Diálogo entre generaciones
Publicada 26/11/2017 (Infolibre)
Para buscar mi infancia, Dios mío… Recuerdo este
verso de Federico García Lorca que utilizó Blas de Otero en un poema
dedicado al autor granadino. Con ese poema, participó Blas en un
homenaje a Federico celebrado el 5 de junio de 1976 en Fuente Vaqueros.
Era el primer gran acto de memoria republicana que podía celebrarse en
Granada. Pero todavía estábamos bajo el peso burocrático y policial de
la dictadura. Manuel Fraga Iribarne, ministro de la Gobernación,
concedió media hora para las intervenciones y llenó los secaderos de
tabaco con los uniformes grises de la policía armada. Media hora de libertad después de 40 años de dictadura, dijo Manuel Fernández-Montesinos, sobrino del poeta e hijo de un alcalde socialista también fusilado.
Blas de Otero recordaba en su poema, con la flexibilidad cronológica de la memoria, que cuando tenía 13 años conoció al autor de Bodas de sangre. Estaba de paso por Bilbao con la actriz Margarita Xirgu. Releer el poema me emociona, porque la mañana del 5 de junio de 1976 tuve yo la oportunidad de conocer a Blas de Otero en un acto previo al gran homenaje. Los estudiantes universitarios se reunieron con él y otras personalidades en el Hospital Real. Admiraba y admiro mucho a Blas de Otero. Mi formación poética cruzó la adolescencia con las Canciones y Poeta en Nueva York de Lorca, y luego con Pido la paz y la palabra de Blas de Otero. Cuando me acerqué a saludarlo, arrastré la timidez y la emoción en los labios. Se me ocurrió decirle que por gente como él quería dedicarme a la poesía y estaba en un acto como ese. Era un acto organizado por la sociedad civil que se movía en el entorno del Partido Comunista, un homenaje a un poeta ejecutado por el franquismo. Blas sonrió, me acarició el pelo y murmuró: “¿por gente como yo? Espero que algún día puedas perdonarme”.
Si admiro y aprendo de los poetas más jóvenes que yo es porque me eduqué en la admiración de mis mayores. En buena medida, esa es la dinámica de la escritura, una herencia que da pie a nuevas generaciones, una palabra recibida que se abre al futuro a través de la perpetua actualización de los jóvenes.
Me gusta pensar en la idea del tiempo que funda la literatura: el tiempo como relato, el presente con dimensión histórica. El capitalismo lo mercantiliza todo, lo convierte todo en objeto de consumo. Los cuerpos, los empleos, las horas de ocio o de trabajo, la política, todo es un objeto de usar y tirar, todo se produce con una fecha de caducidad en el ritmo acelerado de la especulación. El entusiasmo mercantil del presente borra la memoria, cancela el compromiso con el futuro y deja vacío de significado el instante. En el mundo de lo instantáneo, lo de ayer se olvida hoy porque nada de lo que se vive o se siente nace para ser respetado.
Los herederos de Fraga Iribarne están hoy en el gobierno. Una de las grandes debilidades de la izquierda española es que ha sido incapaz de establecer un diálogo generacional. Durante años, los viejos no tuvieron más afán que el de perpetuarse y no quisieron perder el control de una parcela cada vez más pequeña. Cuando la realidad estalló en sus manos desvinculadas del mundo, surgió ante ellos una juventud adánica, dispuesta a creer que se lo estaba inventando todo, porque no tenía nada que ver con sus mayores. Los viejos cascarrabias pensaron que los jóvenes eran tontos; los jóvenes sin memoria se abandonaron al espectáculo de las coyunturas, lo instantáneo y su propia caducidad.
El diálogo generacional es lo que constituye una comunidad, lo que consolida una palabra en el vértigo del tiempo. Me he acordado del Blas de Otero que recordaba a Federico García Lorca porque creo significativo que dos viejos como Manuela Carmena o Julio Rodríguez hayan adquirido protagonismo en la joven izquierda madrileña. Es una buena noticia. A los herederos de Fraga Iribarne sólo pueden derrotarlos los herederos de la libertad. Espero que algún día sepamos perdonarnos.
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Voy a puntualizar un poco, siempre modestamente, desde mi rinconcillo-observatorio. No puedo afirmar nada a tocateja ni convertirlo en tesis, -líbreme Dios de tal atrevimiento insensato-, sino que ahí voy dejando aperos de labranza como caricia intuitiva, como naipe elegido por la brisa, como zumo poético y poco más, con que la realidad me pone por delante un desayuno distinto cada día.
