Rebelión con karatekas
Lo más sorprendente
del juicio en el Supremo es que vayan como testigos quienes no vieron,
no recuerdan, supieron de segunda mano o porque lo vieron en la tele.
Por no ver, no vieron ni la violencia que sí vimos casi todos
Una semana, toda una
semana he aguantado sin asomarme al juicio contra los independentistas
catalanes, el tiempo necesario para que se me pasara el bochorno de hace siete días.
Seguro que en esos días me he perdido momentos decisivos, fiscales con
pistolas humeantes, testigos traumatizados al recordar la rebelión
violenta, defensas enmudecidas ante la evidencia, y acusados que agachan
la cabeza y a punto están de declararse culpables. Pero qué mala suerte
la mía: otra vez me asomo al juicio, y me vuelve a pasar lo mismo: otro
mal día para los partidarios de la acusación de rebelión. Seré yo, que
soy gafe.
Tenía ganas de oír testigos, ya que después
de la decepción de los interrogatorios a los acusados, se nos dijo que
aquello era un mero trámite, la verdadera chicha del juicio estaría en
los testigos y las pruebas. Pero me da que tras los testigos nos dirán
que esperemos a las pruebas, que esas nunca fallan y ahí brillará por
fin la rebelión violenta esa que justifique el año y pico que llevan
nueve personas en la cárcel y las altas peticiones de penas a que se
enfrentan.
Y mira que los testigos, de entrada, son convincentes.
Cuando les interrogan la fiscalía, la abogacía del Estado y la acusación
son tan convincentes, que si me dicen que lo han ensayado antes, me lo
creo. Si solo escuchas esa parte, ya apenas necesitas más que un
descomunal ejercicio de fe ciega para reconocer la violencia de aquellos
días. Ahí está el estremecedor testimonio del exdelegado del gobierno,
Enric Millo: amenazas, hostigamiento, ataques, artefactos incendiarios,
chalecos antibalas rajados, karatekas y hasta la mítica trampa de Fairy,
el milagro antigrasas. Al oírlo sentí miedo retrospectivo: el que no
sentí en aquellos días, porque debía de estar yo muy ciego para no
verlo.
Pero luego llega el turno de las defensas, y el
azucarillo de la violencia se deshace entre imprecisiones, mala memoria
y relatos de oídas. "No me acuerdo", "No lo sé", "Lo vi en la prensa",
"Lo oí contar", "Leí un tuit"… De pronto los artefactos incendiarios se
quedan en uno solo y dudoso, las amenazas no se saben de quién vienen,
no hay informes, no hay detenidos, ni policías de baja.
Un ejemplo del intercambio de Millo y un abogado de la defensa:
"-¿Quién le dijo que en los CDR había gente violenta?
-Me lo dijo mucha gente.
-Diga nombres, y los traemos a declarar.
-Es que no fue una persona, fueron muchas.
-Pero diga algún nombre.
-Es que fueron muchos."
Lo
más sorprendente es que vayan como testigos quienes no vieron, no
recuerdan, supieron de segunda mano o porque lo vieron en la tele. Por
no ver, no vieron ni la violencia que sí vimos casi todos (algunos tan
de cerca que se llevaron un porrazo), y que también ha visto la Audiencia de Barcelona.
Lo
único que vieron los testigos fue lo evidente, lo que nadie niega, ni
los propios acusados: que los mossos no impidieron el referéndum porque
prefirieron mantener el orden antes que impedirlo con violencia, como sí
intentaron policía y guardia civil. Algo innegable, y que tendrá o no
consecuencias penales, pero que tampoco aporta mucho al casillero de la
rebelión violenta si pensamos que aquel 1-O los palos cayeron todos del
mismo lado.
Así que tras la primera tanda de testigos
(la cúpula entera de interior nada menos), seguimos esperando la
rebelión violenta. Hemos visto muchas cosas, sí, incluso cosas que
pueden ser punibles. Pero violencia, poca. Si tampoco queda demostrada
con los testigos, no desesperen: llegará con las pruebas. Yo estoy
deseando ver el momento en que hacen la pericial del Fairy allí mismo,
en la sala, con el fiscal ofreciéndose voluntario para hacer de policía
que resbala al entrar, y el abogado de Vox como karateka.
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