sábado, 8 de agosto de 2020

Simplemente, cambiar de canal

 

Tras la exhibición desesperada del ex-rey manoslargas y vergüenza missing, nuestro real hermano con déficit de inmunodesconciencia adquirida, se ha vuelto a dar otra vuelta de manivela al peliculón sine die en pleno verano de pandemia. Que el virus se llame corona y la dinamita del virus coronado se llame Corinna es un bochinche trabalenguas supertentador para el chiste fácil y un tirarse sin tregua desde el trampolín mediático a la piscina de la distracción y el aturdimiento. 

Sin embargo, la persistencia en el desbarajuste no nos conviene en ningún sentido. No informa, empacha e indigesta. Nos aliena. Nos distrae. Nos di-vierte, es decir, nos desparrama la atención en dimes y diretes coronados que no significan nada a la hora de afrontar con acierto la realidad del marrón coronista que padecemos. Serpiente de verano o culebrón mediático, más digno del ingenio de  Boris Izaguirre que de un estado al borde de un ataque de desmembramiento, gracias a que el aglutinante del mejunje se ha terminado de quitar el antifaz de toda la vida, dando un salto cuántico hacia la invisibilidad, como los dioses del Olimpo cuando se les descomponían los planes en el mundo subolímpico  a su servicio y disposición. 

Todo lo que pretendan contarnos en tve o en ibexmedia sobre el sujeto agente del descalabro para convertirlo en sujeto paciente y mal comprendido por el enfado general  es solo una sesión de fuegos artificiales, una mascletá, a la que el pueblo acude en plan ganado a colocarse ante la pantalla con el olor de la pólvora, telepisoteados unos por otros, amontonados en el sofá estatal del malestar compartido, pero deseosos, en el fondo, de colocarse con el humo y las explosiones de los masclets rabiosos mientras se echan unas cervecitas y unos cigarrillos anestesiantes, para no sentir el dolor de la humillación y el abuso maltratador de quello que un día se votó sin saber lo que se estaba votando en realidad.

El petardismo institucional como mecanismo procastinador es una solución muy española pero muy poco resolutiva, justo, porque a base de crear un mix entre el cabreo sordo y la disculpa campechana hacia el prototipo de "tonto del pueblo" de noble apellido y elegido, no por el pueblo, sino por el sinvivir del destino en forma de dictador chantajista, y por supuesto consciente de lo que hacía y sigue haciendo en sus momentos de despiste y buena voluntad indudable, que se le supone como el valor a los militares...En fin, que el panorama no es nada nuevo, sino la repetición de lo de siempre, maquillado con el tono adecuado al momento representativo. Porque un rey del siglo XXI colocado por un caudillo impresentable del siglo XX solo puede aspirar en serio  a ser un figurín, una especie de espantapájaros estatal que proteja a los amos caciquiles del campo de cualquier intento ciudadano de revolotear por encima de sus posibilidades y descubrir el pastel de siempre, de toda la historia, concentrado en el último mohicano del aprovechamiento real. Muy real. Vamos, real, real. Indiscutible. Comprobable. Público e irreparable. 

¿A santo de qué, esa exhibición de cínica y mayestática impudicia en la tv pública, ésa que se paga con nuestros impuestos? ¿Qué podría contarnos que no sepamos ya de sus andanzas vergonzantes? ¿Mostrar una vez más que no sabe el significado de lo que dice ni de lo que le dicen que haga y además usar su egregio analfabetismo demoledor para hacerse más digno del Club de la Comedia que de una jefatura de estado? 

No sé a qué premio Nobel estatal se le habrá ocurrido semejante exhibicionismo redentor del demérito gorrón en plan relato autobiográfico. Pero desde luego, que gente así merece sin duda un jefe de estado a su misma altura. Hélo ahí. Todo para ellos. Los españoles normales no lo necesitan, cambiaron de canal en cuanto vieron el pastel. Igual que en el mensaje de su heredero, cuando apagaron la tele y salieron a las ventanas y balcones con las cacerolas, de verdad, no como las derechitas contra el Gobierno en la pandemia, que estaban grabadas. Como siempre sucede con los fascismos. Son el eco grabado de la nada, solo ruido sin conciencia ni presencia verdadera. Porque a la hora de la verdad huyen y se esconden en sus cajas fuertes, en sus casoplones o en sus concubinas, en su miseria tan grande como su voracidad depredadora, terminator. Y esclava del miedo a asumir sus fallos, a dar la cara y a rehabilitarse como verdaderos seres humanos, que merezcan  ese calificativo.

Nuestra defensa es no escuchar más trolas por parte de quienes no saben hacer otra cosa que interpretar papeles y mentir hasta por los codos. Lo que sí necesitamos exigir es que el Parlamento haga ya una sesión abierta y retransmitida por los medios, en la que se debata y se analice el estado del debacle español y que se pregunte y se responda con razones e inteligencia, qué motivos  verdaderos nos imponen una monarquía que ningún español ni española en sus cabales quiere ni necesita, a la que además tiene que mantener y soportar por turno de nacimiento, sea como sea cada elemento hereditario y en plan chupóptero exhibicionista, con un despilfarro que no nos podemos seguir permitiendo. Vivimos en un absurdo insoportable y ya históricamente destrozado, devaluado, podrido y vergonzoso. 

Lo peor que han podido hacer para remediar la enfermedad ha sido dejar que el virus  explique su trayectoria en la tele, colocándolo en el lugar en el que deberían estar los médicos especialistas investigando y aportando las soluciones posibles y el tratamiento adecuado. 

Seguramente dejarán de engatusar cuando vean que la mentira no se la cree nadie y que las audiencias desaparecen cuando la mentira se explaya. O sea, cuando la audiencia cambia de canal en cuanto empieza el show de la trola obsolescente programada. 

¿Adiós Ninones? No: adiós gorrones.

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