martes, 14 de noviembre de 2017

Hay gente que hace coshas mucho mejor que losh catalanesh

Estaba en el paro desde hacía años, viviendo de sus padres y ya pasaba de los 35. Acabó la especialidad de Investigaciones Demoscópicas hacía más de una década. Sólo había conseguido trabajar en verano en una horchatería de Alboraia y en un pub de la La Malvarrosa, siempre en verano, obviamente. Era un friki informático porque no había tenido ocasión de experimentar en profundidad algo que no fuesen los inexcrutables secretos del ordenador. Sus otro hobby era ponerse ciego de calimochos el fin de semana y pillarse una melopea la noche del viernes, que le dejaba en estado catatónico hasta el domingo por la noche, cuando su madre le despertaba para que cenase algo antes de seguir en el precoma post etílico y fumeta. Y así permaneció durante la mayor parte de una juventud que se le estaba yendo de las manos sin haber llegado nunca a su vida de un modo que no fuese la mera y congelada contabilidad del tiempo. 

Sin embargo todo aquello cambió de repente. Una llamada de teléfono le sacó de aquel estado vegetativo laboral y personal. "Esto es una encuesta, si quieres contestar pulsa almohadilla  y de lo contrario, pulsa asterisco". Pulsó almohadilla, total, ¿qué perdería por recibir información, si en su estado ya todo le daba igual? "Por favor,- siguió la voz dictando en plan monocorde, como corresponde a la fidelidad de las máquinas- danos tus datos empezando por el DNI". Tras numerar y letrear su carnet de identidad, la voz le recitó la letanía completa de sus datos personales y hasta el resumen de su curriculum, una birria patética, pero era lo que había -pensó-. "Para confirmar la exactitud real de los datos, pulsa la tecla 1, si algún dato no es correcto, pulsa la tecla 2". Y así comenzó la aventura de Blacky, como le llamaban los colegas de demolición finde.  


Milagrosamente y sin más, le contrataron como encuestador telefónico, especialmente sobre la intención de voto y datos laborales de la peña. Le pagaban 300 euros por campaña, sin contrato ni seguridad social. Cobraba además un plus por el número de encuestados, que no podía bajar de mil diarios. Si bajaba de esa cantidad no cobraba aunque dedicase todo el día a encuestar. Además tenía que sacar un extraño porcentaje en las llamadas y hacer algunos cambios si los resultados eran numerosamente adversos a los intereses de la entidad que había encargado la encuesta. Si salían más resultados contrarios que favorables tenía que hacer un trasvase de cifras para dejar el encargo de los clientes en el mejor lugar posible. Hasta que al director de la empresa se le ocurrió la genial idea de hacer un listado  con los teléfonos ya conocidos cuyos titulares  siempre daban su voto a los mismos. Siempre ganadores. Era justo, -se decía a sí mismo Blacky- que ganasen los que creaban empleo para parados de duración infinita y siempre en precario, como él. Es verdad que era un rollo la rutina de llamar siempre a los mismos y  hacerles idénticas preguntas, pero también tenía sus ventajas, como por ejemplo, charlar un rato con los encuestados, que ya le reconocían, se habían encariñado con él y él con ellos, le llamaban por su nombre de batalla y le saludaban, y a veces hasta quedaban en algún bareto del barrio del Carmen para tomar unas birras entre llamada y llamada.

Lo cierto es que su vida fue cambiando de orientación. Dejó de beber como una esponja porque no le daba tiempo ni a comprar material trasegable. Las moñas de viernes a domingo se hicieron innecesarias porque trabajaba sin parar hasta los días festivos, menos en Navidad y Fin de Año, que el jefe era muy católico y respetuoso con las tradiciones.
Las relaciones sociales con los encuestados asiduos le devolvieron la confianza en la humanidad, la alegría de vivir  y la gratitud hacia los gobernantes y sus partidos que le permitían cobrar todo el año y no sólo de verano en verano como antes. Y se dijo a sí mismo que en realidad los políticos no hacían las reformas laborales para fastidiar a los trabajadores, lo hacían muy bien, eran los currantes los que fallaban al no entender las cosas como eran y pedir peras al olmo. ¿Qué más se podía desear que una sociedad agradable y cariñosa que se preocupaba por ti, sin haberte visto en su vida, que te daba trabajo cómodo, te proporcionaba amigos para siempre, lolailolailo...y además te pagaba trescientos eurazos inmerecidos, después de tanto desvelo y generosidad. 

Y pensar que en su juventud,  cada vez más remota, él mismo llegó a creer que aquel sistema era una inmundicia que había que eliminar de la sociedad cuanto antes...¿Qué habría sido de su pobre vida sin una ayuda como la que había recibido y seguía recibiendo? ¿Y cómo no votar al pp, que había sido la salvación para tantos pobres desahuciados laborales como él, un mindundi, un nini  sin futuro ni presente y casi sin pasado, a causa del estado etílico y post étilico de licuado neuronal al que le había condenado una sociedad deshumanizada, de izquierdas sin principios caritativos, que sólo usaba el móvil para entretener a la peña y sacarle dinero, mientras que a gente como  él le pagaban simplemente por hablar por teléfono?


Miró por la ventana y si saber por qué comenzó a canturrear, y de repente advirtió que no estaba cantando lo de siempre: cosas heavies, rock duro, ni temas raperos y hip-hop, sin sentimientos ni ciudadanos, ni alcaldes, ni tazas ni platos. Estaba cantando "¡Que vivan los cuatro puntos cardinales de mi  Ejpaña, qué vivan los cuatro juntos!" mientras unas lágrimas a traición le dejaban la mirada a ralentí, las emociones a mil por hora y aquel "a por ellos, oé" que le salía de las mismísimas entretelas.
Por fin su vida tenía sentido. Suspiró reconfortado y seguro de sí. Era un hombre nuevo, una herramienta política imprescindible para la unidad de la ppatria y para el triunfo del shentido común. Sin su esfuerzo diario y el de la gente como él, jamás de los jamases sería posible hacer una España mejor y más unida que nunca.Una leyenda. Una eppoppeya de las que no se olvidan. Y encima, por si fuera poco le habían ofrecido ir en las listas para las próximas elecciones: de nini impresentable a político rentable. Menudo puntazo ¡Casi na! Y una enseñanza magistral con moraleja y todo: sólo la democracia en una buena monarquía y un partido popular comodioshmanda pueden hacer semejantes  milagros.


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