El otro virus
Llevamos meses escuchando toda suerte de admoniciones por parte
de todos nuestros gobernantes y responsables políticos sobre cómo,
cuándo y cuánto deberíamos cambiar nuestros hábitos y prioridades por
causa de la pandemia. Runners, consumidores, usuarios, trabajadores,
empresarios, terraceros, hosteleros, jóvenes, padres, abuelos, niños,
maestros… no ha pasado un día sin que algún colectivo recibiera alguna
lección o aviso por parte de algún político sobre cómo se estaba
comportando y cómo debería hacerlo. Pasados todos estos meses, puede que
sea el momento de preguntarse en qué han cambiado la política y los
políticos sus rutinas y comportamientos a causa del COVID-19 y si ellos
están cumpliendo también su parte.
A tenor de las encuestas disponibles, lo primero que parece
claro es que, si lo han hecho, la mayoría no se ha enterado. Ninguno
destaca y todos repiten sus resultados, más o menos, por arriba o por
abajo, una y otra vez. Ninguno ha sido capaz de trascender las estrictas
fronteras de las simpatías y afectos que ya tenía. Ninguno ha sabido
conectar con alguien que no fuera ya de los suyos. Ni la política ni los
políticos han conseguido revertir, ni siquiera frenar, este virus del
descrédito generalizado que, ya antes de la pandemia, les llevaba a un
colapso de su valoración e, incluso, a ser considerados no parte, sino
el primer problema.
La mayoría que aplaudía a los sanitarios y ahora se pone
disciplinadamente la mascarilla y se lava las manos, aplaza las
reuniones familiares o aguarda pacientemente el resultado de sus
pruebas, conserva una percepción de la política como un trabajo que solo
atrae a mediocres y oportunistas, la considera un inconveniente causado
mayoritariamente por el interés partidista, en el sentido más cutre de
la expresión, y mantiene hacia ella la misma distancia y el mismo
cinismo que le genera un reality show. Para esa mayoría, la pregunta que
se hacen con más frecuencia sus gobernantes no es qué pueden hacer por
sus ciudadanos, sino qué más pueden hacer los ciudadanos por ellos.
Naturalmente, se trata de una generalización injusta e
interesada, que obvia la realidad de miles de políticos y responsables
públicos que se dejan media vida en el servicio al interés general y que
tampoco se instala de manera espontánea en las percepciones colectivas,
sino que se construye día a día, con medios y recursos ingentes puestos
al servicio del discurso de la antipolítica por parte de quienes saben
que la política es lo único que realmente puede cambiar las cosas.
Por eso resulta tan peligrosa y por eso todos, unos y otros, a
derecha y a izquierda, ahora que viene septiembre y nos vamos a
enfrentar a la cruda realidad de la segunda ola, deberían poner el
máximo interés y esfuerzo en revertir entre todos los demócratas esa
percepción y contarnos en qué han cambiado para mejor sus
comportamientos, estrategias y prioridades; igual que hemos tenido que
hacerlo el resto de los mortales.
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