lunes, 13 de noviembre de 2017

Venezuela


En primer lugar doy las gracias a Jordi Evole por su trabajo periodístico excepcional. Sería estupendo que el periodismo tuviese siempre ese empeño limpio y sano, esa condición cristalina y transparente de la información. En tiempos convulsos y opacos, vertiginosos y peligrosamente resbaladizos, un periodismo de tal calidad y pleno de conciencia, de mucha más empatía y lucidez que sospechosa equidistancia, es de un equilibrio imprescindible y una magnífica rareza digna de agradecimiento y admiración. 

En cuanto al tema del reportaje de ayer, Venezuela, creo que este trabajo analítico a pie de obra es de una precisión científica, social, ética, política y extraordinariamente humana. 

Una de las secuelas que deja este repaso geopolítico y personalizado a la vez,  es que en Venezuela se está conjugando la realidad política del mundo actual, de un modo paradigmático. Se hace evidente y se materializa en la realidad la crisis global, el no va a más de un mundo caótico aprisionado en su evolución y en sus miedos, en sus tics, atado por su historia y angustiado por un futuro más que incierto, amenazante, sobre todo para poblaciones masificadas cuyas existencias individuales se diluyen en números e intereses al servicio de una élite cada vez más reducida y enferma de sí misma. El contraste entre la base social empobrecida y la burguesía "revolucionaria" al servicio de la contrarevolución, entre el estado protector empobrecido a posta por las potencias privilegiadas y el papel de los líderes redentores de los pueblos, en plan Espartaco, que no salen del rol, porque no son capaces de comprender que al pueblo nunca lo salva nadie que no sea él mismo, evolucionando, cooperando, asumiendo su responsabilidad sobre sí mismo y sobre su propia historia. 

Un grave problema de fondo es que la izquierda tradicional es a su pesar capital-dependiente y es una aporía total pretender que dependiendo del capitalismo destroyer más deshumanizado se pueda conseguir una liberación real de sus esquemas opresores. Para sobrevivir la base socialista y comunista que desea el cambio del sistema se acopla a él y acoplarse es someterse a sus métodos, aceptarlo como regidor supremo sin más remedio. Venezuela, como Cuba, son un ejemplo clarísimo de esa tensión social, política, económica y de valores también. Cuando gobernaba el liberalismo con sus desigualdades, la miseria del pueblo era la misma que ahora. Carencias de todo, pero con el agravante de que el estado se desentendía de ello para beneficiar a las minorías especuladoras y ricas. 

Con Chávez, como con Castro, llega Supermán el bueno que emplea el dinero -que  las élites se llevaban crudo-, para quitar la miseria a los pobres. Y lo consigue con ayudas para todos, ese sistema que, desafortunadamente, no va acompañado de medidas liberadoras de las costumbres fatales, y que por eso se basa en el asistencialismo estatal que es un modo más solapado de dependencia capitalista, porque se basa exclusivamente en el aumento de presupuesto para la limosna social, no en que la sociedad cambie de conductas y salga del sumidero capitalista terminator. 
Venezuela es un emporio petrolífero que produce miles de millones de dólares, con los que mantener a las masas empobrecidas y sacarlas de una miseria de siglos. Pero esa fuente de riqueza tiene el peligro de los juegos del mercado y de la insostenibilidad medioambiental con la dependencia de los hidrocarburos amenazada por dos frentes inevitables: el agotamiento de los yacimientos y la insostenibilidad medioambiental, con un cambio climático atroz, resultado de la forma capitalista de entender la vida y el mundo: el consumo exponencial y enloquecido de lo mortífero. 

Las revoluciones castrista y bolivariana son empeños muy bien intencionados, sin duda, pero con una enorme falta de visión de conjunto. El estado que se convierte en Caritas no educa para la libertad ni para la autonomía ni para la ética social ni para la sostenibilidad vital del conjunto humano. Hace a los pueblos estado-dependientes, no se fomenta una ciudadanía capaz de organizarse sino un régimen de limosna oficializada en el que la lástima sustituye a la justicia y a los DDHH. Tras los años de gobierno de dos fenómenos hegemónicos benefactores populares como Castro y Chávez no quedan países liberados, autosuficientes, capaces de organizarse desde la base, sino masas de pobres agradecidas al benefactor  de ayer y, en el caso de Venezuela, enfadadas con el sucesor de hoy, que aunque sigue dando ayudas limosneras cada vez más insuficientes y exiguas debido al bloqueo de los mercados financieros y de EEUU, especialmente, que le impiden cumplir el cometido salvador de ese estado populista, en el que paradójicamente, el pueblo ni pincha ni corta, y sigue siendo la cenicienta del cuento. Los paganinis eternos. 

Comunismo y socialismo se nos han quedado insuficientes para afrontar este mundo y la globalización explotadora de los malos tratos sociales. Por supuesto que el capitalismo falsamente liberal es un fracaso de dimensiones incalculables (no puede ser liberal sino simplemente egoísta y cruel, quien para disfrutar su libertad y su bienestar tiene que hacer esclavos a los demás). El mundo de hoy presenta unos retos que no se solucionan sólo con los bancos de alimentos ni los vales asistenciales del estado, ayudas de emergencia que deben existir como la atención de urgencia en los hospitales o en las comisarías de policía para casos limitados, jamás como sistema de gobierno. Esos recursos deben ser siempre y deseablemente puntuales y temporales, jamás convertirse en el modo de vida para una mayoría social arruinada sin remisión por un sistema económico que ha convertido los estados en lobbies empresariales con envoltorio ideológico. El socialismo y su versión comunista hasta ahora no han conseguido dar un respuesta eficaz y convincente a este gravísimo problema: la mundialización del dinero como savia nutriente para la humanidad, como valor supremo. Como dios omnipotente que, igual que el mítico Cronos se alimenta y sobrevive devorando a sus criaturas. 
El marxismo, lejos de haber superado las expectativas de Marx, se ha acoplado al capitalismo: el máximo exponente es el disparate chino.Se ha rendido al poder del dinero sobre los seres humanos, como lo han hecho las religiones, que nacieron bendiciendo la salud y la dignidad inteligente de la pobreza voluntaria como equilibrio ecológico y felicidad común y han acabado como estados político-religiosos y hasta como paraísos fiscales. 

Ya en el límite de la supervivencia, las bases sociales de la humanidad se van despertando. Se confunden de medio a medio quienes  califican ese despertar de "populismo" desordenado y enloquecido que sale a dar palizas en la calle a los que se le oponen (eso sólo lo hace el fascismo, de cualquier color). Al contrario, en este momento, son esas bases de inteligencia colectiva las que mejor pueden regular los acontecimientos, auto-organizadas, porque han descubierto que la escucha colectiva y no los gritos trastornados es la palanca del cambio y que mil cerebros pensando y escuchando actúan mucho mejor que uno solo al mando de todo. Ya no son hordas salvajes que solo saltan mecánicamente ante los latigazos sino comunidades de base municipalista capaces de gestionar aquello que alcanzan sus medios y que conocen mejor que cualquier presidente de gobierno y todas ellas en red solidaria y federada de apoyo mutuo. 

¿Cómo estaría ahora Venezuela si San Chávez y el actual Maduro, hubiesen comprendido a tiempo que el olor a azufre no sólo sale del capitalismo salvaje y sus políticas delincuentes, sino que también se esconde en la dependencia del poder del dinero como solución a todos los problemas importantes, siendo precisamente el remedio peor que la enfermedad? 
No se combate el capitalismo si se sigue depositando en el capital y sus ganancias todas nuestras esperanzas de las mejoras que necesitamos. Se le derrota definitivamente cuando se le hace cada vez más innecesario mediante el intercambio directo de trabajo, espacios, recursos, tiempo, dedicación, iniciativas  y apoyo interpersonal. Educándonos mutuamente en el amor real, práctico y palpable, creativo y comunitario,  y no el de los seriales de tv. 

¿Qué tal si empezásemos a emitir programas de tv en los que los concursos no premiasen con dinero sino con proyectos creativos realizables en común? ¿Qué tal si las buenas notas en la escuela se dieran por la madurez y la capacidad para convivir y mediar, acercar y cooperar, y no sólo por estudiar y destacar como los más sabihondos? ¿Y si empezásemos a fomentar el bienestar que produce romper inercias y acercarse al prójimo, saludarle cuando te sientas a su lado en el autobús y en el metro? ¿Y si los premios en vez de dar dinero, viajes y cosas de valor monetario, fuesen la visita a un barrio marginal, a un campo de refugiados o a un albergue para los sin techo, a un hospital de terminales, a un bosque quemado, a un pueblo abandonado o a una escuela en barracones? 

Parece un detalle irrelevante, pero es muy significativo que los miles de bolsas con que se da la ayuda alimenticia a los venezolanos sean de plástico y enormes, no de papel, cartón o de esparto o palma, elaboraciones que darían mucho trabajo y quitarían desempleo y reducirían la contaminación del medioambiente con tanto plástico. También es muy significativo que con la riqueza en tierra y mar que tienen los venezolanos, sea el petróleo venenoso su mayor fuente de ingresos cada vez menores y con muy poco futuro; el cambio climático muy pronto hará necesario para respirar y vivir, que los coches, trenes y aviones comiencen a funcionar con energía eléctrica fotovoltaica. Con lo que la principal fuente de riqueza se quedará en nada y la política justa y responsable no puede obviar el futuro, debe ir un paso por delante del momento presente.
A la izquierda tradicional, metida hasta el cuello en la estela del capitalismo y agobiada y cegada por la lucha social, le ha faltado la capacidad de ser más inteligente que la enfermedad capitalista en su relación con la Naturaleza y desarrollar una visión más acertada de la sostenibilidad por encima del lucro, aunque las ganancias, evidentemente hayan sido dedicadas a los gastos sociales más que a la subvención de negocios privados y derroches enloquecidos para favorecer a los bancos y grandes empresas privadas, esa izquierda desorientada y miedosa, que parece subsistir a temiendo propasarse y perder votos, ha explotado, agredido y agotado el patrimonio natural de los pueblos igual que su oponente ideológico y cómplice sistémico.
A esa izquierda tan sumisa y obediente en tantas cosas, le ha faltado la sensibilidad ácrata, anarquista, como lo fue en los primeros tiempos del comunismo, interpretando la acracia y la anarquía en plan peyorativo como desorden y desorganización, cuando en realidad el significado del anarquismo y la acracia es la simplificación y participación democráticas de y en los poderes e instituciones, hasta convertirlos en servicios que es su verdadera función, y no en instrumentos represivos ni como policías y dictadores pagados por la ciudadanía, no para que aplasten a los ciudadanos sino para legislen a favor del bien común y ayuden a conseguir la mejor convivencia en libertad y derechos emparejados con los deberes.
Recuerdo con emoción a un policía local, que de paisano acudía a las asambleas de Podemos en el barrio, ayudaba siempre a sacar y a colocar las sillas y los cables de los micros  y a  recogerlos al final, nadie sabía que era poli hasta que al cabo de unos meses se animó a hablar en público  y nos contó quién era y cuantas cosas habían cambiado en él desde que comenzó a asistir a las asambleas de los miércoles y cómo estaba descubriendo su verdadera labor como agente del servicio público y facilitador de la convivencia y cuánto cariño sentía por todos los compañeros y compañeras que había ido descubriendo poco a poco y cuánto valía y aportaba la gente tan diversa cuando se planteaban los grupos de debate allí al aire libre, abiertos a todo el que pasaba y se quería sumar al debate y al diálogo con conclusiones bien concretas que aplicar en los círculos y comisiones.

A la izquierda le ha faltado ese punto abierto y acogedor de la normalidad cotidiana para superar los tics organizativos del partidismo, donde sólo son tus hermanos y compañeros los que están apuntados a la misma sigla y el resto son harina de otro costal o bien porque no militan en nada o bien porque militan en otras formaciones que ante las urnas son rivales.

Posiblemente en Venezuela, saliendo de la enfermedad del politiqueo y poniendo en pie una verdadera política sin excluirse ni castigarse mutuamente, entre todos se podrían establecer alternativas para paliar las penurias de la ciudadanía con una buena política agraria, un aprovechamiento inteligente y bien organizado de los recursos naturales extraordinarios en aquella zona, promover las energías renovables, eólica y fotovoltaica que vaya sustituyendo al petróleo con lo cual también amainaría la obsesión de USA por torpedear el mercado del crudo, sería una buena forma de salir del bucle comenzar  a desarrollar la agricultura ecológica, los tejidos naturales, el turismo inteligente y cultural y el no de juerga destroyer...Crear monedas locales de intercambio para liberarse poco a poco del patrón capitalista, descongestionar las ciudades y promover la vida rural con buenas condiciones y organización de lo pequeño para descongestionar y desatascar lo grande.
En fin, que la izquierda mundial tiene muchas puertas abiertas para comenzar a salir del estercolero del capitalismo. Y que mientras esté atada con las mismas cadenas explotadoras de la Naturaleza que la machacan nunca podrá hacer nada consistente y sistémico. Todo lo que emprenda bajo los mismos moldes de siempre acabarán en el fracaso de siempre. El mundo está conformado y sometido al dinero y sólo demostrando en la práctica lo bien que se puede vivir al margen de sus ataduras infelices, desiguales, violentas e injustas, se le puede derrotar, sobre todo de la mente, los deseos y los sueños erráticos de una humanidad que aun de humana tiene tan poco. 

Venezuela es ahora mismo una demostración de todo lo que deberíamos cambiar cuanto antes. Como lo es EEUU o la Europa pasta-dependiente de las dos velocidades que nos lleva por la calle de la amargura.

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