Plaza Pública
Noviembre 2019: la distopía que nos alcanza
Publicada el 08/11/2019
Infolibre
Este no es otro artículo sobre el panorama político-electoral. Al menos para los cinéfilos, noviembre de 2019 remite casi inevitablemente a la película Blade Runner,
hoy un clásico del cine. Como todos recuerdan, la dirigió Ridley Scott
en 1982 a partir de un relato escrito en 1968 por Philip K. Dick,
maestro del género distópico en la ciencia ficción. Y, en efecto, su
inolvidable secuencia inicial se abre con esta referencia:
Nos sucedió en su día con el 2001 de Kubrick, basada en el relato El Centinela, de Arthur C. Clark (1951), del que muchos guardamos un recuerdo imborrable. Es difícil describir la impresión que nos producía su estreno en 1968 y la visión de ese futuro situado medio siglo después (casi la misma proyección temporal que en Blade Runner, 47 años). Ese futuro 2001, desde el presentismo juvenil, nos parecía absolutamente lejano, pura imaginación, inalcanzable, por no decir inverosímil. Y sin embargo, aunque los deslumbrados espectadores de entonces no supiéramos muy bien por qué, nos hipnotizaba la peripecia casi humana de Hal-9000, la primera Inteligencia Artificial en alcanzar la popularidad global. Lo explicaba su “padre” en la ficción, el Dr. Chandra: “Hoy en día, cualquier persona inteligente debería saber que HAL significa Heuristic Algorithmic (para ser más exactos, Heuristic Programmed Algorithmic Computer), esto es, una computadora algorítmica programada heurísticamente. Los amantes de las conspiraciones señalaron un guiño hostil de Kubrick a IBM. Sarcasmo o no, lo de heurístico es poco creíble porque, como en tantas narraciones distópicas de ciencia ficción, las inteligencias artificiales que se crean para tratar de emular la mente humana (por eso se las supone heurísticas) acaban sucumbiendo al objetivo básico de cumplir en términos binarios su programación, e infringen así la primera de las leyes de la robótica ideadas por el maestro Asimov: “Un robot no causará daño a un ser humano o, por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño”. Es la tensión que servirá para buena parte de las películas más populares del subgénero, como la saga Terminator (James Cameron, 1984) o la más mediocre Yo, Robot (Alex Proyas, 2004).
El guión original de Hampton Fancher, corregido por David W. Peoples, junto a las aportaciones del artista conceptual Syd Mead, decisivas en la inconfundible estética de ese inolvidable Los Ángeles de noviembre de 2019 que nos muestra la película, consiguió reunir las preocupaciones antropológicas (incluso teológicas) que dominaban el relato de Dick, y subrayó y añadió la visión de un futuro marcado por el desastre medioambiental, el peso social y político de las grandes corporaciones biotecnológicas y una sociedad tan marcada por la diversidad cultural como por la desigualdad. No son ajenos a esos logros, como explica el ensayista Paul Sammon en su libro Future Noir: the making of Blade Runner, que es la referencia obligada, las huellas de influencias culturales muy diversas, desde el expresionismo alemán (Metrópolis, de Lang) y el art Déco, a la pintura de Hopper o los comics de Moebius, o la arquitectura de Frank LL.Wright o Gaudí. El propio Mead confirmó muchos de esos extremos en una entrevista en La Vanguardia el 10 de noviembre de 1990. Por su parte, Philip K.Dick, al principio reticente, llegó a manifestar incluso entusiasmo por alguno de los logros de la versión cinematográfica en diferentes entrevistas y declaraciones.
Me dirán, claro, que el 2019 de hoy no es el que nos enseñaba la película, como tampoco 2001 fue el que nos contaban Kubrick y Clark. Pero si vamos un poco más allá de los extraordinarios efectos especiales creados por Trumbull, Yuricich y Dreyer, del impacto de la banda sonora de Vangelis, con el inolvidable Tears in Rain que acompaña al monólogo final del replicante Roy Beatty, habría no poco que matizar sobre ese juicio.
En efecto, tres de los grandes temas de la película dominan no ya nuestro horizonte inmediato, sino nuestro presente, y se erigen como las preocupaciones globales a las que se enfrenta la humanidad en este noviembre de 2019. Me refiero a la emergencia climática, al impacto de las biotecnologías y de su utilización por ese capitalismo vigilante y opresivo que impera hoy sobre los viejos Estados, y a los desplazamientos masivos y forzados de personas que están también detrás de la inevitable transformación de nuestras sociedades en realidades marcadamente pluriculturales cuyos rasgos y conflictos no sabemos gestionar.
