miércoles, 29 de noviembre de 2017

Magnífico, Malvar, magnífico



Dios






El otro día me encontré por la calle a un tío que me dijo que era dios. Yo no le hice demasiado caso, porque no llevaba barba blanca, ni manto gris, ni áurea. Salvo su palabra, nada me indicaba que aquel tío fuera dios. Pero no estoy acostumbrado a prejuzgar a la gente. Así que me lo metí en el bolsillo y le hice un poco de caso.

Como todo historiador sabe, hacerle un poco caso a alguien que se cree dios suele ser fatal para la humanidad. Y para Galileo, viejo amigo. El Vaticano apoyó a Hitler. Como todo el mundo sabe, existe una sola manera de hacerle caso a los dioses. Como son imaginarios, no es complicado hacerle caso a los dioses si imaginas que los dioses te hacen caso a ti. Entre tu dios y tu yo no hay tantas diferencias. Quizá la espesura de la barba. O un halo de nubes que es más iconográfico que real. Y por eso es tan real. Dios solo nos hace caso cuando nos lo acabamos de inventar. Y nosotros solo hacemos caso a los dioses que nos acabamos de inventar. Se llama maniqueísmo. Es la historia del mundo. Y por eso nos damos pena. Algunos. E inventamos purgatorios. Inventáis.
Me hizo enorme gracia la reacción popular a la propuesta de Puigdemont para salirse de la unión europea. Todo el mundo se rió muchísimo. Como si la Europa que hemos creado no fuera detestable. ¿Alguno de vosotros tenéis cojones u ovarios para decirme que esta Europa que recluye a los refugiados en los campos inhóspitos de Grecia y Turquía es vuestra Europa? Ahora que viene el invierno muchos niños van a palmar allí. Yo me quiero salir. Yo me quiero bajar. Yo quiero puigdemontiarme. Quiero ser otra cosa. No sé qué cosa. Pero otra. Me encantaría vivir en una Europa filibustera que no dedicara tantos esfuerzos a repescar cadáveres mediterráneos. Estoy seguro de que es más barato pescarlos vivos. Y me dan mucho asco mis palabras, pero en estos tiempos las palabras que no te den asco no merecen ser sinceras.
Nos creemos que Europa es dios. Sin embargo, cuando hay que invadir ilegal, asesina e irracionalmente Irak nos saltamos Europa. Invocamos Europa como el mantra del sexo tántrico de la convivencia. Yo estoy preparado, como periodista europeo, a contar cómo van a morir niños refugiados en Turquía y Grecia este invierno. ¿Estáis vosotros preparados para leerlo? Ah, la vieja y bella Europa. Y, por supuesto, el tema catalán. O sea.

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Andaba yo pensando en escribir  sobre el impacto de lucidez que tuvieron en mí las palabras y razones de Puigdemont cuando dijo sobre Europa todo lo que llevo pensando al respecto desde hace años; creo que desde que para entrar en su MCE tuvimos que quedarnos en la espina. Perdimos infraestructuras laborales, puestos de trabajo y la soberanía material, con el 135 de Zapatero perdimos la virtual, la miseria soberana que nos quedaba en plan pegatina. Ya no nos queda nada más que la mierda residual. 

Completamente de acuerdo con Puigde: un ser humano normal no puede sentirse parte de este atraco constante a la humanidad, de este delito continental que nos tiene atrapados. No me reconozco en ese espejo de la vergüenza, donde ya ni me veo, sólo puedo ver a toda nuestra familia desahuciada, sin tierra, sin techo, sin suelo que pisar, sin nada, andando sin rumbo de vallas a alambradas, de cercos a fosas comunes, de las pateras al caos, de la soledad al abandono, del abandono a la muerte anónima y convertida en estadística. 

Puigde se fue a Bruselas para reconocerse europeo catalán pero se  ha horrorizado de lo que ha visto. La ha descubierto desde dentro y ha vomitado en plena calle ante la prensa, como quien ha descubierto un campo de exterminio en el paripé de un montaje cleptócrata en el que el único dios es el dinero. Muchos de nosotros no hemos necesitado ir con él para saber lo que es Europa. Lo entendimos en la reconversión industrial, en el referendum de la OTAN y en la Guerra del Golfo, en el tratado de Maastrich, en el  estallido de la corrupción sin tregua  sin que Europa dijese nada, pero mandase a la Troika para amedrentar y poner el déficit privado de los bancos sobre la dignidad y los DDHH de la ciudadanía. Y de ahí en adelante cada vez se ha ido aclarando y ensombreciendo más el panorama. El euro fue el remate, el 135, la losa. El 15M el despertar de las bases sociales y de la conciencia colectiva. El estallido de la derecha ancestral el campanazo. Y todo lo que ahora estamos tragando, los resultados del proceso.  Catalunya el grito definitivo para que el tenderete se desmorone del todo dirigido por el equipo de demolición que nos aplasta. Europa es un mercado de seres humanos. De esclavos. Y yo, igual que A. Malvar y tantos españoles/as alucinados por el espanto, no quiero pertenecer a esto. Me siento extraterrestre y apátrida, acontinental. Absolutamente marciana...solidaria.

Sin embargo tengo esperanza más allá de todo el estropicio, sé que esta basura tiene un límite y la conciencia de los europeos también. Ahí está brotando el proyecto de Portugal, de Varoufakis, de la Francia Insumisa, Die Linke alemana, Corbyn en Inglaterra, Unidos Podemos, las CUPs, los verdes, las mujeres y los hombres en igualdad erradicando patriarcados por  los cuatro puntos cardinales del Planeta, rompiendo moldes, el municipalismo en la raíz solidaria de los pueblos, los vínculos fraternos de la justicia definitiva del amor, que no pueden romper ni las patrias, ni las banderas ni las obsesiones cafres y ciegas. Otra Europa regenerada y sin fronteras ni miedo está germinando  debajo del compost y de la mugre. Estoy segura. 

Y dios somos nosotros mismos cuando nos desprendernos de la miseria y vemos sin prejuicios ni tachaduras en cada ser humano nuestra alma y en cada zarpazo de maldad la oportunidad de hacer milagros: como el abrazo y la mano tendida, la empatía y el compartir la vida, que nos rescata del infierno del ego y hace posible el nosotros por encima de cualquier barrera. Y somos la lluvia en la sequía, la sonrisa en la tensión, la palabra justa que consuela y reconforta en el silencio del dolor, la luz en la oscuridad, el calor en el frío y la acogida en el destierro.


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