Que los enredos de lo ínfimo no nos impidan perder de vista la grandeza y altura de lo universal ni nos hagan olvidar la relación entre causas y efectos, ni la importancia básica de nuestras actitudes y decisiones ante cómo asumir los dilemas y dificultades que nos salen al paso. Son los asuntos diarios los que deben conducirnos a planos más altos de mirada y de conciencia, y no al revés, es decir, no reducir posibilidades de resolución al servicio de nimiedades con mucha menos sustancia y poder en realidad, de lo que les atribuimos.
Convertir en sentimientos el mix de emociones e ideas es fundamental para la comprensión, expresión y gestión de nuestro tiempo y espacio transitorios y cambiantes. Salir del bucle del juicio constante que "salva" y "condena" según sus humores emotivos, sus mantras y sus letanías heredadas o adquiridas en la opacidad de las rutinas como sistema de "seguridad".
La paz interior y su serena alegría en medio de cualquier cosa es la piedra angular y las mejores gafas bifocales para ver con precisión, de cerca y de lejos, la trascendencia o la nimiedad de las cosas, que solo dependen del valor absoluto o relativo que les otorguemos desde nuestra conciencia.
Ojo, es imprescindible dejar de confundir conciencia con subjetividad. La conciencia es sustancia objetiva del espíritu universal que se reparte entre nosotros, según nuestra disposición y capacidad de asumirla, no un fenómeno subjetivo y por ello mutable a capricho. Se manifiesta en una ética común y personal al mismo tiempo, activa y creadora de vías prácticas y muchas veces sorprendentes por su sencillez y accesibilidad facilitadora, que no procede de un mandato externo sino del foco del bien común que nunca es excluyente ni impositivo.
Si nuestra capacidad voluntaria desarrollada para ello es de un dedal, por ejemplo, nunca pretendamos llenar un contenedor...
No sé si me explico, pero lo mejor para entenderlo es comprobarlo en la praxis diaria. Hazte un plan de pensiones invirtiendo en conciencia -no en sermones ni paparruchas sobeteadas- y verás que el futuro como el presente se sumarán con toda naturalidad, como añadidura espléndida, como los beneficios y rentas esenciales, que son gratis y tan generosos como lo es el Universo en posibilidades y planos.
La carencia espiritual -no confundir con religión- es el germen de la miseria material. La miseria material no es la carencia de recursos -eso es producto exclusivo de la injusticia y sus desigualdades aposta, sociales y económicas- sino convertirse en la causa y el motor de la carencia, mientras se predica paciencia y resignación a los más perjudicados, que suelen ser, ¡cómo no!, los más débiles y menos beligerantes.
La paz interior y su serena alegría en medio de cualquier cosa es la piedra angular y las mejores gafas bifocales para ver con precisión, de cerca y de lejos, la trascendencia o la nimiedad de las cosas, que solo dependen del valor absoluto o relativo que les otorguemos desde nuestra conciencia.
Ojo, es imprescindible dejar de confundir conciencia con subjetividad. La conciencia es sustancia objetiva del espíritu universal que se reparte entre nosotros, según nuestra disposición y capacidad de asumirla, no un fenómeno subjetivo y por ello mutable a capricho. Se manifiesta en una ética común y personal al mismo tiempo, activa y creadora de vías prácticas y muchas veces sorprendentes por su sencillez y accesibilidad facilitadora, que no procede de un mandato externo sino del foco del bien común que nunca es excluyente ni impositivo.
Si nuestra capacidad voluntaria desarrollada para ello es de un dedal, por ejemplo, nunca pretendamos llenar un contenedor...
No sé si me explico, pero lo mejor para entenderlo es comprobarlo en la praxis diaria. Hazte un plan de pensiones invirtiendo en conciencia -no en sermones ni paparruchas sobeteadas- y verás que el futuro como el presente se sumarán con toda naturalidad, como añadidura espléndida, como los beneficios y rentas esenciales, que son gratis y tan generosos como lo es el Universo en posibilidades y planos.
La carencia espiritual -no confundir con religión- es el germen de la miseria material. La miseria material no es la carencia de recursos -eso es producto exclusivo de la injusticia y sus desigualdades aposta, sociales y económicas- sino convertirse en la causa y el motor de la carencia, mientras se predica paciencia y resignación a los más perjudicados, que suelen ser, ¡cómo no!, los más débiles y menos beligerantes.
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