La prioridad de prioridades hoy, en este noviembre de 2019, es la emergencia climática y no el eufemismo del cambio climático que algunos todavía se empeñan en repetir. Más allá de los cíclicos pesimismos milenaristas y apocalípticos, la evidencia científica de que el Antropoceno ha alcanzado su punto crítico resulta difícilmente contestable. Basta con leer los informes del IPCC –Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático– o el muy reciente Riesgos asociados al cambio climático y los cambios medioambientales en la región mediterránea, elaborado por 80 científicos dirigidos por el director del Instituto Mediterráneo para la biodiversidad y la Ecología, el profesor Cramer, y que sitúa al Mediterráneo como epicentro de la emergencia climática. No será el Los Ángeles de la permanente lluvia ácida, pero sí un escenario de subidas del nivel del mar que producirán desertificación creciente también en nuestro país, con consecuencias directas sobre las migraciones climáticas protagonizadas por nosotros mismos y problemas graves de agua y seguridad alimentaria.
También como en el 2019 de Blade Runner, la peor parte la llevan los más vulnerables, una denominación que alcanza a grupos crecientes de población, en un contexto de insalvable desigualdad y precarización. Frente a una y otra, mengua sin cesar la capacidad de resistencia (eufemísticamente aún denominada) de los Estados, la única esperanza de protección para los más débiles en ese escenario de dominio de los nuevos agentes del mercado global. El poder de las grandes corporaciones que, como sucede en la película de Scott, dominan la biotecnología y las TIC, está trasformando por completo el futuro del trabajo y del vínculo laboral, eje de un sistema de relaciones que garantizaban dialécticamente, desde luego, el objetivo de integración y cohesión social. El modelo de capitalismo extractivo y de vigilancia, frente al que la privacidad es una quimera, avanza poderosamente. Nosotros mismos, nuestros datos, también los biológicos, somos la primera mercancía. Recordaré que en 2017 se estrenó la segunda parte de la saga, dirigida por Denis Villeneuve, Blade Runner 2049, que proyecta ya sólo 30 años en nuestro futuro el desarrollo de esas mismas características. Es un mundo en el que otra gran multinacional, la Wallace Corporation, ha aprovechado el blackout global de 2025 y la crisis alimentaria, para imponerse gracias a su monopolio de alimentos modificados genéticamente, absorber la antigua Tyrrel Corporation y seguir desarrollando productos biotecnológicos, ahora Nexus-9, en la misma línea del capitalismo extractivo y vigilante. Algo que podemos encontrar asimismo en otra distopía del propio Scott, la saga Prometheus, que prolonga (como precuela) otra saga exitosa de ciencia ficción, Alien, en la que el protagonismo de otra gran corporación, la Weiland- Yutani, está en el núcleo de la trama.
Por lo que se refiere al tercer gran desafío global que afrontamos ya hoy, las movilizaciones humanas forzadas, el poco leído y aun mucho menos utilizado Global Compact for safe, regular and Legal Migration aprobado en la Conferencia de Marrakesh el 10 de diciembre de 2018 y una semana después por la Asamblea General de la ONU (mal conocido como Pacto global sobre las migraciones) alerta sobre los cambios en el fenómeno de la movilidad forzada que tienen una dimensión no sólo global, sino masiva y que se multiplicarán en los próximos 20 años como consecuencia de los desplazamientos climáticos. La emergencia climática se constituirá, en efecto, como primer motor de esa movilidad humana que ya no será protagonizada sólo ni primordialmente por ciudadanos de países de la periferia (Africa, Asia, América Latina), sino de nuestro mundo, del norte privilegiado. Insisto en recordar el pronóstico del Mediterráneo (y de una buena parte de la península Ibérica) como "zona cero".
Mientras tanto, como traté de argumentar en un pequeño libro publicado en 2002 en la colección Cine y Derecho, de Tirant lo Blanch (Blade Runner: el Derecho, guardián de la diferencia) , los países destinatarios de una parte de los flujos migratorios, como los de la UE, Australia o los EEUU, se empeñan en responder a las migraciones en clave de orden público y policía de fronteras, o, aún peor (bastaba oir al Sr. Abascal en el debate electoral del día 4), en términos de defensa y recurso a las fuerzas armadas. Sí: los replicantes de la película eran, a mi juicio y lo son hoy, la metáfora de los inmigrantes sin papeles que ese cuerpo especial de policía de Los Ángeles de noviembre de 2019 se empeña en retirar, aunque sabe de la falta de sentido de esa tarea. Como he tratado de explicar (por ejemplo, recientemente en estas mismas páginas), es una concepción necropolítica de la gestión de los movimientos migratorios que una parte de los Estados de la UE parecen empeñados en mimetizar.
