jueves, 14 de noviembre de 2019

La voz de Iñaki




Hubieran bastado 24 horas

El lanzamiento a toda prisa de la aparatosa noticia del gobierno en coalición ha hecho que no prestemos la debida atención al viaje del rey a Cuba






Lo que hoy les planteo puede parecer a muchos una minucia, pero creo que tiene importancia. Nuestra vida pública se ha empobrecido de tal manera que se ha perdido la conciencia de lo institucional. Hay una cierta vocación iconoclasta en nuestra sociedad que considera hojarasca lo que, sin embargo, constituye la columna vertebral de nuestra democracia. Es cierto que las instituciones se han cuidado muy poco de su propia respetabilidad, pero deberían hacerlo porque un país es una hoja a merced del viento si no se afirma en dicho tronco, el de sus instituciones.
Digo esto porque no entiendo la naturalidad con la que hemos pasado de largo por el acontecimiento que significa la visita del rey a Cuba. Una visita histórica, tan cargada de peso simbólico como de contenido práctico, y con la que se ponía en su sitio una relación que no ha parado de dar bandazos y en la cual, en muchos momentos, hemos hecho el ridículo. Entiendo menos que haya sido el propio gobierno en funciones el que desplazara la noticia en su primera jornada a los rincones informativos con el lanzamiento a toda prisa de la aparatosa noticia del gobierno en coalición. No estoy estableciendo comparaciones entre las dos noticias, me limito a recordar que los usos y costumbres en la materia, en todo el mundo y en el nuestro también durante bastante tiempo, consiste en respetar los protagonismos sin pisarse y no por simple cortesía, sino por conciencia institucional.
Por supuesto, no hablo de monarquía o república, no está ahí el tema. Hablo de jefatura del Estado. Sánchez e Iglesias, precisamente por sus reticencias que su coalición despierta en muchos sectores del país, deberían ser los más interesados en exhibir la sensibilidad más escrupulosa en estas cuestiones de Estado. En este caso, les hubiera bastado con esperar 24 horas.

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Las reflexiones de Iñaki siempre son un regalo para la inteligencia y la consciencia. Es casi imposible pasar por ellas sin que ellas pasen por nosotras/os. Invitan a profundizar y a fijarse en los ángulos más imperceptibles del paisaje cognitivo. 

Hoy, por ejemplo, nos plantea la realidad imprescindible de la institución. En este mundo tal y como está, es imposible hacer algo que dure y organice la temporalidad social con una vigencia respetable  sin que haya una institucionalidad canalizadora con suficiente solidez como para ser estable, útil y eficaz. Constructiva en los mejores aspectos y regenerativa, con capacidad de revisión, de autocrítica y sereno cambio a mejor, en los peores.
Como visión general es indiscutible. Pero la realidad en el día a día que constituye la amalgama plural del existir no es solo la  esfera monolítica del Ser sino también, y sincrónicamente, un prisma con muchas superficies o caras, aspectos inevitables, que no es fácil conciliar institucionalizando la 'esferidad' ideal para el poder. La institución además de poder y legalitas, debe manifestarse como auctoritas, que es el peso sustancial legítimo y ético que deben dar todo su valor y vigencia a cualquier institución para que no se quede en pantomima y en estafa. 

Con estos prolegómenos revisemos el caso español y a la institución de su Jefatura del Estado, que hoy es el tema principal del comentario de Iñaki. Revisemos algunos puntos imprescindibles para comprender y asumir la realidad, que nunca es por completo la que nos gustaría que fuese.

