sábado, 16 de noviembre de 2019

Esta historia real llevada al cine se repite cada día, sin final, sin tregua y sin que nadie relate uno por uno cada asesinato "legal" perpetrado por nuestra querida Europa y su ceguera perenne. Por desgracia, el caso de Idrissa no es excepcional, es diario. Los CIEs son testigos mudos pero tan elocuentes que no se pueden ignorar y ante los que "nuestra justicia" mira para otro lado o simplemente salta por encima de tan espantosa realidad

Crónica de una muerte cualquiera de un migrante cualquiera


Un fotograma de la película ‘Idrissa, crónica de una muerte cualquiera’.

El joven guineano Idrissa soñaba con Europa. El 7 de diciembre de 2011, su zodiac arribó a Melilla, donde fue detenido por las autoridades españolas. Lo llevaron al Centro de Internamiento para Extranjeros de Barcelona. En la madrugada del sexto día, los funcionarios levantaron su cadáver. Murió en extrañas circunstancias; aún hoy se desconoce qué pasó realmente. Su historia, convertida en símbolo del trágico destino de muchos migrantes, dio pie al documental ‘Idrissa, crónica de una muerte cualquiera’, que ahora se reestrena con motivo de su nominación a los Premios Gaudí 2020.
La muerte de Idrissa Diallo marcó un antes y un después en la denuncia de los sistemas de control migratorio en España; con ella nació la plataforma Tanquem els CIE (Cerremos los CIE), una iniciativa que denunció los casos de supuesta violencia racial que se producían en este tipo de centros de internamiento para inmigrantes en situación ilegal.
Según el informe policial –repleto de múltiples interrogantes–, el joven guineano de 21 años falleció por insuficiencia cardíaca, siendo sus compañeros de celda los que avisaron de su gravedad a los funcionarios, los cuales se encargaron de llamar a los servicios médicos. Llegó una primera ambulancia, pero no contaba con los medios suficientes para atenderlo. Los testimonios de dos de los internos fueron idénticos, casi copiados uno del otro -incluso tenían las mismas faltas ortográficas-, ambos declararon “no tener constancia de que fuese maltratado”, recibiendo en todo momento “un trato cordial” por parte de los policías que lo vigilaban. Al cabo del tiempo, en lugar de ser deportados, fueron puestos en libertad y se les perdió la pista.
El jefe de policía que estaba en el turno aquella noche nunca llegó a declarar en el juzgado. El resto de funcionarios negaron que se produjese algún tipo de negligencia. Sin embargo, este tipo de centros eran objeto reiterado de denuncias por parte de abogados de extranjería, ya que algunos reclusos se quejaban de falta de asistencia. Además, las cámaras de videovigilancia instaladas en el CIE podrían haber dado pistas sobre la muerte de Diallo pero, a pesar de la petición de varias entidades, la Policía Nacional nunca entregó estas imágenes en el juicio. Después de seis meses de instrucción, la magistrada del Juzgado número 5 de Barcelona archivó el caso. Las calles de la ciudad condal se llenaron de manifestantes en un acto de denuncia y varias organizaciones como SOS Racisme o IRIDIA –Centro para la Defensa de los Derechos Humanos– reclamaron una investigación con garantías.

Un fotograma de la película ‘Idrissa, crónica de una muerte cualquiera’.
Sin conocer su trágico destino, Idrissa dejó a su familia en Guinea con el fin de encontrar posibilidades de otra vida mejor. Lo que nunca se imaginaría es que acabaría enterrado en el cementerio de Montjuic, en un nicho anónimo, el 516. Sepultando así su memoria, y junto a ella las vergüenzas del Estado español. Ningún juez decretó una búsqueda de familiares para informarles de la noticia. No existió intención alguna de sanación por lo ocurrido. A SOS Racisme (organización que vela por los derechos de los migrantes) se le negó la posibilidad de constituirse como acusación popular, a pesar de su petición, lo que da muestras claras de la falta de transparencia. ¿Se hubiese procedido de igual forma si Diallo hubiese sido de otra nacionalidad? Lo que está claro es que la urgencia de repatriación cuando estaba vivo se transformó, paradójicamente, en una eterna e injusta custodia.
Campaña para volver a llevar a Idrissa a su Guinea natal
Cinco años transcurrieron sin que se conociese el paradero del cuerpo. Fue en 2016 cuando distintas personas civiles involucradas con el caso hallaron los restos, iniciando así la lucha por conseguir hacer justicia y repatriar el cadáver a Tindila, una pequeña aldea de Guinea Conakry; su tierra. Dos años antes, la cooperativa audiovisual Metromuster se sumó a la campaña y reabrió la investigación con el fin de esclarecer los hechos. Se creó una plataforma de crowdfunding para conseguir 10.000 euros, con los que sufragar los gastos que suponían enviar a Idrissa de vuelta a su Guinea natal. Se consiguió la recaudación necesaria y se pusieron en marcha todos los trámites burocráticos correspondientes hasta conseguir la ansiada autorización para la apertura del nicho y la posterior repatriación. Solo faltaba encontrar a la familia de Idrissa; para ello, realizaron una exhaustiva búsqueda a través de redes sociales que concluyó con la exitosa localización de sus seres más allegados.
Cine de reparación y emancipación
La labor de Metromuster en la búsqueda e investigación no solo se resume en un ejercicio de justicia, sino, además, tiene un fin divulgativo. Ya que, como plataforma audiovisual, decidieron dejar constancia de todo el proceso en Idrissa Diallo, crónica de una muerte cualquiera (2018), una cinta documental de gran rigor informativo que nos acerca el caso de Idrissa con el fin de presentarnos a una de tantas víctimas del racismo institucional europeo, y que ahora vuelve a reestrenarse. Según sus directores, Xavier Artigas y Xapo Ortega, autores del multipremiado Ciutat Morta (2014), la cinta está “inmersa en la tradición del cine político, el tipo de cine que se hace preguntas para no dejar indiferente”. Llevan su concepción del cine-acción al extremo: “Toda la realidad que se relata en el documental ocurre gracias al hecho de que se está haciendo una película. A modo de profecía autocumplida, se huye así del llamado cine de denuncia para dar paso al cine de reparación”, manifiestan. Y es, a través de esta experiencia, cuando el cine se convierte en una “herramienta de emancipación”.
Por todo ello, el documental y los hechos que narra son la crónica de una muerte cualquiera, una muerte que, destinada al olvido, fue rescatada. Quizá su causa mayor sea la de evitar que casos como este vuelvan a suceder; sin embargo, por encima de cualquier cosa, la cinta es el viaje de regreso de Idrissa Diallo. Un viaje litúrgico a través de fronteras y aduanas, las mismas que él atravesó en vida. Un viaje de vuelta a sus raíces y el último adiós de su familia. Un viaje de comunión con su cultura y credos. Un viaje que no entiende de discursos de odio ni venganzas, donde reluce un sentido común ejemplarizante para las sociedades supremacistas: “Si una persona viene a tu casa, debes velar por su seguridad; y si no puedes, déjala donde la encontraste”, exclama uno de los amigos de Idrissa a los habitantes de Tindila durante el multitudinario y sagrado ritual de inhumación del cadáver.
Ahora, Idrissa Diallo ya descansa en Guinea.

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