domingo, 19 de noviembre de 2017

Releamos ‘Antígona’: la ley del Estado y la desobediencia femenina

La actriz Carmen Machi en la Antígona de Miguel del Arco.
La actriz Carmen Machi en la Antígona de Miguel del Arco. 

Tras ‘Edipo Rey’, seguimos hoy en este Taller de Escritura de Clara Obligado con ‘Antígona’, un clásico que no se agota, que sigue dando pie a mil interpretaciones. En una sola obra de teatro se condensan los conflictos entre hombres y mujeres, la vejez y la juventud, la sociedad y el individuo, las leyes de los hombres y las de los dioses, entre el mundo de los vivos y el de los muertos, las normas del Estado y la desobediencia. 

POR CAMILA PAZ 


Hace un par de meses propuse la lectura de Edipo Rey, de Sófocles, y os adelantaba que Antígona, su continuación, es una de las tragedias más exitosas de todos los tiempos. Suele aparecer en las carteleras, interpretada por unos y por otros, como uno de esos clásicos en los que es imposible dejar de pensar, tal vez por su amplio arco temático. Y es así: en una sola obra de teatro se condensan los conflictos entre hombres y mujeres, la vejez y la juventud, la sociedad y el individuo, las leyes de los hombres y las de los dioses, entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Yo la leí por primera vez cuando era adolescente, y creo que entendí, como mucho, la quinta parte de lo que la obra implica, pero sin duda me sentí arrastrada por el magnetismo de sus personajes, especialmente por el de su protagonista, una heroína furiosa dispuesta a enfrentarse a todo el Estado para defender lo que considera justo: el entierro de su hermano Polinices. En el otro extremo del ring encontré a Creonte, el buen gobernante (¡buuuuu!), que ha prohibido que nadie, absolutamente nadie, ofrezca exequias fúnebres a Polinices, pues lo considera un traidor a la patria. ¡Guau! Cómo no va a disfrutar de un conflicto así una adolescente con ganas de pisotear los límites de toda ley, especialmente la familiar, ¿no?
Tío y sobrina están convencidos de tener razón, y ambos la tienen, en cierto sentido (esto soy capaz de pensarlo con la edad), pero la ceguera de sus argumentos no les deja comprender al otro, valorar su punto de vista. Así el diálogo es imposible, por mucho que una segunda hermana, Ismene, intente ser árbitro paciente del conflicto en el que, al fin, lo perderá todo. Ismene es la sensata, la que llama a la prudencia, no está dispuesta a morir y, tal vez, por eso ha estado siempre en el margen, fuera del foco, no es una heroína como su hermana Antígona, pero sí que es un personaje que no pude comprender hasta la segunda o tercera relectura, ya con alguna década más encima. ¿No es Ismene la más cabal, a fin de cuentas –me pregunto hoy­– la que busca un acuerdo?
Los entresijos de este conflicto se deben leer en la genial obra de Sófocles, en primer lugar, pero también en las múltiples interpretaciones, relecturas y apropiaciones de todas las épocas y autores, que han vuelto al mito esencial desde distintas perspectivas, subrayando, cada uno de ellos, un aspecto diferente.
Jean Anouilh, por ejemplo, sitúa el conflicto en París, durante la ocupación alemana, y nos muestra a una novia de la muerte dispuesta a sacrificarlo absolutamente todo, en una actitud suicida frente a la representación del poder. En el mismo sentido, Bertolt Brecht insiste en el derecho a la desobediencia frente a las decisiones de un Estado arbitrario, en un contexto histórico semejante al que nos presenta Anouilh, donde Antígona es, ante todo, un personaje encabezonado, inmune al arrepentimiento. En ambas obras podríamos concluir que la ley y la disidencia se retroalimentan, que no existe la una sin la otra. Mucho más nos sorprenderá ver a nuestra heroína en la planicie infinita de la Pampa, donde Leopoldo Marechal la viste de adalid indígena. Y en seguida entenderemos por qué el feminismo la ha reclutado entre sus filas, pues es tentador buscar en ella, como dirá Judith Butler, un modelo político, una figura femenina que desafía al Estado, cuestionando así la ley patriarcal de palabra y obra.
Hace aproximadamente un año, el filósofo esloveno Slavoj Žižek también interrogó el mito, creando su propia Antígona desde una perspectiva posmoderna; y podríamos mirar también otras formas narrativas, como la ópera (Gluck, Carl Orff, Honneger) o el cine (Yorgos Javellas, Danielle Huillet y Jean Marie Straub), pero no hay nada más alejado de mi intención que aburrir al lector con una lista de referencias interminable. Sugiero, en cambio, una lectura virginal o, tal vez, no.
«Las obras literarias fueron escritas para ser leídas y releídas», dice Alfonso Berardinelli en su ensayo Leer es un riesgo (vaya de paso esta otra recomendación). Cuánta razón, qué necesaria es, al menos para mí, la relectura, que me ayuda a rescatar todo lo que me dejé la primera vez, a saborear los textos más despacio. “Quien lea un clásico debería ser tan ingenuo y presuntuoso como para pensar que ese libro fue escrito precisamente para él, para que se decidiese a leerlo”. Así me sentí yo a los 15 años cuando alguien puso Antígona entre mis manos.
Ojalá quien lea esto asuma el riesgo de sentirse interpelado por aquellos viejos conflictos que todavía no hemos sabido solucionar.
Más información sobre el Taller de Escritura de Clara Obligado.

No hay comentarios: