Me cagüen TTM
En una misma semana
hemos asistido a la justificación de los autores de unos hechos y a la
detención jaleada de los de otros similares, sin despeinarnos, y con la
única diferencia de la tendencia ideológica que movía a cada uno de los
actuantes. Esta situación no es nueva en España, lo que nos habla de una
tendencia. Una tendencia peligrosa. Una tendencia ante la que hay que
reaccionar. La doble moral que recorre nuestra opinión pública no es tal
sino una prevalencia clara de una tendencia ideológica y política sobre
otra, de un discurso político sobre otro, de un relato que se quiere
supremacista sobre los demás. Los españoles ya no son iguales ante la
ley según lo que piensen y cómo lo piensen. Tampoco la moral, cuyos
límites no son los del Código Penal, es la misma según a quién se
juzgue. Unos repugnan y son laminados y otros... otros son justificados y
tolerados. La única diferencia es la tendencia ideológica en la que
manifiestan su ignominia.
Voy a hablarles de seres
por igual reprochables desde lo moral, y puede que desde lo penal, pero
que han obtenido de sus acciones reacciones muy distintas. Unos era
servidores públicos y en un grupo de chat de 200 personas no sólo
desearon la muerte de la alcaldesa Carmena, mostrándose además
xenófobos, racistas y nazis, sino que amenazaron gravemente al compañero
policía que les afeó la conducta y que finalmente les denunció. Otro
era un chaval independentista de 20 años que festejó en su modesta
cuenta de Twitter la muerte de Maza y dicen que amenazó con unas
puñaladas al delegado del Gobierno en Cataluña, Millo. A los primeros
salieron a defenderlos los sindicatos policiales y docenas de abnegados
comentaristas que han estado dispuestos a tragar con el anzuelo de una
supuesta privacidad del foro sin tener que contener las arcadas. Al
segundo le ha dedicado hasta un tuit el propio ministro del Interior,
orgulloso porque una detención haya acabado con el historial de este
peligroso individuo. Les juro que hay intelectos dispuestos en este país
a defender que las acciones no son iguales y los resultados no son
distintos pero yo no escribo para ellos.
Es un ejemplo perfecto por su proximidad en el tiempo,
su enorme semejanza y su ampliamente diferente acogida por parte de la
opinión pública y de los gobernantes. Nadie ha detenido a los policías
fascistas y xenófobos, se ha preferido poner escolta al amenazado. No se
ha dudado en aplaudir una detención del joven nacionalista que
dudosamente se hubiera podido acercar a un escoltado delegado
gubernamental. Ambos casos igualmente repulsivos humanamente hablando.
La utilización espuria e ideológica de los denominados delitos de odio,
de los delitos apologéticos y, en general, de toda esa carga penal
sobre la opinión y su expresión que ya pesa en España está cobrando
niveles no sólo inaceptables sino directamente inasumibles. Estamos
tocando fondo y no respecto al odio sino respecto a la intolerancia de
la libertad de expresión. Peligroso. Inaceptable. Perturbador. Hablan de
odio pero es un odio de vía única. Odian los independentistas y los
izquierdistas radicales. Odian los titiriteros terroristas y aquellos
que no aman a algunas policías y a lo que representan. Odian los rojos
de mierda. Mientras, utilizan su libertad de expresión para mostrar su
diferencia los xenófobos, los fascistas, los franquistas, los de la
aporofobia. Esta es la España que ha construido el Partido Popular con
sus reformas penales y con su estilo de gobernar. Unos titiriteros
acaban siendo terroristas a la par que descojonarse de los que aún
tienen a sus víctimas de la injusticia del fascismo en frías fosas
comunes, no es sino una crítica política.
Los
discursos del odio están de moda. Odio. Odias. A la trena con él porque
me critica o me insulta. Me está odiando. Los discursos del odio son
perfectos para poner a prueba el músculo de un sistema democrático y de
la libertad de expresión que rige en el mismo. La forma en que se
producen, la acogida social que tienen o las barreras que se instalen
para la libertad de expresión, hablan claramente de las convicciones de
fondo que fundamentan el sistema y permiten realizar una diagnosis sobre
la calidad de la democracia en cuyo seno se producen.
Sobre los hate speech -expresión originaria de este concepto- los
teóricos han explicado muy bien cómo las democracias liberales se
dividen en dos clases en función del tipo de respuesta que articulen
frente a ellos. Por un lado, hablan de las democracias tolerantes, cuyo
mayor ejemplo sería la norteamericana, en las cuáles la fuerza de la
libertad de expresión es máxima. En líneas generales, la Primera
Enmienda de los Estados Unidos es de tal fortaleza que predomina siempre
que no se trate de una llamada directa por la palabra para la comisión
de un delito concreto. Un país en el que se permite quemar la bandera o
manifestarse a un grupo nazi en un barrio judío en aras a la sacrosanta
libertad de expresión.
Un país que condenó al
secretario del Partido Comunista por conspiración aunque respaldando la
fórmula por la cual los tribunales “deberían preguntarse siempre hasta
qué punto la gravedad del mal justificaba coartar la libertad de
expresión hasta lo necesario para evitar que aquel llegara a producirse,
pero sólo tras haber considerado si la producción de los efectos
dañinos es plausible” (United States contra Dennis, 1951) Y aquí cabría
preguntarse ¿era posible la independencia catalana? ¿fue alguna vez
plausible?
Por otra parte, se constata la existencia
de una democracias intransigentes, en el más puro estilo europeo, en los
que se tiende a restringir la libertad de expresión de las ideas que
podrían socavar los propios principios de la democracia. Robert Post,
uno de los más destacados defensores de la desregulación de los
discursos del odio, considera que la gran tragedia europea del siglo XX
puede estar en el origen de esta diferencia aunque, en el caso español,
no parece ser la causa de una tendencia a tolerar lo que asoma que huele
a nazismo, franquismo y fascismo y a reprimir a sus antagónicas. La
expresión discursos del odio es, como poco, equívoca, imprecisa y
maleable y según Vives puede que pretenda cubrir la falta de legitimidad
para castigar unas expresiones que no nos gustan pero que deberían
quedar amparadas por la libertad de expresión.
La
situación se agrava cada día más. Hay humoristas encausados y tuiteros a
los que se piden años de cárcel en la Audiencia Nacional. Miles de
ciudadanos se mesan los cabellos al descubrir que hay gente que se
alegra de la muerte de otros en el país en el que no había labriego que
no se ciscara en todos los muertos del de enfrente por un quítame allí
esas pajas. Me cagüen TTM ha sido casi un grito de guerra rural. Polvo,
sudor y hierro, la Inquisición cabalga
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