jueves, 23 de noviembre de 2017

Otra vez Noviembre ( y van 70)





Cómo nos llueve el tiempo sin pedirnos permiso
y cómo nos empapa de nuestra propia lluvia.
Dicen que es persistente, terca y escurridiza
pero a mí me reparte en mil canales llenos
con un agua tan viva y cotidiana
y por eso tan nueva y a estrenar
desde el alba al ocaso,
desde el ocaso al viento y del viento a la tierra
que me viene a abrazar en cuanto me descuido
sin que se sepa nunca donde esconde el misterio
de su abrazo.

Me vuelvo medieval en esta dimensión,
como Francesco el pobre, il poverello,
Francesco el de verdad, el inocente,
el inventor del nombre de la rosa
nelle stesse paludi de Venezia
-no el cronista de turno y transacciones,
tampoco el negociante
de las mitologías inventadas
en la sombra vacía que imita malamente lo que ignora-;
me vuelvo medieval, iba diciendo,
por encima de siglos abismales
en esa empapadura de parque luminoso que amanece
cargado de silencio y despertares infinitos
de pájaros que danzan en la luz de un silbido,
de mujeres con prisa que atraviesan en bici
la sombra inaugural de los naranjos,
de niños y mochilas pesadísimas
donde libros y sueños se convocan al son de otra mañana
sobre la espalda azul de mil momentos
completamente nuevos desde siempre.

Viene el mundo y se va
como el Mediteráneo y sus espumas
repletas con el llanto y la esperanza
de todos los olvidos,
de patera en patera. Y me estremezco
de tiempo y de silencios perpetrados
por el  laissez passer entre fronteras
que no se acaban nunca ni se cansan
de urdir tramas de sal y muerte en la resaca
que ha perdido las huellas del amor
después de las mareas
tejidas por las lágrimas sin nombre y sin país,
sin tierra ni rincones familiares
donde resucitar de cada muerte y de cada chaleco
que ya no salva vidas y sólo certifica
ausencias sin retorno.

Y en medio del horror la vida salta
y se sumerge entera
en barro primordial, sin miramientos,
y vuelve a repartirse otra primera vez
como una melodía inagotable
repleta de sustancia y de un impulso nuevo
que nace de repente, sin dar pistas,
con urgencia serena de caléndula y uvas
rodando en las acequias del camino.

El tiempo, esa respuesta silenciosa
que reparte y regala sus secretos
colgada en el perchero del presente
o lloviendo canciones laceradas
en todos los pasillos de hospital,
en todos los despachos estresados,
en todos los rincones que rebosan
estelas de pretéritos perfectos
sin rastro de futuros reversibles,
cuando la vida acude entusiasmada
a despertar el alma de las cosas.






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