lunes, 31 de agosto de 2020

Ojalá este retorno a pie de suelo sea la evidencia de que nuestros políticos son capaces de enmendarse a tiempo para cambiar la inerecia por la lucidez de la conciencia y los cimientos fundamentales de la ética


El otro virus

eldiario.es

Llevamos meses escuchando toda suerte de admoniciones por parte de todos nuestros gobernantes y responsables políticos sobre cómo, cuándo y cuánto deberíamos cambiar nuestros hábitos y prioridades por causa de la pandemia. Runners, consumidores, usuarios, trabajadores, empresarios, terraceros, hosteleros, jóvenes, padres, abuelos, niños, maestros… no ha pasado un día sin que algún colectivo recibiera alguna lección o aviso por parte de algún político sobre cómo se estaba comportando y cómo debería hacerlo. Pasados todos estos meses, puede que sea el momento de preguntarse en qué han cambiado la política y los políticos sus rutinas y comportamientos a causa del COVID-19 y si ellos están cumpliendo también su parte.
A tenor de las encuestas disponibles, lo primero que parece claro es que, si lo han hecho, la mayoría no se ha enterado. Ninguno destaca y todos repiten sus resultados, más o menos, por arriba o por abajo, una y otra vez. Ninguno ha sido capaz de trascender las estrictas fronteras de las simpatías y afectos que ya tenía. Ninguno ha sabido conectar con alguien que no fuera ya de los suyos. Ni la política ni los políticos han conseguido revertir, ni siquiera frenar, este virus del descrédito generalizado que, ya antes de la pandemia, les llevaba a un colapso de su valoración e, incluso, a ser considerados no parte, sino el primer problema.
La mayoría que aplaudía a los sanitarios y ahora se pone disciplinadamente la mascarilla y se lava las manos, aplaza las reuniones familiares o aguarda pacientemente el resultado de sus pruebas, conserva una percepción de la política como un trabajo que solo atrae a mediocres y oportunistas, la considera un inconveniente causado mayoritariamente por el interés partidista, en el sentido más cutre de la expresión, y mantiene hacia ella la misma distancia y el mismo cinismo que le genera un reality show. Para esa mayoría, la pregunta que se hacen con más frecuencia sus gobernantes no es qué pueden hacer por sus ciudadanos, sino qué más pueden hacer los ciudadanos por ellos.
Naturalmente, se trata de una generalización injusta e interesada, que obvia la realidad de miles de políticos y responsables públicos que se dejan media vida en el servicio al interés general y que tampoco se instala de manera espontánea en las percepciones colectivas, sino que se construye día a día, con medios y recursos ingentes puestos al servicio del discurso de la antipolítica por parte de quienes saben que la política es lo único que realmente puede cambiar las cosas.
Por eso resulta tan peligrosa y por eso todos, unos y otros, a derecha y a izquierda, ahora que viene septiembre y nos vamos a enfrentar a la cruda realidad de la segunda ola, deberían poner el máximo interés y esfuerzo en revertir entre todos los demócratas esa percepción y contarnos en qué han cambiado para mejor sus comportamientos, estrategias y prioridades; igual que hemos tenido que hacerlo el resto de los mortales.

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