En mi simple vivir, la vida es la maestra y los años la escala que nos va dando las claves con que descodificar lo que nos/me sale al paso en el camino.Teniendo en cuenta la diversidad original de cada ser humano, sospecho que hay cosas que ya fluyen compartidas y cosas, que a pesar de las mejores intenciones, nunca se dejan compartir. Y eso no es malo ni bueno, sencillamente es. Construye, derriba o desescombra, a veces ni se nota. Y ahí está.
Una de las lecciones que aprendo cada día y me repasan más que yo a ellas, es la de no intentar comprenderlo todo al mismo tiempo, sino dejarme sorprender por ese todo, dejarme rehacer cada jornada por la comprensión de lo inmediato que me lleva a las referencias de lo ya vivido, pero sin confundir los planos ni desarrollar la tentación tranquilizadora del replay.
Por eso necesito una dosis terapéutica suficiente de espacio y de silencio, para que los ecos y la voz no se me amontonen ni me aturrullen, me agobien, ni me arrastren con las primeras de cambio y su rebote. Aun así nada está tan seguro que ya lo pueda dar por inmutable y cierto. Tan sólo desde ese no lugar del no 'saber' entre alma, corazón, mente y conciencia, me atrevo a compartir lo que me encuentro. Y desde ahí voy escribiendo desde chica, primero sin saberlo, luego sufriéndolo, disfrutándolo y después respirándolo y expirándolo, como las plantas, entre la savia bruta y la savia elaborada de la función clorofílica. Voy descubriendo que quizás no podamos ser humanos si en nuestro discurrir en paralelo no nos sentimos plantas ni tierra ni agua, montañas, desiertos, selvas y bosques, océanos y atmósfera y experimentamos la fusión con todo lo que existe; sin asimilar ese latido profundo es posible que nunca podamos acceder al yosotros. El sorprendente, tan mal y torpemente 'clasificado' Juan de Yepes lo llamaba la música callada, la soledad sonora. Él experimentó en sincronicidad con los sufíes, que el universo, además de una manifestación física formal es una sinestesia cuántica que sólo se puede conocer cuando se vive y no cuando sólo se estudia y se cree a pies juntillas que se "sabe".
Desde ese campo de cultivo me atrevo a escribir y a opinar, pero no a dar soluciones ni a asegurar que lo que escribo sea definitivo ni el resumen acertado de todos los diagnósticos. Bueno, desde ahí comento hoy algunas ideas del artículo del poeta, analista y profesor García Montero.
Lo que yo experimento de la trayectoria política y social no es un compendio apolíneo de acciones lineales en las que se puede separar fácilmente lo joven inexperto y adanista de lo viejo cascarrabias. Puesto que me encuentro constantemente con jóvenes cascarrabias y con viejos ignorantes de sí mismos tanto como de la vida en sí, -aunque llenos de chascarrillos superpuestos a base de tópicos repetidos ad infintum et cansinum, que han oído en casa y en los bares, en la tele y en la radio, leído en la prensa "libre", hasta convertirse en dogmas intocables- porque, según parece, ambos prototipos se han ido quedando en la cáscara de la experiencia que podría ayudarnos/les a todas y todos a ser mucho más conscientes que resabiados maestras piñones ('que no saben para ellos y dan lecciones', se decía en los pueblos de La Mancha donde mi madre y yo aterrizábamos a eso de septiembre, cada pocos años y 'puntos' acumulados como méritos, cuando ejercía de maestra "en propiedad" en la escuela "nacional". Todo era entonces un infinito "entrecomillas")
No puedo asegurar que todas las culpas del desastre eshpañol se concentren a la izquierda del dios padre machirulo e impresentable que nos lleva más de culo que de cabeza por esos terraplenes surcados de cunetas existenciales. Como no puedo encalomar a los independentistas todos lo males del desajuste que padecemos desde siempre, sino agradecerles que lo estén haciendo evidente sin remedio ni típex que lo oculte por más tiempo.
Lo que sí me queda cada vez más claro es que ni se puede considerar la historia pasada como la única fuente y modelo de salud social y política -sobre todo cuando esa historia es tan penosa, fraudulenta, triste, bruta, y llena de oscuridad, luchas a muerte, odios enmascarados en rutinas y credos teóricos, que en la práctica son crimen y castigo. Y que sin olvidar sus legados y herencias funestas enjalbegadas con la cal y el barniz de la costumbre, se vienen repitiendo day by day, stone by stone... como cantaba Donovan en los setenta del pasado siglo.
Tal vez sería mucho más lúcido y sano analizar desde la honestidad y sin tapujos lo que nuestros ancestros han hecho rematadamente mal, por mucho que los queramos, o que siendo bueno han estropeado por tantas causas egocrátas que han venido usando la ideología que justifica todo lo estratégico y táctico como arma letal contra nuestros hermanos diversos y no enemigos, -sin subirlos a los altares ni a derecha ni a izquierda-, sin complejos de nada, puesto que nada de eso hemos perpetrado aún los descendientes, sino sufrir los legados tal y como nos han ido llegando y asumiéndolos como programa social y como impulso político revival, sin ver la realidad distinta y única del presente, visto y mirado sin las gafas ortopédicas clasificadoras y orientativas absolutas del pasado. No quiero decir que el pasado no sea una fuente imprescindible de información, que lo es, sino que podríamos dejar de considerarlo como la única fuerza motriz. Y que vivir el presente no significa amnesia ni odio a lo pretérito, sino asumir la responsabilidad de lo irrepetible con que nos marca el tiempo del ahora. Un deber que no puede posponerse a un futuro que dependerá de lo que hacemos o no hacemos hoy, y que no se puede rebobinar constentemente en el pasado por muy embellecido y estupendo que nos lo cuenten y recomienden como modelo.
Hay una lógica aplastante que nos debería abrir los ojos: si el pasado fue tan sabio, tan estupendo, tan cargado de poetas y chamanes y las raíces tan sanas ¿de dónde puñetas sale este presente tóxico tan enfermo, oscuro, egoísta, cegato, torpe, cruel y miserable, en el que nada sirve para mejorar y todo lo bueno se deshace como la madera en serrín y hasta el oro se convierte en plomo letal (hasta tenemos la metáfora ilustrativa del "oro negro") en una contra-alquimia patológica, sin que al parecer nadie ni nada lo haya podido impedir ni en el pasado ni en el presente? , al contrario, es como si todo lo aprendido se emplease en hacer lo contrario de las mejores perspectivas y posibilidades iniciales... Tal vez la clave sea que el presente se ha convertido desde el principio de los tiempos hasta hoy en un Trivial play. En un Monopoly global. Y hemos olvidado el Juego de la Oca, donde lo que se hace tiene siempre una consecuencia personal, que no es ganar ni perder, sino experimentar y aprender de nuestras "tiradas" y opciones, que trascienden lo social y lo modifican para bien o para mal. Somos los dueños de nuestra tirada, pero en la Oca de la vida, ésta implica a los demás y no sólo a una misma. Y eso es el cometido del presente que influirá en el diseño de lo que llamamos futuro y sin sospechar que en realidad todo el tiempo objetivamente es un presente continuo e indiviso que fluye costantemente como el panta rei de Heráclito.
Sospecho y me barrunto que sean nuestro miedo, nuestro afán de control y nuestra hiperestésica ilusión los que se inventan las divisiones de lo indivisible: los aprioris kantianos siempre subjetivos y arquitectos de una sensibilidad interna y externa a la que damos un valor inmutable, irreparable, e incorregible, y que en realidad cargamos y modificamos con nuestras decisiones, pensamientos, deseos, torpezas y aciertos, vicios y virtudes, mentiras y verdades transformando la sabiduría de la Oca en una perpetua partida de ajedrez completamente maniquea donde sólo caben dos opciones extremas: el triunfo del blanco o del negro es el jaque mate del contrario, nunca una cooperación revolucionaria, que acabaría con la inercia del vencer y humillar, frente al perder y ser humillados.
Nos han enseñado a dejar a un lado el aprendizaje como seres humanos de verdad que representa el juego de la Oca, para hacer campeonatos mundiales de ajedrez donde la destrucción es la consecuencia de la victoria sobre el débil perdedor, que si hubiese ganado hubiera hecho lo mismo que su contrario casi en el 100% de los casos. Seguir la pauta del pasado sin cambiar ni un peón, bajo el poder de rey y reina atrincherados en las torres y utilizando alfiles y peones a su conveniencia, sobre el tablero maniqueo y extremista del bien y del mal, del conmigo o contra mí, o tú/tuyo o yo/mío, blanco o negro. No existe el nosotros. La caridad empieza -y termina- por y en uno mismo.
Tal vez sea a causa de esos mecanismos devastadores por los que el poeta viene desde la antigüedad predicando en la rara y hermosa hospitalidad del desierto, donde sólo el silencio de las dunas, la danza del viento y el abrigo del cielo noche y día, le pueden escuchar sin reparos como únicos lectores y cómplices sin prejuicios ni postverdades en funciones disfuncionales. Ains!
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