a) Su origen. Es problemático. Mucho. Primero por la elemental contradicción de ser una monos arjía, un poder soberano fundado en una dinastía no elegible por la ciudadanía que la sopporta, sino imppuesta como en el medievo y renacimiento hasta el siglo XVIII, donde la Ilustración cambió la visión de la sociedad y las monarquías perdieron credibilidad y aceptación -excepto Inglaterra que ya tenía una Carta Magna desde Juan sin Tierra, que deja la corona al servicio del Parlamento y sin más poder que el barniz del ritual que acepta lo que el pueblo decide mediante sus portavoces- ; en el caso español, sea como sea cada heredero o heredera, hay que tragarse el marrón y aceptar la lotería de lo que toque para bien o para mal, lo mismo un Felipe V incendiario como un CDR catalán y loco, que dejó Xátiva reducida a cenizas con la gente dentro,  y qué decir de unos Reyes Católicos, que con esa denominación de origen ya está todo dicho, o un Carlos II, Carlos IV o Fernando VII deficientes, que un Carlos I o III más normales pero sin perder el paso del absolutismo,o de una Isabel II de pena, un par de Alfonsos insignificantes, repuestos tras una guerra y sangría dinástica como la carlista, que nos dejó hechos trizas, y unas secuelas actuales para pillarlas con pinzas. Nuestros monarcas, si se excluye Alfonso X, han sido para echarles de comer aparte, (aunque a lo peor están así porque siempre han comido aparte)  y ahora inexplicablemente a la cabeza de una  demos crazía como pretensión política, o sea, el ilusorio poder de elegir y decidir del pueblo. Así estamos, pretendiendo gobernar desde dos realidades incompatibles en esencia y en perpetuo conflicto y choque de intereses y de principios tan básicos como la respiración, para un estado que pretende afrontar un tiempo demoledor, como el presente y que se presenta ante sí mismo como una democracia donde mandan las élites adjuntas a la institución monárquica e interesadas en que la fiesta no decaiga. España es como una pastelería institucional regentada por diabéticos. O como una clínica de desintoxicación a cargo fumadores de marihuana y esnifadores de cocaína. Suena heavy, pero es la pura realidad que percibimos y soportamos desde la institución natural que hasta en la Cosntitución se define como soberana: la base social. El pueblo. La ciudadanía, o sea, el estamento que sostiene con su trabajo, sus impuestos y su paciencia infinita, la existencia de unsa instituciones en las que en realidad, no tiene modo de participar ni de explicar ni de reclamar ni de exigir justicia, igualdad y derechos como los okupas de las instituciones. 

b) Su anómala reposición. Esta monarquía además de ser un anacronismo absurdo, recolocado por una dictadura en la segunda mitad del siglo XX, fue impuesta al pueblo por el testamento 'institucional' y secuaces del mismo dictador al que se acaba de exhumar hace unas semanas, porque ni siquiera su momia es digna de ocupar una tumba oficial sin ofender la memoria y el presente del pueblo español, sea del color que sea su bandera. A un genocida no lo redime ninguna razón política ni ideológica. Y cuyo espectáculo es ya un delito moral de lesa democracia. 
En 1978 se nos obligó totalmente en las urnas que estrenábamos, a elegir entre el caos y una Constitución que aprobaba nuestra denominación de pueblo soberano a cambio de cargar con el muerto de una corona incomprensible, y que nadie quería, por eso hubo que "salvarla" mediante el 23F que la convirtió 'milagrosamente' en el símbolo salvador de la misma democracia, que se da de bocados etimológicos y racionales con cualquier clase de  monarquía. Era cuestión de tiempo que como pasó con la dictadura, la monarquía se normalizase, en el NO.DO diario de las noticias, en el Hola y en las crónicas marcianas de la tv. Todo un marketting regulador de rechazos y tiquismiquis, que ha ido normalizando las mayores barbaridades ya solo reducidas a "la guerra del abuelo" y poco menos. Está más claro que el agua que mediante esa reposición monárquica a cargo de un Juan Carlos que fue secuestrado y reformateado desde los 9 años por el dictador y educado por él, todo quedaría atado, bien atado y requeteatado, normalizado y como un pincel, para seguir franqueando los caminos de todos lo españoles; esa lucecita de El Pardo sigue encendida en La Zarzuela y en las clases trepadoras más favorecidas por el sistem frankenstein, disfrazado de Santiago y cierra España y sus ppaladines sostendores, asombrosamente hasta por la izquierda y sus coachs. Hasta por los medios de comunicación, que jamás de los jamases ponen el dedo en la llaga, sino que la pintan y la maquillan, mareando la perdiz con el folklore catalán o vasco, pero nunca entrando al trapo del origen del conflicto que solo se solucionará y dejara de ser conflicto, cuando un refrendum estatal, deje claro lo que prefieren los españoles, no solo los catalanes, vascos, gallegos, canarios, valencianos, baleares, cántabros o extremeños,  como modelo de estado. Y si el rey fuese digno de ser Jefe de este Estado, sería el primero en querer conocer y obedecer la voluntad del pueblo soberano que le paga el sueldo. Le daría vergüenza estar ocupando la jefatura de un estado, cuya mayoría de habitantes le considera una chapuza residual de la peor dictadura que hemos padecido en la historia.
Con tal panorama, lo del viaje a Cuba de la pareja zarzuelera, no es extraño que pase al cupo de la frivolidad anecdótica más que al de una política seria. Por suerte y por más que se empeñen los reyes no nos representan. Esta peña dinástica no son reyes con nosotros sino a pesar de nosotros. ¿Qué validez tiene una institución que no quiere someterse a una consulta que la revalide o que la suprima, porque la considere impropia de una verdadera democracia?

