miércoles, 22 de noviembre de 2017

Tremendo y lúcido este Malvar


Los espías rusos

Aníbal Malvar
Pensaba uno que aquello de los espías rusos era cosa de la niñez, de la mitología infantil de la transición, de las novelas baratas de Sven Hassel, de las gafas pastosas del gran Harry Palmer interpretado por Michael Caine. Se pensaba uno esas cosas nostálgicas cuando, de repente, reaparecen los espías rusos ahora en la madurez. Ya no se habla del oro de Moscú. Se conoce que se lo han gastado todo en financiar a Podemos. Pero el espía ruso sigue ahí, atacando a España, con su mismo aire gélido e implacable, agachado en la misma sombra de la misma farola, fumando el mismo cigarro delator confundido entre la misma niebla, y con el mismo cuchillo de carnicero clavado, tarde o temprano, en la espalda. Pensaba uno que echaba de menos al espía ruso, pero ahora que ha vuelto me doy cuenta de que lo que echaba de menos era la infancia, o aquellos cines, o el sabor de la mirinda, o el maniqueísmo en blanco y negro, cuando era tan sencillo discernir quienes eran los buenos y cuales eran los malos. Y los malos, siempre, eran los rusos.
Ahora resulta que los periódicos dan todos los días noticias sobre unos espías rusos que, según nos cuentan, andan desestabilizando la unidad de España a través de twitter, tuenti e instagram. Cómo cambian los tiempos. Ya ninguno anda con la pastilla de cianuro escondida en el diente, y eso les arrebata mucho encanto.
Lo de los espías rusos estuvo muy presente ya en la campaña presidencial estadounidense que acabó con Donald Trump en la Casa Blanca. Como los yankis son tan grandilocuentes, nos contaban entonces que Vladimir Putin estaba intentando destruir la democracia a base de tuitazos. Uno se lo tomaba a coña, pues ya se sabe lo peliculeros que son los yankis. Pero en España no se hacen películas de espías, y sin embargo aquí están los mismos rusos con las mismas suelas de los zapatos manchados de nieve y la misma semiautomática Sig Sauer en el bolsillo de la gabardina. Ah, y un smartphone, o como se escriba.
Esto de los rusos era muy socorrido en nuestra infancia. Pero ahora, que somos mayores, resulta que los rusos de verdad se han cabreado de tanto estereotipo y, en vez de montar un conflicto diplomático por la cantidad de estupideces que están diciendo sobre ellos nuestros gobernantes y nuestros periódicos, lo que le han hecho es una broma pesada a María Dolores de Cospedal.
–Según nuestros datos, sí. Es muy importante ahora Puigdemont. Es una historia peligrosa. Puigdemont trabaja para la inteligencia rusa desde hace tiempo. También conocemos su apodo. Es Chipolino. Quisiera que lo tomara en serio. En cualquier caso, estamos dispuestos a desplazar nuestro ejército a territorios de Barcelona en plazos muy cortos.
–Ahá, bien. Yo voy a hablar con el presidente [Rajoy], con el primer ministro. ¿Desde cuándo saben que Puigdemont tiene relaciones con Rusia? –pregunta Control/Cospedal.
La broma de estos dos humoristas rusos disfrazados para Cospedal de espías letones esconde un conflicto diplomático que no va a más porque Putin debe tener mejores cosas que hacer. Pero es un poco absurdo acusar a una gran potencia de desestabilizar Catalunya a través de twitter. Lo que esconde esta estúpida campaña antirrusa –que muchos estúpidos se creerán– es una ofensiva algo infantil y ridícula de nuestro gobierno contra las redes sociales, ese magma informativo que no pueden controlar. El neocontubernio judeo-masónico es twitter. Si es que son franquistas hasta en su manera de ejercer la idocia. En el aspecto diplomático, los rusos ya le han dado al gobierno y a los medios españoles un par de toques para que dejen de confundir a Torrente con 007. Pero sin duda el humor, otra vez el humor, ha sido el arma capaz de desmontar el tinglado. El ridículo de Cospedal creyéndose la historia de Chipolino ha dado la vuelta al mundo. Nos podemos reír un rato, pero no hay que olvidar una cosa. Estos personajes de sátira nos están haciendo pasar hambre. Al final, no son tan graciosos como parecen.
Quítame el pan, si quieres,
quítame el aire, pero
no me quites tu risa.
No me quites la rosa,
la lanza que desgranas,
el agua que de pronto
estalla en tu alegría,
la repentina ola
de plata que te nace.
(Un tal Neruda, nombre ruso)

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