El ruido y la furia
"Los que pueden actúan, y los que no pueden, y sufren por ello, escriben".
William Faulkner
William Faulkner
Vivimos en el ruido.
Vivimos en el ruido de los que sólo quieren provocar y después mantener la furia hasta que salten por los aires los principios más ilustrados sobre los que hemos podido fundar nuestra convivencia.
Vivimos en el ruido de los que sólo quieren provocar y después mantener la furia hasta que salten por los aires los principios más ilustrados sobre los que hemos podido fundar nuestra convivencia.
Todo
ayuda para el ruido. Ayuda la tecnología manipulada, la falta de
sentido crítico, la confusión, la formulación de problemas falsos y la
avalancha de soluciones inservibles por simples y por engañosas. El
ruido de los antisistema, que amenazan con el coco de los comunistas y
asustan a las abuelas y a los pusilánimes con el miedo a que sus
menguados depósitos y sus demediadas pensiones sean consumidas por la
rapacería de las izquierdas radicales mientras el capital ríe despiadado
de la situación en la que ha sido preciso sumir a las clases medias
para mantener su irrefrenable ansía.
El
ruido, que es una forma de furia en la que estalla sin rubor la
pataleta de los que han decidido hace tiempo que la democracia y el
poder son un juego de papeletas intercambiables, mientras el resultado
de la rifa no se aparte ni un milímetro de lo que ha sido
predeterminado.
El ruido que
agita las aguas creando olas impensables. Olas en las que la
meritocracia sirve para explicarnos que los que ganan cantidades
obscenas de dinero lo hacen porque sus contribuciones a la sociedad son
de tal naturaleza que no es que los hagan distintos, sino que los hacen
superiores. El ardid en el que suelen picar los más desfavorecidos.
La
furia como solución para combatir el ruido y para crear más furia, dado
que se trata de reventar el sistema desde dentro para revertirlo y
convertirlo en aquello que siempre han deseado. Esto los unos y también
algunos de los otros. Las barreras y las negativas ante cualquier
intento de solución desde presupuestos diferentes.
Y
junto a ello el ruido de la mentira y de la falsedad de la ultraderecha
nacional católica, ahora con apariencia pop, que, pese a sus disfraces,
se está quitando las caretas. Es necesario. Es ruido lo que pretenden
introducir en el sistema. Ruido que engañe a los que contienen la furia
que han creado en ellos los que decidieron que fueran las clases medias
occidentales las que pagaran el precio de la globalización y del uso de
la tecnología, que les iba a permitir acaparar el 82% de la riqueza de
la tierra.
Ya sin ambages
proponen, no en las tertulias sino en los parlamentos, la aniquilación
de los derechos y las libertades. Piden la cadena perpetua "total, sin
remisión de pena y sin posibilidad de salida" y la venden como solución a
problemas cuya dimensión desdibujan, obviando que ningún país de la
Unión Europea podría sostener una legislación de ese tipo.
Hablan
de "ilegalizar partidos separatistas que atentan contra la unidad de la
Nación" y esgrimen ese sentimiento de pertenencia como salvavidas de
todos aquellos a los que sus principios neoliberales les han abierto una
sima bajo los pies, como si fuera el territorio el que fuera a
redimirles de la falta de esperanza. Olvidan para ello advertir que la
ley de 2002 sólo logró salvar los estándares democráticos, y con pesar,
tras insistir de forma clara en la necesidad de que los partidos
ilegalizados utilizaran la violencia para sus fines. Tampoco Europa, ese
salvavidas al que vamos a tener que agarrarnos como náufragos, hubiera
consentido otra cosa.
Quieren
además poner en el debate público todas aquellas ideas teocráticas que
no pudieron introducir en la agenda del PP o que, cuando se intentaron,
acabaron costándole la carrera política a sus mentores. Como sucedió con
Gallardón y su restricción a la ley del aborto que el Tribunal
Constitucional lleva diez años sin revisar, después de que su padre y
otros 70 diputados populares cuestionaran la reforma de Zapatero.
Ahora
vuelven al ruido y a la revuelta. No se contentan con impugnar las
normas, sino que llevan ambulancias a coaccionar a las mujeres que
quieren abortar, utilizando fórmulas de remoción emocional, tratando a
las mujeres como niñas manipulables y exigiendo desde sus escaños que se
acabe con los "abortorios" y con las "condenas a muerte" de los fetos.
Mientras, mandan a las mujeres a coser botones para empoderarse y
abominan de toda lucha por la igualdad que nos haya alejado del estado
de sumisión y adocenamiento en el que nos quiere el patriarcado, que no
sólo defienden, sino que encarnan. "Hay mujeres que creen que su cuerpo
es suyo, pero lo que llevan dentro no es su cuerpo", dice el abrupto
líder. Lo que llevan dentro es del País, del Estado, del Poder y del
Patriarcado. Necesitamos mujeres que engendren a los españoles de la
nación Una, Grande y cada vez menos Libre.
Más
ruido. Ruido para impedir que un gobierno progresista intente devolver
la sensatez al debate público de este país. Un gobierno que, una vez
sea, debería acometer la ardua e inaplazable tarea de averiguar calle
por calle, cómo ahora somos capaces de observar el voto, cuáles son los
problemas de esas clases que han naufragado por la crisis y que no
encuentran otra solución que abrazarse a la furia. A esa furia que crece
país por país, territorio por territorio, en este despertar del siglo,
que no ofrece demasiada esperanza, pero al que hay que buscársela.
La
izquierda debe volver a hacer las preguntas adecuadas sobre lo que
sucede, que no son por mucho que se quiera las mismas que hace tres
décadas, y una vez diagnosticadas, exponer soluciones desde las
libertades y los derechos humanos. Un gobierno progresista debe analizar
la realidad de esta nueva sociedad de salarios bajos, estancamiento
económico, crecimiento de las rentas del capital e hiperconsumismo y
analizar sin rubor los nuevos problemas de la multiculturalidad.
Todo
eso está por delante. Todo eso es lo que intentan evitar haciendo
ruido. Frente a ello está la responsabilidad ante la historia, no sólo
de los individuos sino también de los grupos políticos y hasta de las
naciones. Siempre sueña y apunta más alto de lo que puedas lograr, decía
Faulkner. Ahora se trata de lograr lo que pueda rescatarnos, a todos,
hasta a los que no saben que necesitan rescate, de la furia del siglo
que ha comenzado a azotarnos.
Se han instalado en el ruido para desatar la furia. Los que puedan actuar, que actúen; los que sufrimos por ello, escribimos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario