspectivas en nuestro mundo. La falta de creencias es una característica ruidosa del cinismo propio de la cultura neoliberal, su ética de la relatividad, su nada tiene importancia o nada tiene arreglo, su acomodo a la oferta y la demanda, su digo lo que se me ocurre. Da igual que el gato sea blanco o negro, lo que hace falta es que cace ratones.
Y a falta de creencias llegan las ideas, más humildes por principio, pero con una dolencia agravada en las sociedades gallinero. Todo el mundo tiene ideas sobre cualquier cosa, sin una exigencia de solidez. Una pandemia, una vacuna, un avance científico, forman parte de nuestra galería de opiniones. Las ideas, sobre todo cuando se rebajan al espíritu de lo ocurrente, comprometen mucho menos que las creencias.
Conviene caminar con pies de plomo, hay que ir y venir, porque también es peligroso llenar este vacío con ideas propias de movimientos fundamentalistas, gente que confunde la pureza con el puritanismo y los pensamientos con el dogma. Cada gato tiene su peligro. Ni la sacralización del relativismo, ni las creencias intolerantes.
La cultura democrática tiende a ponerse de acuerdo en el respeto de algunos valores. Son los ejes acordados para una convivencia justa. Como lo democrático es siempre más inductivo que deductivo, más ascendente que descendente, los valores legitiman a las instituciones, ámbitos públicos organizados para articular aquello que merece ser respetado, es decir, aquello que nos ampara.
Todo tiende a confundirse entre creencias, ideas, principios de autoridad, mensajes cruzados, cinismos y vergüenzas propias o ajenas. Por eso conviene no olvidar la raíz última de las honestidades democráticas. Los valores necesitan instituciones para hacerse realidad. Las instituciones necesitan valores democráticos para legitimarse. Nunca es bueno comulgar con piedras de molino, dejar a las instituciones sin valores y a los valores sin instituciones.

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Un pequeño apunte, para corroborar las reflexiones del amigo Luis: las instituciones son fundamentales para la subsistencia normal de cualquier agrupación humana y van unidas al más elemental conato de organización necesaria para existir conviviendo; no quitan libertad ni actúan pisoteando los derechos y aflojando en los deberes que les resultan molestos. Las instituciones son la prueba del nueve de una ciudadanía. El espejo de su realidad diaria. El examen de conciencia constante. Deben ser aprobadas por el pueblo y nunca impuestas por testosterona ideológica, ni a traición ni bajo palio,  y no son válidas si no llevan el sello de la legitimidad y la aprobación colectiva. No son estupendas ni desechables por ser instituciones, sino por la esencia ética y práctica (moral social), de sus comportamientos, legislación y sobre todo aplicación verdadera, no de escaparate. Deben ser ejemplares para ser respetadas y el respeto no es solo lo que está escrito, es cómo y en que nivel se aplica y gestiona lo que está escrito. Y en manos de quienes están las riendas de esas aplicaciones. Las instituciones son imprescindibles, pero no puede ser institucional cualquier camelo envuelto en armiños y pan de oro exhibicionista. La ética no es solo un valor virtuoso, es sobre todo la respiración y el fundamento, el cimiento y el tejado de cualquier estado normal. Su carencia práctica es la causa del deterioro, la ruina y derrumbamiento del edificio estatal, algo inevitable si no hay ética, por mucho barniz y trampantojo ceremonioso y palabrero con que se trate de camuflar una desgracia de ese calibre. Sin valores aplicables al bien común la institución es un esperpento y 'los valores' sin institución valen muy poco, son como el humo o como las nubes, pasajeros e inconsistentes, con tendencia a desaparecer tras el chaparrón por falta de bases sólidas. 

Nuestro trabajo como ciudadanía es conseguir que el vehículo de la institución y el combustible de los valores estén al mismo nivel de calidad para la salud de todos: que ambos sean ecológicos y no contaminen ni con la chatarra del uno ni con  la combustión del otro. Y que los conductores, como los usuarios  conozcan y respeten el código y normas de la circulación, de la que ellos mismos son autores y responsables. La responsabilidad de los conductores es cumplir limpiamente con el trayecto adecuado y la de los viajeros es respetar a los compañeros de viaje, cuidar del vehículo para no romperlo,  y negarse a  subirse al vehículo cuando derechos y deberes no son respetados, y así reclamar y denunciar los fallos de los conductores cuando no cumplen con sus obligaciones y maltratan a los viajeros o los engañan y en vez de adjudicarles acceso a un asiento les amontonan en el pasillo, mientras los asientos se ofrecen gratis y se reservan solo para los amiguetes, y si preguntan el por qué de ese "régimen" les ponen una mordaza o unas esposas para que no molesten o los dejan tirados en cualquier lugar en vez de llevarles hasta las paradas correspondientes, lo que impide llegar al trabajo a su hora y cumplir son las obligaciones laborales y familiares. Es el caso español. No lo olvidemos.
La institución nunca puede ser patente de corso para sus gestores, y solo de ellos depende el valor y la respetabilidad de lo instituído. Callar y otorgar ante injusticias y atropellos usando la institución es un delito de omisión de lesa ciudadanía por un lado y de agresora y abusiva autoridad legal por el otro.