¿Distopía? Estamos a tiempo de que el término siga siendo adecuado, si en este noviembre de 2019, antes de que sea tarde, afrontamos con decisión política esos desafíos que son ciertamente globales, pero a cuya respuesta debe sumarse sin tardar cualquier gobierno responsable.
Nos sucedió en su día con el 2001 de Kubrick, basada en el relato El Centinela, de Arthur C. Clark (1951), del que muchos guardamos un recuerdo imborrable. Es difícil describir la impresión que nos producía su estreno en 1968 y la visión de ese futuro situado medio siglo después (casi la misma proyección temporal que en Blade Runner, 47 años). Ese futuro 2001, desde el presentismo juvenil, nos parecía absolutamente lejano, pura imaginación, inalcanzable, por no decir inverosímil. Y sin embargo, aunque los deslumbrados espectadores de entonces no supiéramos muy bien por qué, nos hipnotizaba la peripecia casi humana de Hal-9000, la primera Inteligencia Artificial en alcanzar la popularidad global. Lo explicaba su “padre” en la ficción, el Dr. Chandra: “Hoy en día, cualquier persona inteligente debería saber que HAL significa Heuristic Algorithmic (para ser más exactos, Heuristic Programmed Algorithmic Computer), esto es, una computadora algorítmica programada heurísticamente. Los amantes de las conspiraciones señalaron un guiño hostil de Kubrick a IBM. Sarcasmo o no, lo de heurístico es poco creíble porque, como en tantas narraciones distópicas de ciencia ficción, las inteligencias artificiales que se crean para tratar de emular la mente humana (por eso se las supone heurísticas) acaban sucumbiendo al objetivo básico de cumplir en términos binarios su programación, e infringen así la primera de las leyes de la robótica ideadas por el maestro Asimov: “Un robot no causará daño a un ser humano o, por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño”. Es la tensión que servirá para buena parte de las películas más populares del subgénero, como la saga Terminator (James Cameron, 1984) o la más mediocre Yo, Robot (Alex Proyas, 2004).
El guión original de Hampton Fancher, corregido por David W. Peoples, junto a las aportaciones del artista conceptual Syd Mead, decisivas en la inconfundible estética de ese inolvidable Los Ángeles de noviembre de 2019 que nos muestra la película, consiguió reunir las preocupaciones antropológicas (incluso teológicas) que dominaban el relato de Dick, y subrayó y añadió la visión de un futuro marcado por el desastre medioambiental, el peso social y político de las grandes corporaciones biotecnológicas y una sociedad tan marcada por la diversidad cultural como por la desigualdad. No son ajenos a esos logros, como explica el ensayista Paul Sammon en su libro Future Noir: the making of Blade Runner, que es la referencia obligada, las huellas de influencias culturales muy diversas, desde el expresionismo alemán (Metrópolis, de Lang) y el art Déco, a la pintura de Hopper o los comics de Moebius, o la arquitectura de Frank LL.Wright o Gaudí. El propio Mead confirmó muchos de esos extremos en una entrevista en La Vanguardia el 10 de noviembre de 1990. Por su parte, Philip K.Dick, al principio reticente, llegó a manifestar incluso entusiasmo por alguno de los logros de la versión cinematográfica en diferentes entrevistas y declaraciones.
Me dirán, claro, que el 2019 de hoy no es el que nos enseñaba la película, como tampoco 2001 fue el que nos contaban Kubrick y Clark. Pero si vamos un poco más allá de los extraordinarios efectos especiales creados por Trumbull, Yuricich y Dreyer, del impacto de la banda sonora de Vangelis, con el inolvidable Tears in Rain que acompaña al monólogo final del replicante Roy Beatty, habría no poco que matizar sobre ese juicio.
En efecto, tres de los grandes temas de la película dominan no ya nuestro horizonte inmediato, sino nuestro presente, y se erigen como las preocupaciones globales a las que se enfrenta la humanidad en este noviembre de 2019. Me refiero a la emergencia climática, al impacto de las biotecnologías y de su utilización por ese capitalismo vigilante y opresivo que impera hoy sobre los viejos Estados, y a los desplazamientos masivos y forzados de personas que están también detrás de la inevitable transformación de nuestras sociedades en realidades marcadamente pluriculturales cuyos rasgos y conflictos no sabemos gestionar.
