Instrucciones para sacar a Franco del Valle de los Caídos ¿Cómo puede ser tan difícil una sencilla exhumación? Proponemos un plan rápido para sacar al dictador en trece cómodos pasos
Octava entrega de 'Letra pequeña': lee aquí la serie de relatos escritos por Isaac Rosa e ilustrados por Riki Blanco
Isaac Rosa
RIKI BLANC
1.-Mientras resuelven la
suspensión cautelar de la exhumación de Franco y las decenas de
denuncias presentadas en distintos juzgados, aprovechamos la espera para
exhumar mañana mismo a los hermanos Lapeña, Manuel y Antonio. Su
familia lleva años esperando que les devuelvan los cadáveres, que fueron
trasladados al Valle de los Caídos desde la fosa común a la que habían
sido arrojados tras su fusilamiento.
2.-Para exhumar a
los hermanos Lapeña del columbario en que se encuentran, primero
debemos retirar varios cientos de cajas con otros restos humanos que
impiden llegar hasta ellos. Para no perder tiempo, sacamos todos esos
restos y se los devolvemos también a sus familias, pese a la oposición
del prior de la abadía, que se encadena a la puerta, forcejea con los
operarios, se tumba delante de los camiones, se declara en huelga de
hambre.
3.-Ya que estamos dentro con todo el equipo, aprovechamos
para recuperar decenas de cuerpos de otras tantas familias que también
los han reclamado, y muchas otras que se suman al conocer la operación,
lo que nos obliga a abrir nuevos osarios de la basílica. La salida de
cuerpos deja sitio libre para meter a José Antonio Primo de Rivera, al
que quitamos del lugar principal que ocupa. Dejamos sola la tumba de
Franco, no podemos exhumarlo aún porque seguimos pendientes de que se
resuelvan nuevos recursos de la familia y de la fundación Franco.
4.-La
entrada en los columbarios nos permite comprobar el estado ruinoso de
los enterramientos, afectados por filtraciones y desprendimientos
durante años. Sin pensarlo demasiado, optamos por exhumar de una vez los
más de treinta mil cuerpos allí enterrados, ya que aquello ha dejado de
ser un enterramiento digno: cajas amontonadas, huesos entremezclados,
restos humanos desperdigados entre charcos y escombro. Damos un plazo a
las familias para que los reclamen, y si no hay respuesta los enviamos a
los cementerios de sus localidades de origen, para que los entierren
dignamente. Esta vez no hay problema con el prior que, tras varias
condenas por desobediencia grave a la autoridad, ya ni siquiera asoma
por la basílica.
5.-Tras más de un año completamos el
vaciado: no queda ni un solo cuerpo en los columbarios, tampoco el de
José Antonio, que sale del Valle en la misma mudanza. Únicamente se
mantiene la tumba de Franco, sola en la basílica, y sin que nadie la
visite por el cierre del recinto mientras dura la operación del vaciado.
Nos gustaría exhumarlo ya en este quinto paso, pero no es posible:
seguimos esperando una nueva sentencia tras la enésima suspensión
cautelar por un nuevo recurso de la familia, que se queda sola en la
batalla jurídica después de que ilegalicemos la Fundación Franco por
delito de odio.
6.-Una parte de los restos sacados del
Valle de los Caídos es fácilmente identificada y devuelta a sus
familias, pero tenemos que realizar pruebas para muchos otros. Así que
organizamos varios equipos de forenses que se dedican durante meses a
separar esqueletos y devolverles la identidad. Ya que hemos puesto en
marcha una operación de esta dimensión, aprovechamos para recuperar,
identificar, devolver a sus familiares y dar digna sepultura a los miles
de asesinados que siguen en fosas comunes por toda España. Hay que
excavar toneladas de tierra, desviar algún tramo de carretera y derribar
varias construcciones levantadas sobre fosas, pero en cinco años no
queda un solo asesinado por encontrar. Hasta aparece Lorca, donde menos
lo esperábamos.
7.-Durante todo este tiempo no
destinamos ni un solo euro al mantenimiento o rehabilitación del Valle
de los Caídos. Tras la basílica, que no volverá a abrir sus puertas,
vamos cerrando otras zonas para evitar accidentes, pues el deterioro se
acelera por la falta de cuidado, con enormes grietas, desprendimientos
de elementos ornamentales y derrumbes parciales, hasta que clausuramos
por completo el recinto. En cuanto a la abadía, la falta de dotación
presupuestaria y la ausencia de visitantes la despuebla de monjes, salvo
unos pocos que se resisten a abandonarla. Les ofrecemos generosas
alternativas, les damos plazos y un ultimátum, y como se niegan los
obligamos a salir de allí. Lo intentamos hacer con acuerdo del Vaticano,
y si no colabora, modificamos los Acuerdos con la Santa Sede, así de
paso resolvemos otros asuntos pendientes.
8.-El paso
de los años jubila a los últimos jueces franquistas. La llegada a la
edad adulta de una nueva generación divide a la familia Franco: los más
jóvenes se plantean aceptar un traslado del tatarabuelo a un cementerio,
que no está bien tenerlo allí solo, encerrado, sin poder visitarlo
mientras a su alrededor caen cascotes, crece la maleza y pasean animales
que van haciendo suyo un territorio donde no hay más presencia humana
que ocasionales nostálgicos que saltan la valla, chavales con ganas de
aventura, coleccionistas que expolian hasta los sitiales del coro,
chatarreros que se llevan rejas, puertas labradas y cresterías,
marmolistas que por la noche llenan camiones con relieves y planchas.