No vendría mal repasar de vez en cuando el Alcalde de Zalamea de Calderón y Fuenteovejuna de Lope de Vega,El Buscón Don Pablos, de Quevedo, El Lazarillo de Tormes anónimo, Rinconete y Cortadillo en el Patio de Monipodio de Cervantes, o Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán, por no seguir con Larra,  Galdós y la Generación del 98...y por citar solo unas pocas referencias al respecto, porque materia incuestionable, haberla hayla. Al fin y al cabo El Quijote en sí es la revelación completa del destarifo consuetudinario convertido en alegoría para proteger el pellejo del autor y salvar de la quema, literalmente, el legado para el futuro de la ética y la inteligencia , una obra profética que para colmo se ha interpretado al pie de la letra: como una burla de las novelas de caballería. No hay mejor antídoto para la inteligencia que reducir la profundidad de la reflexión a lo meramente epidérmico de lo aparente.

Por fortuna la literatura y la filología son un depósito de inteligencia colectiva y justicia poética, una memoria irreversible de la historia humana, un archivo implacable de la memoria de nuestra conciencia universal e individual, un taller constante donde aprender lo que vale la pena conservar y qué hay que superar y eliminar del equipaje evolutivo para afrontar los retos de nuestra especie. Repetir curso en círculo vicioso sin parar, siglo tras siglo, no nos permite alcanzar el progreso adecuado más allá de técnicas autómatas y creatividad subrogada, repitiendo las muestras caligráficas constantemente como los niños en la escuela primaria cuando intentan escribir imitando la grafía sin comprender el significado de las frases. Solo importa que haya buena letra y cada palabra se pueda leer aunque no se entienda. Parece que España tiene con la semántica un grave conflicto de intereses.Por eso se suele quedar en el despacito y "buena letra" y de ahí no pasa. O por lo menos hasta ahora no ha pasado. Esperemos que esto cambie.
La literatura, -tantas veces una denuncia con muchísimas razones y motivos reales-, es testigo insobornable de esa lamentable montaña rusa disparatada que unos manejan en plena alienación y otros no saben cómo parar. Un ejemplo de total actualidad: de poco vale celebrar tanto a Galdós si luego se aplauden y se repiten los mismos entuertos morales que él denunciaba el siglo XIX. ¿Será que aun seguimos machadianamente instalados sine die en la charanga y pandereta de la España de  cerrado y sacristía, de espíritu burlón y de alma quieta por los siglos de los siglos?

Ya debería bastarnos, por favor, con los resultados de ese empeño sádico en celebrar viernes santos y crucifixiones constantes, tanto sociales, económicas y culturales,  como apología escatológica de la existencia, confundiendo el dolor inevitable en los roces del vivir con el ciego sufrimiento patológico y completamente evitable si se aprende a remediar el dolor en vez de convertirlo en virtud santificante. Y que los católicos dejen ya de alabar la barbaridad. ¿Tendría sentido que Jesús curase enfermedades y dolores, practicase la fraternidad, la igualdad y la noviolencia para luego estar encantado con la crucifixión y dejarla como modelo sine qua non para entrar en el reino de los cielos? Si el sufrimiento es un motivo para ser santos, ¿para qué están los médicos y la compasión? ¿Si la pobreza es una maravilla, por qué ayudar a los pobres a que dejen de serlo si ya se han ganado el cielo sin siquiera caer la cuenta ni tener conciencia nada más que su pobreza y de la injusticia que la produce? Política y religión convertidas en dogmática social institucionalizada tienen estas consecuencias feroces, que luego, por supuesto, en determinados niveles como el nuestro, alimentan la literatura, el arte y la ciencia. Menudo dios y menudo legado organizativo nos ha quedado por resolver. Así nos va. De Herodes a Pilatos. Tal cual.
Menos mal , que como vislumbró Nieztche, ese dios de pacotilla "ha muerto" de su propio mal, afortunadamente. En realidad nunca ha existido nada más que en las leyendas que el poder lleva utilizando milenios para hacer su indecente voluntad sobre un rebaño humano en constante deshumanización inducida. Y lo peor es que esa conducta se ha convertido en leyes e instituciones, jugando con la legitimidad y el engaño, o sea haciendo que el engaño se pueda convertir en legítimo, no por cómo se hace sino por quienes lo perpetran con más cara que espalda, mientras se amparan en una institucionalidad ad hoc  que todo lo justifica mientras le va de cine. Comer es necesario para vivir, pero si se comen productos tóxicos y mal cocinados, comer mata. Pues eso mismo le pasa la institución y a las mismas libertades "legítimas" desmadradas. No lo olvidemos nunca.
Tampoco olvidemos que la capacidad para distinguir entre lo que da vida auténtica y lo que la enferma y la quita, depende del despertar de nuestra conciencia en versión individual y colectiva, que entre sí se retroalimentan.

Cherchez lumiére. Cherchez conscience. Trouvez l'élan vital, nos diría ahora mismo Henri Bergson si anduviese por aquí.

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