La prioridad de prioridades hoy, en este noviembre de 2019, es la emergencia climática y no el eufemismo del cambio climático que algunos todavía se empeñan en repetir. Más allá de los cíclicos pesimismos milenaristas y apocalípticos, la evidencia científica de que el Antropoceno ha alcanzado su punto crítico resulta difícilmente contestable. Basta con leer los informes del IPCC –Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático– o el muy reciente Riesgos asociados al cambio climático y los cambios medioambientales en la región mediterránea, elaborado por 80 científicos dirigidos por el director del Instituto Mediterráneo para la biodiversidad y la Ecología, el profesor Cramer, y que sitúa al Mediterráneo como epicentro de la emergencia climática. No será el Los Ángeles de la permanente lluvia ácida, pero sí un escenario de subidas del nivel del mar que producirán desertificación creciente también en nuestro país, con consecuencias directas sobre las migraciones climáticas protagonizadas por nosotros mismos y problemas graves de agua y seguridad alimentaria.
También como en el 2019 de Blade Runner, la peor parte la llevan los más vulnerables, una denominación que alcanza a grupos crecientes de población, en un contexto de insalvable desigualdad y precarización. Frente a una y otra, mengua sin cesar la capacidad de resistencia (eufemísticamente aún denominada) de los Estados, la única esperanza de protección para los más débiles en ese escenario de dominio de los nuevos agentes del mercado global. El poder de las grandes corporaciones que, como sucede en la película de Scott, dominan la biotecnología y las TIC, está trasformando por completo el futuro del trabajo y del vínculo laboral, eje de un sistema de relaciones que garantizaban dialécticamente, desde luego, el objetivo de integración y cohesión social. El modelo de capitalismo extractivo y de vigilancia, frente al que la privacidad es una quimera, avanza poderosamente. Nosotros mismos, nuestros datos, también los biológicos, somos la primera mercancía. Recordaré que en 2017 se estrenó la segunda parte de la saga, dirigida por Denis Villeneuve, Blade Runner 2049, que proyecta ya sólo 30 años en nuestro futuro el desarrollo de esas mismas características. Es un mundo en el que otra gran multinacional, la Wallace Corporation, ha aprovechado el blackout global de 2025 y la crisis alimentaria, para imponerse gracias a su monopolio de alimentos modificados genéticamente, absorber la antigua Tyrrel Corporation y seguir desarrollando productos biotecnológicos, ahora Nexus-9, en la misma línea del capitalismo extractivo y vigilante. Algo que podemos encontrar asimismo en otra distopía del propio Scott, la saga Prometheus, que prolonga (como precuela) otra saga exitosa de ciencia ficción, Alien, en la que el protagonismo de otra gran corporación, la Weiland- Yutani, está en el núcleo de la trama.
Por lo que se refiere al tercer gran desafío global que afrontamos ya hoy, las movilizaciones humanas forzadas, el poco leído y aun mucho menos utilizado Global Compact for safe, regular and Legal Migration aprobado en la Conferencia de Marrakesh el 10 de diciembre de 2018 y una semana después por la Asamblea General de la ONU (mal conocido como Pacto global sobre las migraciones) alerta sobre los cambios en el fenómeno de la movilidad forzada que tienen una dimensión no sólo global, sino masiva y que se multiplicarán en los próximos 20 años como consecuencia de los desplazamientos climáticos. La emergencia climática se constituirá, en efecto, como primer motor de esa movilidad humana que ya no será protagonizada sólo ni primordialmente por ciudadanos de países de la periferia (Africa, Asia, América Latina), sino de nuestro mundo, del norte privilegiado. Insisto en recordar el pronóstico del Mediterráneo (y de una buena parte de la península Ibérica) como "zona cero".
Mientras tanto, como traté de argumentar en un pequeño libro publicado en 2002 en la colección Cine y Derecho, de Tirant lo Blanch (Blade Runner: el Derecho, guardián de la diferencia) , los países destinatarios de una parte de los flujos migratorios, como los de la UE, Australia o los EEUU, se empeñan en responder a las migraciones en clave de orden público y policía de fronteras, o, aún peor (bastaba oir al Sr. Abascal en el debate electoral del día 4), en términos de defensa y recurso a las fuerzas armadas. Sí: los replicantes de la película eran, a mi juicio y lo son hoy, la metáfora de los inmigrantes sin papeles que ese cuerpo especial de policía de Los Ángeles de noviembre de 2019 se empeña en retirar, aunque sabe de la falta de sentido de esa tarea. Como he tratado de explicar (por ejemplo, recientemente en estas mismas páginas), es una concepción necropolítica de la gestión de los movimientos migratorios que una parte de los Estados de la UE parecen empeñados en mimetizar.
¿Distopía? Estamos a tiempo de que el término siga siendo adecuado, si en este noviembre de 2019, antes de que sea tarde, afrontamos con decisión política esos desafíos que son ciertamente globales, pero a cuya respuesta debe sumarse sin tardar cualquier gobierno responsable.
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