Las instituciones son vitales para la organización de los pueblos y naciones, eso no admite dudas, pero para alcanzar la dignidad creíble del estatus institucional no basta con poner nombres y etiquetas ni convertir un problema sin resolver en misterio dogmático o artículo de fe sin más, como la voluntad divina, la virginidad de María o la Trinidad o los del rosario. No. No se puede comulgar sine die con ruedas de molino. La vida y su inteligencia pondrá los límites y los topes.  Hoy es Catalunya y mañana será Teruel, Soria, Cádiz, Mérida, Marinaleda, Valencia, el Mar Menor, Barakaldo o Zamora, Cabañeros o Despeñaperros, Doñana o La Albufera, la energía constituyente que irá ocupando el Parlamento, uno por uno, escaño a escaño, ya que de otra manera es imposible por las siglas combinadas con la Ley d'Hontd, hasta conseguir una democracia real y sin violencia, sin dogmas y sin siglas teledirectoras,  sino con un gran sentido de la realidad, afrontar el fin del franquismo sociológico que a sí mismo se ha ido prolongando disfrazado de institución. Ellos nos quieren unidos isntitucionalmente para que nunca seamos de verdad esa institución que la propia carta magna indica. ¿Qué mierda de soberanía tenemos como pueblo si ni siquiera podemos elegir el modelo de Estado ni la regulación valorativa de los votos que conceden escaños según conviene a las castas dominantes en el Parlamento, por el lugar en que se vota, rompiendo la igualdad natural de un voto por votante y otorgando ventajas por circunscripción predeterminada según los de siempre?
Nosotros, los del pueblo, vamos despertando y les demostraremos que el  mundus maior no es posible sin la esencia fundamental del mundus minor. Y que el finiquito de los imperios es precisamente esa ceguera que les impide ver la otra mitad de la realidad.
Llegará el momento natural de la madurez social, sin forzar nada, en que los engatusados por el flautista de Hamelin se atreverán en medio del desfile triunfal del escaparate adornado como institución, a decir en voz alta y a coro que el rey está desnudo creyendo estar vestido con sus mejores galas y toisones. Y hasta él mismo no tendrá más remedio que  reconocerlo.
Afortunadamente nada es eterno, ni siquiera el franquismo inoculado en el tejido de la sociedad mediante el miedo, la violencia y la divinización de la obscenidad y del insulto a la inteligencia.

Desde luego sin el viaje de los Reyes a Cuba las noticias del convoy de los eventos Instagram fashion perderían muchísimo glamour, pero sin el abrazo y acuerdos de Sánchez e Iglesias, aun con un retraso exasperante, estaríamos directamente en las garras de la derechona soportando un rajoy multiforme ad infinitum pululando con su olor a rancio y contaminado, paralizante. Si tengo que elegir una escena ad hoc  me quedo con la Paz de Vergara y Las Hilanderas, antes que con La Familia de Carlos IV o Las Meninas. No por la técnica que es impecable en los cuatro símbolos, sino por el contenido esencial de cada escena.

Y muchas gracias, Iñaki, por la materia reflexiva que nos regalas cada mañana. Sin ella no veríamos tantas cosas claras en tan poco espacio y tan poco tiempo. Eres un maestro, de verdad. Eskerrik asko, moltes gracies, moitas graças, mushah grasiah, mi arma!

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