Pero los más ancianos de la familia Franco, resentidos después de que la
justicia les obligue a devolver buena parte del patrimonio heredado,
insisten en presentar un nuevo recurso contra la exhumación.
9.-El
deterioro del Valle de los Caídos se convierte en problema cuando una
pareja de intrusos ultraderechistas se queda atrapada en una cripta por
un derrumbe. Durante diez días sobreviven racionándose una bolsa de
patatas fritas y lamiendo el agua que se filtra por las grietas,
mientras el país asiste al rescate agónico. Para evitar mayores
desgracias, retiramos los elementos más afectados. Empezamos por las
enormes esculturas, mutiladas y decapitadas por el paso del tiempo, y
que amenazan desplome. Evangelistas, arcángeles, alegorías de las
virtudes cardinales, águilas bicéfalas, escudos y la gran Piedad de la
cornisa salen del Valle tras ser reducidas a fragmentos transportables.
Seguimos con la gran arcada que abraza la explanada central, y que
sucumbe a la excavadora. Durante meses desmontamos pilastras, pretiles,
escalinatas. Todas las edificaciones próximas son declaradas en ruina
tras años deshabitadas, y por tanto demolidas: el monasterio vacío, el
noviciado sin novicios, la escolanía silenciosa, la hospedería sin
huéspedes. Toneladas de escombros se acumulan en una colina artificial
que cubrimos de tierra y que pronto es alfombrada de hierba y matorral,
integrada en el paisaje.
10.-Llega el momento de hacer
algo con la enorme cruz, pues ya tiene daños estructurales que amenazan
su enhiesta eternidad. Comenzamos por despojarla de las esculturas de
su basamento, escaleras, rampas, el viejo funicular en el costado del
risco. No merece la pena arriesgar un accidente laboral en el desmontaje
de una estructura de hormigón y mampostería que se diseñó inamovible.
La mejor opción es su demolición, y para decidir la mejor manera de
hacerlo, ensayamos la compleja operación retirando las últimas cruces de
los caídos, monolitos y placas franquistas que todavía quedan en
pueblos. Para probar una actuación de mayor escala, echamos abajo el
Arco de la Victoria, en Moncloa. Tal cantidad de piedra sobrante la
reciclaremos para las placas que instalaremos en espacios de memoria,
lugares de represión, homenaje a víctimas de la guerra, la dictadura y
la transición, empezando por la Puerta del Sol, la vieja Dirección
General de Seguridad reconocida por fin con una placa en su fachada.
11.-Pese
a todos los ensayos previos, la voladura controlada de la cruz se nos
descontrola y el descomunal fuste se hunde en su basamento natural, el
Risco de la Nava. La caída sacude el interior de la basílica con graves
consecuencias. La cúpula central desprende como lluvia los millones de
teselas de su mosaico. Se vienen abajo retablos y bajorrelieves, las
capillas quedan cegadas y se descuelgan dovelas y casetones de los
arcos. No nos queda más remedio que retirar las partes más afectadas de
la bóveda y los muros. Pero la construcción original es tan chapucera, y
la humedad y los recientes derrumbes han dañado tanto el conjunto, que
cada vez que quitamos una pieza se nos caen dos o tres cercanas,
desprendes una plancha de mármol y se sueltan las vecinas, abates parte
de un arco y tienes que tumbarlo entero.
12.-Retiramos
todo lo posible en la basílica, pero el problema es estructural,
aquello ya no se tiene en pie. Como está excavada en el interior del
risco, no podemos demoler la cúpula, inserta en la roca. No nos queda
más remedio que desmontar el risco entero, la parte superior de la
montaña, romper y apartar la piedra con maquinaria pesada, aplanar el
peñasco metro a metro hasta alcanzar el nivel de la cúpula y así
descapotar la basílica, abrirla al cielo, el sol calienta por primera
vez la lápida bajo la que sigue Franco. Ya que estamos en faena,
seguimos rebajando montaña para facilitar la retirada de muros,
galerías, la nave entera, el atrio, el vestíbulo, hasta alcanzar el
nivel del suelo de la ya desaparecida basílica. Los materiales retirados
los podemos acumular en el terreno próximo, por si consideramos volver a
levantar el risco en algún momento.
13.- Completado
el desmontaje del Valle de los Caídos, queda allí sola la tumba de
Franco, en el suelo pelado, sin nada alrededor, sin pared que la
resguarde del viento ni cubierta que la ampare de la lluvia. Su
intemperie física coincide con su intemperie social: arrinconado por la
mayoría de ciudadanos tras tantos años, sin nadie que lo visite, sin más
flores que las que van creciendo en el suelo devuelto a la naturaleza,
las plantas que echan raíces hacia el interior del sepulcro y que al
crecer y engrosar sus cepas consiguen quebrar la lápida y levantarla,
hendidura por la que se vierte la lluvia, se desliza la tierra
reblandecida, se infiltran pequeños animales para acomodar sus
madrigueras. Ante la evidencia de su ruina, y una vez fallecido el
último superviviente de la tercera generación de la familia, los
miembros de la sexta generación de los Franco aceptan la exhumación y su
traslado a un cementerio, para lo que retiran el último recurso
presentado ante un juzgado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario