domingo, 9 de agosto de 2020

Una vez más el Profesor Fernandez Liria nos regala una reflexión que ya es un estado de conciencia para la mayor parte de la ciudadanía. La manipulación de la realidad utilizando la "realeza" ya no tiene sentido. El mismo Borbón al escapar como un carterista en el metro cuando le pillan mangando, ha destapado del todo la caja de los rayos y truenos, dejando en evidencia cualquier posible conato de defensa, de lo que ya es imposible defender sin perder el oremus y la credibilidad


Hay que desclasificar la gran patraña del juancarlismo

  • "Juan Carlos ha sido el remate de una historia de corrupción y traición a la patria que los Borbones protagonizaron durante siglos"
  • "El 23F, Juan Carlos salvó su pellejo tras haber cometido un delito de Alta Traición a la patria. A ello sumó una miserable traición personal"
  • "Nadie puede creerse que su salida de España no sea un intento de eludir futuros problemas jurídicos"

He echado de menos un hipervínculo en el editorial de El País, cuando, respecto a un posible consenso republicano en la población, afirma que “los datos indican lo contrario”. ¿Qué datos? Llevamos años pidiendo que el CIS se pronuncie al respecto y resulta de lo más sospechoso que no lo haya hecho jamás. El País está demasiado acostumbrado a dictar a los españoles cuáles son y cuáles no son los datos que hay que creerse. Ese monopolio de la credibilidad que ha ostentado desde la Transición, le ha permitido construir la realidad según le convenía inventársela. Pero ahora la cosa ya está empezando a sonar un poco ridícula.

La verdad es que, como muy bien han explicado David Torres y Cristina Fallarás, el papel de los grandes medios de comunicación respecto a la monarquía ha sido bochornoso. Se han dedicado a negar y negar la evidencia de lo que “todo el mundo sabía”, desde la corrupción en los tiempos de Prado y Colón de Carvajal o Javier de la Rosa, hasta la mil veces denunciada implicación del Rey en el golpe de Estado del 23F, de la que ya aportó bastantes datos el coronel y jefe del CESID Juan Alberto Perote y también Pilar Urbano. Hemos tenido que esperar a que decayera la inviolabilidad de Juan Carlos, para que fuera ya imposible negar la realidad, y aún así, El País y El Mundo siguen en sus trece, intentando hacer pasar por un acto de responsabilidad de Estado lo que no es más que una fuga de la Justicia. La servil pleitesía que ha marcado desde hace cuarenta años su línea editorial respecto a la monarquía y su empeño en seguir defendiéndola ahora tiene, sin duda, motivos económicos y políticos profundos, pero también causas psicoanalíticas que yo me haría mirar, pues bien podrían haber cumplido el mismo cometido sin semejante derroche de mala fe y de sumiso patetismo. Los principales medios de comunicación llegaron incluso al extremo de encumbrar la famosa anécdota en la que un motorista, que no era otro que el Rey, se detuvo en la autopista a ayudar a un conductor que había tenido una avería. Siempre me ha dado vergüenza ajena que esta anécdota, con guión de Paco Martínez Soria o Manolo Escobar, fuera encumbrada por la propaganda real y aplaudida por periodistas profesionales de prestigio.

Yo no soy un obseso antimonárquico porque, aunque soy un convencido republicano, pienso, de la mano de la historia de la Ilustración, que “república” no se opone a “monarquía”, sino a despotismo. Creo que es posible concebir una monarquía constitucional con división de poderes, capaz, en este sentido, de ser “republicana” (aunque obviamente, el asunto de la monarquía no introduce aquí más que peligrosas distorsiones y excentricidades, como el vidrioso asunto de la inviolabilidad). Lo que a mí me pasa es que, como ha hecho el PSOE durante todos estos años, distingo muy nítidamente entre la monarquía en sí y Juan Carlos I y su herencia borbónica. Alfonso Guerra decía ser republicano pero juancarlista. Eso es lo que no puede ser. Juan Carlos ha sido el remate de una historia de corrupción y traición a la patria que los Borbones protagonizaron durante siglos en una continua obstrucción de la democracia, una historia que ahora amenaza con prolongarse sustituyendo al “campechano” con el “preparado”. Y Juan Carlos estuvo y está a la altura de su vergonzosa estirpe.

Y no es que piense que Felipe VI lleva en sus genes la corrupción y la traición de sus abuelos. El gran problema es que mientras él esté ahí portando su corona habrá que mantener intacta la gran patraña que corre envilecida por las venas de nuestra democracia, la repugnante mentira, de la que miles de periodistas se han hecho cómplices, que convirtió a Juan Carlos en un héroe protagonista de nuestra democracia. Quizás una república puede llegar a ser compatible con una monarquía. Pero una república no puede levantarse sobre una inmensa mentira y un terrible silencio. Y me refiero, por supuesto, al papel del rey emérito en el golpe de Estado del 23F.

Algunos nos conformaríamos con algo muy sencillo: que se desclasificaran todas las grabaciones implicadas en el golpe de Estado del 23F y que, consiguientemente, si ese fuera el caso, se dictara una orden de busca y captura sobre Juan Carlos por Alta Traición, además de por corrupción. Si se hace eso, haré como Charlton Heston en la película de El Cid y rendiré vasallaje a mi rey Felipe VI. Pero ni una monarquía ni una república puede sostenerse sobre el secreto y la mentira.

El rey Juan Carlos colaboró activamente en el golpe del 23F, lo mismo, por cierto, que el PSOE, deseoso de quitarse de en medio a Adolfo Suárez y la UCD. Quien mejor ha contado lo que pasó, es, sin duda, el historiador y periodista Jesús Palacios, cuyos libros y artículos hace ya tiempo que deberían haber movido a intervenir, en un sentido o en otro, a las instancias judiciales (bien para imputarle a él por calumnias o bien para imputar al rey por Alta Traición a la Patria). Lo que define el carácter y la consistencia moral y política de nuestro rey emérito es (según hizo publico Iñaki Anasagasti) una imagen que le contó el secretario de la Casa Real, el general Sabino Fernández Campos: “el rey, la reina y un estrecho círculo de colaboradores fueron sorprendidos por Sabino brindando con champán al poco de producirse el asalto al Congreso”.

Todo esto está ya más que suficientemente documentado y de nada va a servir repetirlo una vez más. Que se desclasifiquen los documentos y las grabaciones de la Zarzuela y que se aclare de una vez por todas lo que realmente pasó. Que se cuenta la verdad a la ciudadanía. La monarquía no resistirá ni tres días. Lo que pasa es que ningún Gobierno del PSOE lo hará jamás, porque varios importantes políticos del PSOE también estuvieron implicados en la intentona golpista. El golpe consensuado que habían preparado fracasó por culpa de la bestia franquista de Tejero, que entró en el Congreso pegando tiros, echando por tierra los planes de un golpe cívico militar presentable internacionalmente, y que, además, se negó a secundar los planes de Armada y del Rey, que le habían sido cuidadosamente ocultados. De todos modos, lo más difícil sería enjuiciar la catadura moral y profesional de la ralea periodística que durante varias décadas ha bailado el agua a la monarquía, alimentando una mentira colectiva con una farsa mediática grotesca y obscena, además de cursi y de babosa. Para mí, este es el delito más grave de todos, aunque no sea judicialmente. Son los periodistas, muchos periodistas, los que han hecho que nuestra ciudadanía gravite sobre una mentira repugnante. Y lo han hecho con premeditación y con abuso de poder, sabiendo que detentaban el monopolio de la libertad de expresión (mucho más cuando todavía no existían las redes sociales).

La mentira oficializada envilece la democracia. Durante años y años discutí con una amiga porque yo recordaba nítidamente (y ella no) una frase del rey Juan Carlos que los medios de comunicación borraron de los anales de la historia, muy a sabiendas de lo que hacían. Durante dos décadas no quedó ni rastro de ella, de modo que creí haberla soñado o habérmela inventado en un delirio conspiranoico. Tuve que esperar a que Rafael Sánchez Ferlosio la recordara en una tribuna de opinión de El País para convencerme a mí mismo de que no estaba loco todavía. “Sabes que ya no me puedo volver atrás”. Era la misiva que Juan Carlos envió en un telegrama a su querido amigo Milans del Bosch, aquella famosa noche.

El 23F, Juan Carlos salvó su pellejo tras haber cometido un delito de Alta Traición a la patria. A ello sumó una miserable traición personal, sacrificando a su amigo el general Armada, con el que había preparado el golpe cívico militar que iba a enmendar el golpe duro protagonizado por Tejero, al que también habían traicionado y mentido. No se puede imaginar nada más miserable, nada más indigno. Pero en este crimen moral y político colaboraron en seguida una legión de periodistas que pusieron manos a la obra para construir un honroso relato que logró convertirle en un héroe de la democracia. La profesión de periodista quedó así manchada por una ignominia que todavía no se ha terminado de limpiar, pese a lo mucho que han cambiado las cosas desde entonces, gracias a Internet y los medios de comunicación alternativos.

Tenía razón Kant al explicar que el lecho trascendental de la vida republicana es la libertad de prensa. Y eso es lo que no hubo en absoluto durante los cuarenta años de convalecencia que, como ha explicado Juan Carlos Monedero, ha durado la Transición. No se puede llamar libertad de prensa al monopolio para mentir que pueden detentar dos o tres oligopolios mediáticos. El grupo PRISA tuvo en esto la mayor responsabilidad, porque, además, se presentaba como progresista y de izquierdas. El Editorial del otro día remata su vocación de delincuentes lameculos. Cualquier ciudadano puede enterarse mejor de lo que ha pasado escuchando a un tipejo youtuber de dudosa reputación, como por ejemplo, Un Chico Blanco Hetero. Así es que no me extraña que no puedan superar su declive editorial y su crisis económica. A estos extremos hemos llegado. Es vomitivo.

Como ha planteado Ignacio Escolar, si de lo que se trataba era de sacar a Juan Carlos de la Zarzuela, no es posible comprender por qué no puede irse a una mansión cualquiera de Marbella. Nadie puede creerse que su salida de España no sea un intento de eludir futuros problemas jurídicos. No se nos puede hacer comulgar con ruedas de molino una vez más.

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